Donde la costa onubense se funde con Portugal
La cercanía con el país vecino, al que se llega en barco en 10 minutos, y un parador asomado a la desembocadura del Guadiana motivan la visita a Ayamonte, un municipio pesquero luminoso por su ubicación y por el esplendor comercial del siglo XVIII, reflejado en su arquitectura
Ayamonte profesa tanta devoción a la virgen de las Angustias como a Portugal. A los habitantes de este municipio pesquero de Huelva les gusta cruzar a Vila Real de Santo António y a Castro Marim, los dos pueblos que se ubican en la otra orilla del Guadiana, en suelo ya portugués, y continuar recorriendo el Algarve. Es una visita histórica y natural, pero ellos lo ponen de relieve. Desde 1991, cuando se inauguró el puente Internacional del Guadiana, pasan la frontera en coche y desde siempre lo hacen en barco, un medio de transporte hoy al servicio de jubilados británicos alucinados por la costa de la Luz y de visitantes nacionales en busca de playa cuando toca y de un turismo cultural y gastronómico cuando el sol de marzo empieza a amortiguar el frío. Reabierto tras el cierre de temporada invernal y erigido en el barrio alto de la ciudad, el parador de Ayamonte ofrece una vista del río ya desparramado en su tránsito hacia el mar. “Eso de ahí enfrente es Portugal”, se apresura a señalar cualquier trabajador del hotel a todo aquel que visita la zona por primera vez.
Dentro del parador
La apertura del parador (1966) cambió la dinámica de la zona. Cuenta Ana Cristóbal, su directora desde hace 7 años, que el hotel convirtió Ayamonte en un lugar de destino. “Era el motor del pueblo. Abrieron tiendas, restaurantes… Dio mucho trabajo. Toda la plantilla era de aquí”, asegura esta ayamontina, que empezó desde abajo y ya lleva 22 años en el hotel. Ayamonte (21.635 habitantes, INE, 2023) había sido hasta entonces un pueblo pesquero con un puerto importante que surtía de melva, atún, sardina y caballa a una veintena de conserveras, un sector que surgió en el siglo XIX ante la escasez de productos agrarios y ganaderos. Antes de que el mar alimentara la industria, en el siglo XVIII, nació en este pueblo blanco onubense el comerciante Manuel Rivero El Pintado, que viajó seis veces a América a hacer negocios. A las ganancias de este empresario tan nombrado en la zona como la orilla portuguesa del Guadiana se le deben algunos de los monumentos de Ayamonte.
Naturaleza para los sentidos
Actividades culturales, turismo sostenible, dinamización de la zona...
Cómo sacarle el máximo partido al entorno del parador de Ayamonte
El benévolo clima durante casi todo el invierno favorece el uso de la bicicleta. Rafael García, un profesor jubilado de 66 años, organiza visitas por Ayamonte y Portugal en bicis eléctricas de paseo. Tras sobrepasar el estero de Canela, una corriente de agua salina que se adentra en el paraje natural de las marismas de Isla Cristina, la primera parada se fija en la Casa Grande. El Pintado (“Un hombre religioso, progresista y magnánimo, con baja formación pero mucha agudeza”, le define García) construyó esta vivienda señorial en 1744 en sillería de ostionera, una piedra muy porosa formada por restos de conchas marinas típica de Cádiz. El Ayuntamiento de Ayamonte adquirió el edificio en 1996 y lo transformó en la Casa de la Cultura, donde se organizan las Jornadas de Historia de Ayamonte. Llevan 27 ediciones, lo que explica que en esta región pasaron muchas cosas y que sus habitantes y los que están de visita quieren conocerlas. Contó con una de las compañías más importantes en el comercio con las colonias de América, existía una almadraba de referencia para la pesca del atún o el pueblo cobró relevancia en la Guerra de Independencia por su situación fronteriza.
El Pintado, que comerció con vino y aceite (“Introdujo cultivos que no había en la región”, explica García), financió la restauración de la torre de la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias, dañada por el terremoto de Lisboa de 1755, y construyó el molino mareal –también en piedra ostionera– que lleva su nombre, hoy convertido en un museo. La guía Gracia Vázquez explica el funcionamiento de las seis muelas de las que constaba para la obtención de harina (“Llegó a haber 50 molinos como este en la zona. Este era el más importante de la provincia de Huelva”, asegura).
Vázquez conduce al visitante a la azotea para que contemple las marismas, para explicarle que, antes, la subida y la bajada de las mareas accionaba el molino y ahora esta llegada de agua salina sirve para criar lubinas y doradas de estero –habituales en cualquier pescadería, con un tamaño estandarizado entre el medio y los dos kilos–, un pescado más barato que el salvaje pero muy sabroso y graso porque viven sin estrés y de forma holgada en balsas con una salinidad muy elevada y sin más depredadores que las aves de la zona.
—¡Esa bici lleva motor!
Cuenta García, profesor retirado de Educación Física, que los chavales le vacilan cuando ven a un “pureta”, como él dice, encima de una bicicleta eléctrica. Y es divertido que lo hagan, pero no son conscientes de lo eficaz que resulta para visitar a ritmo los pueblos portugueses del otro lado del Guadiana. El ferry, que cruza en 10 minutos el kilómetro y medio que hay entre la orilla de Ayamonte y la de Vila Real, permite subir con la bici, con mascotas, con moto e incluso hay espacio para un par de coches. Opera desde las 9 de la mañana, cuesta 2,5 euros por trayecto y lleva el nombre y una imagen de la Virgen de los Milagros. “Aquí lo que no tenga nombre de virgen dura poco”, cuenta García con sorna. 100.000 pasajeros utilizan este transbordador al año, casi todos turistas, según la empresa que lo gestiona.
Según se va aproximando el barco a la orilla de Vila Real se contempla, orientadas hacia el agua, una hilera de casas nobles: “Las tienen muy cuidadas, las han ido restaurando”, afirma el profesor. Justo a la espalda de estas construcciones de apenas tres alturas se ubica la plaza del Marqués de Pombal, en la que se despliegan puestos de ropa, tiendas y cafés. Aunque el municipio es llano y ortogonal –obra de Pombal, también encargado de la reconstrucción de Lisboa tras el terremoto–, la batería de la bicicleta trabaja y permite plantarse en el pinar de las Matas en cuatro pedaladas.
Cuenta García que deportistas de élite llegados de Centroeuropa se entrenan en esta reserva natural y en unas instalaciones públicas atraídos por el clima y por la playa, de arena más blanca y más gruesa, y con el agua más fría que las de la costa onubense, describe Cristóbal, la directora del parador. “¡Estamos tan cerca de Portugal, pero hay tanta diferencia!”, cuenta esta hija de pescadores con un habla pausada, suavizada por la proximidad al mar.
Ignacio, María Isabel y Alberto recomiendan
Detrás de la barriada de Punta del Moral se encuentran las marismas del Duque, por donde transcurren dos vías verdes de dos y seis kilómetros. Me gusta ir con la marea alta y cuando está nublado. El agua, sin corriente, adquiere un tono oscuro, parece un espejo.
Ignacio Aguilera
Ayudante de Recepción 9 años en Paradores
Cerca de los molinos de viento de Villablanca, a 15 kilómetros del parador, sale un camino por el que te adentras en un bosque. Hay que bajar hasta llegar a una cascada, que está muy escondida. En la poza de agua transparente que se forma te puedes bañar.
María Isabel Guerrero
Jefa de Administración 23 años en Paradores
La subida del Guadiana en barco es muy chula. Pasas por debajo del puente Internacional, que conecta España con Portugal, y vas viendo pueblecitos de los dos países, como Alcoutim o Sanlúcar de Guadiana. Son unas tres horas. Ya desde marzo es buena época.
Alberto Godoy
Jefe de Cocina 8 años en Paradores
Dentro de nada hará bueno para bañarse. Hasta entonces, en Ayamonte, los ocho kilómetros de playa de arena fina y con tramos poco concurridos que van desde el estero de San Bruno hasta la punta del Moral se convierten en una vía privilegiada por la que salir a caminar cuando la marea está baja. Una actividad que practica Cristóbal y que recomienda a los clientes alojados, que “vienen a hacer vida en el parador, a sentirse en casa. No es un hotel en el que duermes y te vas”. Y añade: “Casi todos los buenos comentarios que recibimos son por el trato del personal”. Clientes que van a las zonas comunes a leer o a hablar y a estar tranquilos. A comer jamón de Jabugo y bacalhau à brás. A ver cómo el sol se pone por Portugal.