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CELTA 1 - ZARAGOZA 3

El Zaragoza hace valer su historia

El equipo aragonés se sobrepuso con entereza a un temprano gol de Mostovoi y defendió su ventaja en la segunda parte

El Zaragoza reaccionó con determinación, y no le faltó juego. El Celta no tuvo nada. Sufrió porque no dispuso casi nunca de la pelota, condición estrictamente necesaria en el equipo gallego. Con una densa red de centrocampistas, bien manejada por Acuña, el Zaragoza se impuso de forma abrumadora en el medio, donde Jayo y Giovanella se sintieron demasiado solos.

Ni Karpin, ni Gustavo López acudieron en su ayuda. Mostovoi jugó otro partido, en este caso frente a Gurenko, que le persiguió toda la noche.

Tantas veces criticado por su débil pegada en el área, el equipo de Luis Costa convirtió esa debilidad en su principal garantía. Puesto que le resulta muy difícil ganar en el área, decidió vencer en el medio campo, sin ningún delantero y con una malla de centrocampistas y medias puntas.

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Eso le sirvió para gobernar el partido, a pesar de la difícil situación que le provocó el gol del Celta. A partir de ahí, el Zaragoza aprovechó su principal recurso: la eficacia en los saques de falta o de esquina.

Durante su larga carrera, Aguado ha sido un cabeceador temible, una garantía para un equipo con problemas de escasez de goles. Con un cabezazo suyo llegó el empate, mal recibido por el Celta, que sintió el impacto. No encontró respuesta porque no encontró a Mostovoi, Karpin y Gustavo López. Causaba perplejidad la insistencia de Cáceres y Berizzo en dirigir pelotazos inútiles a Catanha.

Entre un equipo que estaba fuera de onda y otro que sabía perfectamente sus obligaciones, no extrañó a nadie el segundo gol del Zaragoza. En otro saque de falta, por supuesto. Fue un lanzamiento frontal que Jamelli peinó hacia el área, donde José Ignacio sorprendió a Berizzó, que le agarró de la camiseta. Jamelli convirtió el penalti y puso la final en las antípodas de lo que se pensaba.

Con un equipo limitado en muchos aspectos, el Zaragoza no había dejado un hilo al aire y allí tenía su recompensa. Quedaba por ver su entereza para soportar el ataque del Celta en el segundo tiempo, ataque insistente que dio un tono dramático al partido. Esa segunda parte correspondió punto por punto con lo que se espera de una final.

El gasto de energía del Celta fue descomunal. Y lo mismo cabe decir del esfuerzo defensivo del Zaragoza. Se refugió en su campo y achicó agua desesperadamente. En su condición de resistente, apenas recibió ocasiones de gol. Apenas un remate de Catanha, favorecido por una pésima salida de Laínez, y una excepcional jugada de Mostovoi, que regateó de tacón -con caño incluido al peruano Rebosio- y no logró embocar el remate delante del portero.

Pero el asedio del equipo gallego resultaba tan aplastante que el gol parecía posible por pura insistencia. En eso sentido, la final cobró un tremendo valor emotivo, con las dos hinchadas desesperadas. Una porque no veía la manera de celebrar el empate. Otra porque sabía de las dificultades que atravesaba su equipo. Así hasta el final de un partido que ganó el equipo imprevisto. Así es la Copa. Y eso es lo que la hace grande.

<font size="2"><b>El Zaragoza hace valer su historia</font></b><p>Aguado levanta la copa tras recibirla de manos del Rey. (ALEJANDRO RUESGA)<p><b><a href="http://www.elpais.es/fotografia/especiales/copa/1.html">. Especial fotográfico</a></b>
El Zaragoza hace valer su historia

Aguado levanta la copa tras recibirla de manos del Rey. (ALEJANDRO RUESGA)

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