Poner al mundo de acuerdo desde la ciencia
La mallorquina Marga Gual aparcó la bata blanca de bióloga para convertirse en una de las pioneras de un campo que, sin denominación oficial, lleva dando frutos desde los años cincuenta: la diplomacia científica, o cómo alcanzar consensos entre Estados para suturar la capa de ozono, frenar el cambio climático o regular el uso de la inteligencia artificial
En plena Guerra Fría, con el mundo pendiendo de un hilo, 12 países firmaron el Tratado Antártico para proteger uno de los últimos lugares vírgenes del planeta: la Antártida, un territorio regentado por focas y pingüinos que en 1959 se convirtió en un centro de investigación científica colaborativo, abierto a todas las naciones. Para la bióloga Marga Gual (Palma de Mallorca, 1984), que seis décadas después pisó este continente helado, ese tratado es el primer ejemplo de diplomacia científica de la historia: “Es un símbolo de cómo la ciencia se elevó por encima de la época. Los países dejaron de lado sus rivalidades políticas para salvar el único espacio prístino que nos queda”.
Gual, una científica que saltó del laboratorio a los organismos donde se cuecen las políticas internacionales, entiende que los mejores y más duraderos acuerdos son los que se erigen sobre bases probadas, irrebatibles. Aquellas que la ciencia provee: “La diplomacia científica se sirve de un acervo común para que los países puedan encontrar soluciones conjuntas”, explica. Si los campos de batalla de ayer eran la capa de ozono y la Antártida, los actuales son el cambio climático, la inteligencia artificial, los ordenadores cuánticos o los neuroderechos. Por eso mismo, recalca, la diplomacia ya no se puede dar solo entre países: “Tiene que expandirse para abarcar nuevos actores y adaptarse a la velocidad de los avances científicos”.
Pregunta: Hemos atravesado el invierno más cálido de nuestra historia. ¿Qué le despierta?
Respuesta: Hace cinco años yo sentí el cambio climático en la Antártida. Un lustro después creo que todos podemos decir que hemos tocado el cambio climático de forma muy tangible, sea por inundaciones, incendios, calor, el invierno del que me hablas... Y creo que faltan mecanismos de toma de decisión y acción a escala planetaria, que son los que precisamente aporta la diplomacia científica.
P. Hasta hace poco no existía una Oficina Nacional de Asesoramiento Científico en la Moncloa. ¿Por qué su profesión sigue siendo tan desconocida?
R. La diplomacia, durante muchos años, se ha nutrido de la ciencia, pero sin haberle dado ningún marco. Y es una práctica que ha dado muchos logros en la historia, pero sin nombre y sin etiqueta. En realidad, la ciencia y la diplomacia no se contradicen, sino que están íntimamente unidas y necesitan a la otra.
P. ¿Cómo explica a qué se dedica?
R. Me dedico a fomentar, de alguna manera, esa colaboración entre ciencia y diplomacia. Y a eliminar esas preconcepciones que separan ambos mundos. Pero si le preguntas a mi madre te dirá que voy a reuniones y hablo. Y mi abuela lleva una entrevista plastificada mía que reparte cuando le preguntan a qué me dedico [ríe]. Pero sí, están orgullosos.
P. ¿Diplomacia científica puede ser un adolescente convenciendo a sus padres de que cambien la calefacción por placas solares? ¿Se da en la cotidianidad?
R. Sí, no es solamente un ejercicio de alto nivel. Tiene una parte social muy importante. A veces resulta un concepto un poco abstracto, misterioso y desconocido, pero cualquier acuerdo tiene que bajarse al día a día y necesita aceptación ciudadana como, por ejemplo, pasa con la transición energética. Y como sociedad me parece fundamental que elijamos a líderes que crean no solo en la ciencia, sino en la política basada en ciencia.
MI DEFINICIÓN DE TALENTO
“Es una combinación entre lo que te mueve desde pequeño, tu formación y lo que aprendes a lo largo del camino. Tenemos que vernos como estudiantes de por vida”
P. ¿Por qué no podemos sobrepasar los dos grados de calentamiento planetario? ¿Quién marca ese límite?
R. Hay quien se puede preguntar: ‘¿Y por qué dos grados y no dos y medio?’. Pero esos dos grados es la evidencia que nos proporcionan los científicos del mundo, en este caso el IPCC [un panel internacional dedicado al cambio climático y dependiente de Naciones Unidas], para que los países puedan alinear sus posiciones y llegar a soluciones conjuntas. Y hemos visto su utilidad con la pandemia, contra la que no puedes construir muros o bombardear. La mayoría de los desafíos que vienen tienen una base científica y no tienen, por ejemplo, soluciones militares.
Marga Gual se licenció en Biología por la Universidad de Barcelona y después viajó a Australia para cursar un doctorado en Biociencias Moleculares en la Universidad de Queensland. Se pasó cinco años escudriñando una proteína relacionada con distintos tipos de cáncer para hallar posibles dianas terapéuticas. “La ciencia es, a veces, lenta. Se construye paso a paso. Yo quería algo más inmediato”, explica. En 2013 entró como becaria en Naciones Unidas, donde trabajó por “la inclusión de la ciencia en la redacción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible”, época en la que Barack Obama, el entonces presidente de EE UU, comenzaba a enviar embajadores científicos para acercarse a países enfrentados como Irán, Cuba o Corea del Norte. Unos años antes, en 2010, la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia había publicado el primer marco teórico de este campo profesional. La diplomacia científica eclosionaba.
P. ¿Por qué ese cambio de aires?
R. Estaba terminando el doctorado y un poco frustrada por estar en esa habitación oscura, con mi microscopio, mis células y mis proteínas. Mientras, se estaba construyendo una agenda vital para los próximos 20 años del futuro mundial [la Agenda 2030] sin contar con los científicos. Me metía en la web de organismos como la ONU y no había un solo perfil. Eso me despertó la curiosidad y ahí entré en el mundo de la diplomacia.
P. Pervive una imagen algo antigua de la diplomacia. ¿Era lo que esperaba?
R. Se me cayeron muchos mitos. No es el mundo glamuroso y de cócteles que a veces nos pintan. Te das cuenta de que es un trabajo extremadamente burocrático, nada romántico. Requiere que 200 países lleguen a un consenso. Y un organismo internacional solo puede hacer recomendaciones, no puedes obligar a nada. Ese es el gran malentendido de la diplomacia internacional.
Los logros de la diplomacia científica
El Tratado Antártico, suscrito entre otros por EE UU y la extinta Unión Soviética, enemigos por aquel entonces, convirtió en 1959 a la Antártida (en la imagen) en un centro de investigación gobernado por la ciencia, colaborativo y abierto a cualquier nación. “Es uno de los hitos de la diplomacia científica antes incluso de que existiese el concepto”, define Gual.
Foto: Galen Rowell/GETTY
Firmado en 1987, el Protocolo de Montreal ordenó reducir la producción y el consumo de los gases CFC, causantes del agujero de la capa de ozono. “El primer protocolo universalmente ratificado. La perfecta triangulación entre ciencia, diplomacia e industria”, describe la científica. Casi 40 años después, la capa que recubre la tierra está prácticamente recuperada.
Foto: Michal Balada/GETTY
Uno de los grandes éxitos recientes de la diplomacia climática, el Acuerdo de París, estableció en 2016 la obligación de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para mitigar el cambio climático. “Fue un acuerdo innovador y a medida. Ofreció flexibilidad a los países miembros para cumplir los objetivos”, comenta Gual.
Foto: studio023/GETTY
En 2019, Gual, la protagonista de esta entrega de Talento a bordo, el proyecto de Iberia que da a conocer el talento español, fue una de las cinco españolas en pisar la Antártida con el proyecto de la ONG australiana Homeward Bound, título de una canción de Simon & Garfunkel. Desde 2020 reside en Suiza y trabaja en el Geneva Science and Diplomacy Anticipator (Gesda), un organismo destinado a detectar y prever el impacto de las innovaciones científicas en campos como la nanotecnología, la biología sintética o la inteligencia artificial y anticipar sus posibles pros y contras.
P. En el Congreso, hace poco, ya se habló de la necesidad de proteger la privacidad de los pensamientos. ¿Es mejor prevenir que curar?
R. Sí. Anticipar los futuros avances científicos antes de que sean realidad, aunque sea en el campo especulativo, nos sirve para determinar, junto a todos los actores implicados, los posibles beneficios y los riesgos.
P. ¿Funciona?
R. Si hubiésemos anticipado lo sucedido con la inteligencia artificial quizá podríamos haber mitigado ciertos riesgos, como la manipulación de imágenes y vídeos. Lo mismo ocurre con CRISPR, una técnica de edición genética. Ahora hay que hacerlo con lo que viene, como la biología sintética, que permite crear órganos artificiales, o el cloud seeding, la siembra de nubes artificiales para bloquear el sol y reducir la temperatura. Hay que analizar el posible impacto antes de que esté en nuestras manos porque entonces ya no podremos volver atrás, y las moratorias o sanciones tampoco sirven.
P. Entonces, ¿hay que hacer diplomacia con las empresas responsables de estos avances?
R. Hay que abarcar nuevos actores. Google o Amazon tienen más poder geopolítico que muchos países. Lo que se decide en una start-up puede tener más impacto global que lo que se decide en Naciones Unidas.
P. ¿Y ya se está hablando con ellas?
R. Cada vez veremos más ejemplos de embajadores tecnológicos. Dinamarca fue el primer país en crear esta figura. Y en vez de enviarlo a la capital diplomática de un país lo mandó a Silicon Valley. Es el primer embajador que no es nombrado ante un estado sino ante un conjunto de empresas.
P. Usted llegó a lo que es hoy haciendo zigzag. ¿Puede una persona joven formarse en diplomacia científica?
R. Aunque ya se empieza a ver alguna posición específica en centros de investigación y organismos internacionales, aún no hay carreras o formaciones en diplomacia científica. El que sale del doctorado en Física Teórica no está preparado para que lo lancen a una embajada. Y el diplomático de carrera tiene unos conocimientos generalistas en ciencia. Hay que fomentar estudios que fusionen ambos campos.
P. Nació en Mallorca, muy cerca del mar. ¿Eso le ha influido?
R: Claro. Crecí frente al mar y a veces pienso que mi casa podría no existir en un periodo de tiempo no muy largo. Tengo una conexión fuerte con mi tierra, con el Mediterráneo. Me encanta bucear, por ejemplo. Y mi padre me enseñó a pescar. Cuando paso mucho tiempo sin ver el mar me entra morriña. Creo que es algo que los isleños llevamos un poco dentro. Seguramente esto no está demostrado científicamente, pero... así es.
El talento como científica…
Gual quiso comprender el mundo desde niña. Se interesó por las matemáticas, la física o la química. Y se convirtió en científica al estudiar la carrera de Biología. “Para conocer el mundo hay que conocer la ciencia”, sostiene, “y muchas veces no lo transmitimos así”.
…el talento como diplomática
En este mundo, en cambio, se sumergió tras terminar su doctorado y fue aprendiendo sobre la marcha. “Transité un camino no establecido y me fui abriendo paso. Hay un elemento de serendipia. De saber identificar una oportunidad cuando te pasa por delante”, relata.