El toro bravo, oscuras contradicciones en torno a un juguete roto
Tres corridas celebradas en Sanlúcar de Barrameda, Tarifa y Utrera, y las ferias de novilladas de Calasparra y Villaseca de la Sagra dejan en evidencia la tauromaquia actual
Tres corridas en plazas de tercera han puesto el dedo en la llaga. La primera, en Sanlúcar de Barrameda, el pasado día 20 de agosto, la V Corrida Magallánica, en la que se lidiaron toros de Miura y se indultó el segundo, ‘Guineo’, lidiado por Esaú Fernández; la segunda, el domingo 27, en Tarifa, con toros de Fuente Ymbro, en la que se le perdonó la vida a ‘Harpía’, que cayó en las manos de El Cid, y la tercera, el pasado 3 de septiembre, en Utrera, con reses, otra vez, de Fuente Ymbro, en la que se indultó otro toro, ‘Embriagado’, de la mano, de nuevo, de Esaú Fernández.
Al margen de los indultos, justo el primero y exagerados los otros dos, lo verdaderamente memorable de estos festejos es que en los tres hubo toros; todos ellos, en primer lugar, excelentemente presentados, de modo que podían haber sido aprobados en cualquier plaza de segunda o de primera, porque el tal Guineo se presentó en la Feria de Julio de Valencia y solo fue rechazado por las consecuencias de una pelea en la desencajonada, y varios de los lidiados en Utrera fueron aprobados en Bilbao y Pamplona.
Pero hubo más: en el juego de los toros, variado como no podía ser de otra forma, destacó la fortaleza, la fiereza, la codicia, la acometividad, la movilidad y la encastada nobleza, no exenta de exigencia y dificultad, como corresponde a un toro bravo.
¿Cómo es posible que toros que fueron aprobados en Bilbao o Pamplona acaben lidiándose en Utrera con las numerosas ferias de superior categoría que se celebran en estas fechas?
Habría que preguntarles -y que contestaran con sinceridad, claro- cómo les fue la tarde a los toreros que se pusieron delante de ellos; a Ferrera, Esaú Fernández y David Galván, que se anunciaron con los miuras; a El Cid, Manuel Escribano y el toricantano Manuel Ponce, que hicieron el paseíllo la tarde de Fuente Ymbro, y al propio Esaú, a Borja Jiménez y Francisco de Manuel, que actuaron en Utrera.
No había más que verles las caras de agobio por las imágenes de Canal Sur TV (CSTV), que retransmitió los tres festejos. Los ocho toreros, en mayor o menor medida, se vieron obligados a hacer acopio de vergüenza y amor propio para aguantar, primero, y superar, si ello fuera posible, el vendaval de casta que se les vino encima. El Cid, por ejemplo, pudo demostrar su conocimiento y calidad con el indultado ‘Harpía’, pero pasó las de Caín con su primero; e igual trago sufrieron Escribano, que impuso al final su dominio, y el joven Ponce con toros muy exigentes.
En consecuencia, nadie se aburrió ni en Sanlúcar ni en Tarifa ni en Utrera; y tanto los espectadores presentes como los que vieron los festejos por televisión vivieron con intensidad la emoción del toro bravo, esencia fundamental de esta fiesta.
Lo sucedido en esas tres corridas, -en plazas de tercera categoría, no se olvide- podría dar lugar a alguna reflexión porque algo serio está pasando desde hace tiempo.
¿Cómo es posible que toros que fueron aprobados en Bilbao o Pamplona acaben lidiándose en Utrera con las numerosas ferias de superior categoría que se celebran en estas fechas? Este blog ha dirigido la pregunta al ganadero de Fuente Ymbro, Ricardo Gallardo, quien ha respondido que necesita aportar ocho o nueve toros cuando acude a una plaza de primera, “y cuando llega septiembre quedan en el campo los toros aprobados y no lidiados”, añade, “y te ves obligado a venderlos para las calles o darles salida en plazas de tercera”. De sus palabras se deduce que esos toros de respetable trapío no los puede lidiar en ferias de segunda porque no son aceptados por las figuras, que prefieren oponentes más cómodos.
¿Cómo se explica, -otra pregunta-, que en ciclos de novilladas como el de la Feria del Arroz de Calasparra o el Alfarero de Oro de Villaseca de la Sagra se lidien reses de astifinas defensas que parecen propias de un espectáculo diferente al que se ve en las ferias de postín?
¿Ese toro que lidian las figuras es el que necesita la tauromaquia del siglo XXI para sobrevivir? ¿Por qué se permite la dictadura de los toreros, ganaderos y empresarios más influyentes, que imponen el toro de diseño, aborregado, sin casta ni bravura, y manipulado en la inmensa mayoría de las ocasiones? ¿Por qué engañan con tanto descaro y menosprecio al público?
Contestan los taurinos a estas cuestiones que el toro de antaño lucía menos trapío que el de hoy, que siempre se ha afeitado y que, a pesar de ello, la fiesta continúa viva.
El toro que hoy lidian las figuras no garantiza en absoluto la emoción inherente a la fiesta
Quizá sea cierto, pero hay una diferencia fundamental; antes, la fiesta era auténticamente ‘nacional’ en el sentido de que el ocio de la ciudadanía giraba mayoritariamente en torno a ella, la ausencia de medios de comunicación audiovisuales impedía la información inmediata de la que se dispone hoy, y la extendida cultura del ‘sobre’ periodístico -la compra de los críticos taurinos por las figuras- ocultaba la realidad.
Hoy, felizmente, el ‘sobre’ no es una práctica habitual, pero la fiesta ha dejado de ser ‘nacional’, los aficionados ya no forman la legión de antes, y las redes sociales transmiten al momento los triunfos, los fracasos, los aciertos y las tropelías de quienes viven de este negocio.
Se dice que el público ha cambiado y que hoy es más sensible, que no quiere dramas y prefiere el arte con becerrotes bonancibles que hazañas con toros.
No, no es verdad. El único cambio trascendental es que la afición está desaparecida, expulsada, más bien, de las plazas, empachada de tanto fraude. Por eso, hoy no mandan los aficionados, sino los taurinos, que sí imponen sus gustos a la mayoría.
El recordado maestro Dámaso González dejó dicho que “el aficionado necesita un animal con fiereza, porque, de lo contrario, no valora lo que hace el torero”. Y Victorino Martín padre proclamó que “el animal bravo debe transmitir la emoción del peligro y demostrar fiereza, casta, acometividad y duración en las suertes”. Y dijo más: “El mayor cáncer del toreo es hacer que un toro no moleste; el bravo exige, molesta y hace sudar”.
A los dos maestros los ignora el taurinismo oficial.
El toro que hoy lidian las figuras no garantiza en absoluto la emoción inherente a la fiesta. No es necesario citar ferias recientes; no hay más que ver los resultados artísticos de las últimas corridas de las figuras, y se podrá constatar, primero, que el cartel de ‘no hay billetes’ no lo coloca ya ni Roca Rey, que la invalidez y la falta de casta son las condiciones más habituales de los festejos de postín, y que ningún taurino da la voz de alarma ante esta situación.
Y un curioso dato final: mientras se constata que la asistencia a las plazas mengua año tras año, aumenta considerablemente la afición a los festejos populares. ¿Por qué será? Algo tendrá que ver la emoción, se supone. Resulta llamativo, además, que los participantes callejeros exijan toros en puntas -la normativa lo prohíbe- mientras el afeitado campa a sus anchas por todas las plazas.
Por fortuna, las cámaras de CSTV enseñaron que otra fiesta es posible; las corridas de Sanlúcar de Barrameda, Tarifa, Utrera, a las que habría que añadir la de Villacarrillo, el pasado 9 de septiembre, emocionantes todas, dejaron en evidencia a los taurinos, versados en la mentira.
Oscuras contradicciones en torno a un juguete roto, el toro.
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