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FÚTBOL | Supercopa

El Madrid no sabe a qué juega

Los blancos reproducen ante el Zaragoza, en la ida de la Supercopa, los problemas detectados durante el verano

Txetxu Rojo, el nuevo técnico del Zaragoza, apostó por lo mismo que Luis Costa, el viejo técnico del Zaragoza. O sea, un centro del campo hiperpoblado de guerrilleros y un alabable gusto por las bandas. Funcionó hasta el gol de Flavio. Txetxu plantó una pegagosa línea de medio campo bien largo: ¿para qué innovar si tan bien le fue a Costa en la final de la Copa del Rey contra el Celta? La cosa le funcionó. A pesar del empate, funcionó. A pesar del empate y a pesar de los avisos de un hiperactivo Roberto Carlos, que tras su desagradable incidente con Chilabert volvió especialmente motivado. El brasileño, desde el minuto cinco, se dedicó a poner a prueba los reflejos de Laínez, un portero nacido en 1977, o sea, un chaval para la tarea de resguardar los tres palos, le respondió con tres espléndidas actuaciones, y terminó de trabar la férrea arquitectura que había diseñado Txetxu Rojo.

Gracias a Laínez el Madrid, errático, -ese que se dejaba ver junto a los chiringuitos veraniegos- no sacó aún más provecho de su visita a Zaragoza, pero ¡ay! la veteranía, bajo la sombra del larguero, es un grado, y el joven Laínez se tragó un tiro desde fuera del área ejecutado por uno de esos misteriosos millonarios fichajes del Madrid. Un tiro de Flavio Conceiçao, desaparecido hasta entonces, pero muy oportuno a la hora de descubrir el único punto negro del joven portero maño. Lo comido, por lo servido. El veterano César se tragó el cabezazo de Jordi y Laínez se puede ir a la cama tranquilo. También los expertos fallan.

En el Zaragoza, ese equipo serio, destacaba la melena rasta de un futbolista zurdo, Esquerdinha. Un lanzamiento suyo desde fuera del área a punto estuvo de adelantar al Zaragoza en el minuto 40. Un tipo que tiene esa exuberancia del trópico, pero a la vez muy capaz de construir una barricada donde el técnico del turno le indique.

Pero con Esquerdinha o sin él el Zaragoza es el Zaragoza, con sus virtudes, muchas pero poco lucidas, y sus defectos, suficientes para impedirle ganar a todo un Madrid, a pesar de hacer un buen partido. Y es que el Madrid es el Madrid. Sin hacer nada del otro mundo, sólo con un Makelele razonablemente lúcido le bastó para aguantar el tipo. El gol, ya sabían, que era cosa de esperar. Siempre mete alguno.

El Madrid, que sin exceso de criterio jugó a un ritmo bastante alto, cambió su perfil en los últimos quince minutos. Con Zidane ya en el banquillo. Con Morientes ya en el campo. Achuchó algo más, pero dejó más huecos. Ocupó menos campo, pero atacó un poco más. Y la lluvia, testigo de tanto sudor, amenazaba Zaragoza desde media tarde, pero prefirió asfixiar el aire en vez de escabullirse entre las nubes. Algo así le pasó al Zaragoza, prefirió escabullirse a rematar la faena.

El Zaragoza, a pesar de su insistencia durante todo el choque, resultó más imprevisible que todos los creativos del Madrid reunidos. Aunque, eso sí, su forma de anotar el tanto del empate fue más que convencional en un equipo de banda y pelea. Un cabezazo de Yordi a pase de Toro Acuña, que entró llorando tras tocar el poste y rebasar a un agónico César.

El partido dejó constancia de que el Madrid no sabe a qué juega. Y sirvió para demostrar que la aritmética -que es la ciencia que más casa con el fútbol- sólo se nutre de números, y no de nombres, y de paso, para aportar un mínimo de emoción y, por qué no, de justicia, a un partido en el que el Zaragoza puso las ganas y la pizarra, y el Madrid el genio del ganador del que se sabe muy superior.

<b><font size="2">Zaragoza y Madrid dejan la Supercopa pendiente de la vuelta (1-1)</b></font><br>
Zaragoza y Madrid dejan la Supercopa pendiente de la vuelta (1-1)EFE

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