Un museo donde cantar y corretear por los pasillos
La Fundación Banco Santander organiza en su sala de exposiciones de Boadilla del Monte (Madrid) actividades de mediación cultural para acercar el arte a estudiantes y colectivos vulnerables, rompiendo barreras
En un museo no se corre, no se grita, no se canta y, desde luego, no se organiza un desfile de disfraces ni se hace una acampada. Ante un paisaje o un retrato del barroco, no te inventas qué pasó en el cuadro o imaginas quién pudo haber sido el señor barbado que sale en la pintura: ¿en qué estaría pensando mientras lo retrataban, cuál sería su comida favorita? Esas cosas no se hacen, ¿verdad?
¿Quién lo dice?
“Defiendo otra manera de entrar en los museos”, explica Susana Gómez, directora de Estrategia de la Fundación Banco Santander. “Si aburrimos a los niños, si expulsamos a la infancia de los pasillos de una sala de exposiciones, ¿cómo vamos a conseguir generar luego un público joven?”.
Las preguntas incorrectas
El paradigma, relata Gómez, ha cambiado por fortuna en la última década y media. Los museos de hoy dan tanta importancia al espacio expositivo como a sus proyectos pedagógicos, una evolución de la que la propia Gómez y la Fundación Banco Santander han sido protagonistas, casi pioneros. Todo empieza, dice, por hacerse las preguntas apropiadas, al situarse frente a una obra de arte: “No queremos niños que repitan lo que podrían haber aprendido leyendo Wikipedia. Deseamos ofrecerles una experiencia, hacerles sentir que el museo también les pertenece”. Gómez incide especialmente en este punto: hacerles partícipes, invitarles a sentir y comentar lo que les evoca, a reflexionar en alto sin complejos; a romper la barrera que los deja fuera.
Ellos son los autores de las preguntas que propician que el público joven salte la valla que los aleja del arte: Estefanía Santiago (izquierda) y Carlos Almela, de Hablar en Arte, la asociación a la que la Fundación Banco Santander encarga desde hace algunos años estas actividades de mediación cultural. Suelen trabajar con alumnos y alumnas de colegios en entornos vulnerables o con instituciones dedicadas al cuidado de personas con discapacidad física o intelectual.
—Antes de dar una vuelta por la sala, quería haceros unas preguntas. Imaginad: ¿Cuántos pigmentos puede haber en todos estos cuadros? ¿Cuánta gente puede haberse enamorado en esta sala? […] Entre los olivos y encinas de afuera, viven 20 especies de aves. ¿Os atreveríais a imitar sus cantos para los próximos visitantes?
Carlos Almela y Estefanía Santiago consiguen que venzan la timidez inicial, los graban gorjeando y silbando, y el grupo de estudiantes del colegio Ciudad de los Muchachos de Madrid y los dos profes que los acompañan arrancan con entusiasmo la actividad.
Acaban de desfilar disfrazados —“¿No lo hizo Beyoncé en el Louvre?, ¡venga, animaos todos!”—, y los adolescentes ahora buscan qué cuadros les evocan más, para responder a esas preguntas apropiadas que les han planteado los de Hablar en Arte:
—¿Este? ¿No es muy oscuro?
—Pero ¿tú aquí qué ves?
—No sé, soledad, una tristeza larga.
—¡Ay, chica! Qué intensa eres.
Así hablan frente a una obra abstracta de José Manuel Broto de 1989 dos de las alumnas, adolescentes en los últimos cursos de la ESO. ¿Acaso están equivocadas en cuanto observan?
Luego, cada grupo, se planta ante la obra elegida y cuenta al resto. Y aquí surgen historias de toda clase: algunos construyen con gracia el argumento más inverosímil de un filme de catástrofes propio de Hollywood, otros se cuestionan, dejando atónitos a los oyentes: “En un bodegón, ¿por qué son solo comida los cervatillos o las gallinas y no los perros o los gatos?”. Efectivamente, se trata de una característica de índole cultural. El arte habla de nosotros, y se puede dialogar con él.
Decretado el final de la actividad, todos corren a la salida, contentos porque han escapado por un par de horas del aula, porque por primera vez no les han reñido por hablar en un museo…
Hace dos décadas, los patrocinios artísticos consistían básicamente en costear la producción de una exposición y lucir luego, bien grande, el logo del pagador junto al vinilo con el nombre del artista. Así lo recuerda frunciendo el ceño Gómez, que entró en la Fundación Santander como becaria y que, tras unos años dedicada a la innovación tecnológica, terminó desembocando en el camino que más propicio parecía para ella —Gómez es también coordinadora en el máster de Gestión Cultural de la Universidad Carlos III de Madrid—, el cruce entre arte y pedagogía. “Queríamos dejar un poso, proyectos más trascendentes. Y así fuimos poco a poco proponiéndoselos a las instituciones con las que el Banco Santander tenía un convenio”. Así llegaron con esa filosofía tan bien recibida en las propias instituciones a lugares como el Museo Reina Sofía de Madrid o el MACBA de Barcelona. Y, en esta segunda década del siglo XXI, todas las entidades que colaboraron o recibieron financiación de Fundación Santander en algún momento fueron incorporando esta visión, que ya es una realidad en la mayoría.
Gómez recuerda y puede citar decenas de proyectos así concebidos, una retahíla interminable, pero se detiene en uno que, según su criterio, ejemplifica el ideal que abanderaron. Levadura, se llamaba. Durante dos meses, los artistas elegidos convivían con estudiantes de aulas escolares para exponer al final de ese período el resultado de su investigación plástica al espectador. Y, para conseguirlo, lograron movilizar a colegios públicos y espacios municipales madrileños como Matadero o CentroCentro. “Fue un antes y un después. Siempre recordamos al profesor que, en cierta medida, nos cambió la vida. ¿Imagináis el impacto de una actividad así? Gracias a que existió la iniciativa, muchos chicos y chicas de contextos vulnerables tuvieron la oportunidad de acercarse al arte y la cultura”.
El arte nos habla a todos, si sabemos escuchar
Costa Badía, artista, performer, comisaria y mediadora cultural se presenta ante el grupo de participantes, todos jóvenes con parálisis cerebral de la Fundación Bobath, y les cuenta lo que están a punto de ver proyectado: el documental Crip Camp, sobre un revolucionario campamento de los setenta que abrió la vía hacia la igualdad para las personas con discapacidad en EE UU. Badía lleva años luchando contra esos límites o imposibilidades, trabaja con regularidad con museos como el Reina Sofía e incluso ha impulsado una galería en línea que promueve la obra de artistas con discapacidad: Tullida Gallery, decidió llamarla.
El plan es casi idéntico al que un par de días antes desarrollaron los colegiales: ponerse ante el cuadro escogido y hacerse las preguntas deseadas, tan pronto han terminado de ver el documental. Cuidadoras y participantes recorren los pasillos: “¿En este cuadro es en el que te gustaría ver una puesta de sol?”, “¿aquí es donde te gustaría venir a darte un beso?”…
Los 1.200 metros cuadrados de sala están ahí para ellos solos, una particularidad que hace especial este espacio de Banco Santander en Boadilla del Monte. Dice Gómez que tienen mucha suerte, porque esto mismo que hacen, no podrían llevarlo a cabo si al final de año alguien cuantificara el número de visitantes o midiera el éxito de estos programas en cifras. “Nadie las exige porque aquí todos sabemos que esto no habría manera de hacerlo con 6.000 o 10.000 alumnos al año. Que logremos traer a 400 personas en estas condiciones significa mejorar de verdad 400 vidas sin oportunidades. Hemos tenido que aprender a contarlo, claro; ¿qué decimos? Que el arte sirve para volver a colocar en el centro de la sociedad a gente a la que tendemos a orillar en los márgenes”.
Ya han contado todos los grupos qué cuadros han escogido y por qué, ya han sido capaces de revelarles a todos sus confesiones y sueños. Y, para finalizar, Carlos Almela les pide una última cosa.
—¿Veis esta tienda de campaña que hemos montado en esta escultura de Anish Kapoor? Como en el campamento del documental. Quiero que cada uno se acerque y deje aquí un objeto especial para ellos, que querría llevarse sí o sí a ese campamento.
Uno a uno se aproximan, pasan con la silla entre las mitades de granito de la escultura del artista indio y van depositando sus objetos: poco a poco se van amontonando una camiseta del Atleti, un camafeo, otro colgante, una linterna, las fotos de una mascota…
Un museo lleno de vida, arte que nos habla y nos invita a hablar