Plata para García Bragado
Sólo el mito polaco, Korzeniowski, pudo con el marchador español en los 50 kilómetros
Es la segunda medalla en estos Campeonatos del Mundo del atletismo español, que, tras el fracaso en los de Sevilla 99, ha recuperado la tradición marchadora instaurada en los ochenta por Jordi Llopart y Josep Marín. Valentí Massana fue sexto, su peor puesto en seis Mundiales, lo que no es moco de pavo, y el joven Mikel Odriozola quedó el 15º.
Llegado el kilómetro 25, Korzeniowski, o sea Dios, decidió crearse por fin su segundo oro mundial para su vitrina que ya exhibe tres oros olímpicos. Después de haber hecho trabajar duro a su compatriota Tomasz Lipiec para que efectuara la primera selección -sólo una docena de atletas aguantaron-, el hombre de los pies más sensibles, el marchador de Cracovia, lanzó su previsible ataque. Le quedaba media prueba, casi dos horas al ritmo machacante de 4 minutos y poco el kilómetro.
García Bragado estaba allí y lo vio. Entendió la acción. Miró su reloj, comprobó su pulsómetro, ajustó su ritmo y le dejó ir. "Intentar coger su ritmo habría sido un suicidio", explicó. Con el polaco, capaz de distinguir entre el asfalto sueco y el belga, de sentir el frescor de una pista forestal, como si sus pies, pese a las zapatillas y los calcetines, fueran más sensibles que sus manos, se fueron dos temerarios, el letón Fadejevs y el ruso Potemin.
"No pudieron aguantar, ya lo sabía", insistió Bragado. "Sabía que iban a reventar. Yo he tenido paciencia y sangre fría. Hice lo correcto".
Y, mientras Korzenowski, insensible, se marcaba su ritmo e iba quitándose de encima a sus compañeros, Bragado miraba su pulsómetro y controlaba. Esperaba el momento preciso para lanzarse a por él, a la conquista del oro, convencido de que no es invencible.
"Bragado es técnicamente muy tosco", opina Marín, el técnico nacional de marcha; "es su mayor limitación". A esa misma conclusión ya había llegado el propio marchador madrileño. Tras los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 y un decepcionante 12º puesto, se encontró ante un callejón sin salida.
La falta de técnica reducía su progresión: "Me limita la falta de rotación de la cadera y eso lo tengo que compensar con la técnica". La pasada primavera, durante cuatro meses, dos días por semana, acudió al Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, allá donde los biomecánicos.
En marcha, la pisada es fundamental, es la señal característica, lo que la distingue de la carrera. Corriendo hay que tener el pie en el suelo el menos tiempo posible; marchando, hay que andar siempre con los pies en el suelo.
En un tapiz rodante perfeccionó su pisada. También le fabricaron unas plantillas especiales que actúan de guía, que le obligan a pisar a la perfección. Cambió también de zapatillas. Pero aún le queda trabajo. Lo notó en el momento clave de la prueba.
"Korzenowski no es invencible", concluyó Bragado, "pero técnicamente es muy bueno. Y va muy sobrado. Nadie le pone las cosas difíciles. Yo pensé que podía, pero me falló la técnica".
Además, arrastraba molestias: "Fue justo cuando alcancé al letón y me dispuse a ir a por Korzeniowski". En efecto, miró su reloj, comprobó sus pulsaciones, se supo fresco y se preparó para atacar: "Pero entonces, en esa vuelta, me dieron dos avisos. No fueron amonestaciones de las que suben a la pizarra [a la tercera de ellas, descalificación], pero indicaban que iban a por mí, que a ciertas velocidades me olvido de la técnica". "Entonces", resumió Marín, optó por ser "un pelín conservador".
Bragado se olvidó se Korzeniowski. Se fue al centro de la calle y empezó a marchar siguiendo la raya blanca que divide los carriles. "Eso me forzó a marchar recto, a no cometer errores. Si no me avisan, le habría cogido a Korzeniowski, y se lo habría puesto difícil". No fue a por él, no lo alcanzó, pero machacó al letón. Terminó segundo fácil y sobrado de fuerzas.
"Aún podría haber hecho algo más"
Con la misma frialdad con la que diseccionó la carrera, analizó a los rivales y decidió sus movimientos, Jesús Ángel García Bragado acogió su medalla de plata.
"Me sabe a otra medalla más, no nos vamos a engañar", dijo el madrileño, sin las habituales efusiones eufóricas que suelen acompañar a los éxitos, títulos, las medallas y los podios.
Hasta su vuelta de honor con la bandera española fue más un trámite ante los cuatro gatos que había en las tribunas en la mañana canadiense que una necesidad vital de gritar su éxito al mundo. No es, en efecto, Tampoco es que sea la primera medalla de García Bragado, que pasó directamente del anonimato a la fama ganando la misma prueba en los Mundiales de Stuttgart 93, a los 23 años.
"Aquello fue distinto", aclara; "yo ni existía para la prensa. Lo asimilé de otra manera. Era joven. Ahora tengo 31 años, estoy casado, tengo una niña y veo la vida con otra perspectiva".
Pero también fue plata en Atenas 97 y también detrás del increíble polaco Robert Korzenowski. "Yo aspiraba al oro", matizó con seriedad; "no quiero hacer triunfalismos ni nada. Si lo hubiera sacado, estaría más contento. Y tengo la sensación de que podría haber hecho algo más".
García Bragado es madrileño, una extrañeza en la marcha, una especialidad dominada por las escuelas catalana y sevillana. Pero es un madrileño que vive en Lleida desde que se casó con la gimnasta Carmen Acedo (tienen una hija de dos años y medio) y que no echa de menos Madrid: "Me siento madrileño, pero ya no me gusta Madrid", dijo el marchador.
"Es una ciudad deteriorada. Y desde que han dejado que la Casa de Campo esté como está… [por la prostitución] Me siento más a gusto en Lleida, entrenándome entre huertos y frutales".
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