Muere Marisa Paredes, el compromiso de una actriz

La intérprete, Goya de Honor en 2018, ha fallecido en Madrid a los 78 años. Trabajó en el cine con Pedro Almodóvar, Arturo Ripstein y Agustí Villaronga, entre otros, además de triunfar en el teatro, donde empezó, con una larga carrera

La actriz Marisa Paredes, en el cafe Gijón de Madrid.Foto: Inma flores | Vídeo: EPV

El fallecimiento de la actriz Marisa Paredes (Madrid, 78 años) deja al cine español sin uno de sus mejores ejemplos de elegancia natural y de gran dama. También al teatro, su pasión, al que iba a retornar estos próximos meses. Lo inesperado de su muerte, por un problema coronario este martes de madrugada en el hospital madrileño Fundación Jiménez Díaz, adonde acudió al sentirse indispuesta, con su pareja, Chema Prado, estudioso del cine y exdirector de la Filmoteca Española, ha provocado un terremoto emocional en el audiovisual, que esta mañana no encuentra palabras en la despedida de Paredes, premio Nacional de Cinematografía en 1996, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2007 y Goya de Honor en 2018, entre otros muchos galardones. El miércoles por la mañana, en el Teatro Español, la actriz recibirá el correspondiente homenaje.

El viaje de Marisa Paredes arrancó en una portería de la madrileña Plaza de Santa Ana, y acabó en los grandes salones de la cinematografía mundial, ya que además de sus películas con Pedro Almodóvar, por las que más la recordarán los espectadores españoles, está sus trabajos, por ejemplo, con el mexicano Arturo Ripstein en Profundo carmesí y El coronel no tiene quién le escriba —esta sí una certera adaptación del imaginario de Gabriel García Márquez— con Jaime Rosales (Petra), con Agustí Villaronga (Tras el cristal), el también mexicano Guillermo del Toro (El espinazo del diablo) o Fernando Trueba (Ópera prima).

Con todo, el eco cinematográfico de Marisa Paredes estará ligado para siempre al de la obra de Almodóvar, por sus colaboraciones en Entre tinieblas (1983), Tacones lejanos (1991), La flor de mi secreto (1995), Todo sobre mi madre y La piel que habito (2011), además de un cameo en Hable con ella. Paredes entró en 1983 en ese mundo Almodóvar, y nunca lo abandonó. Para la intérprete, no ha habido creador igual en su existencia: “[Ha sido] definitivo en mi vida por su sentido de la libertad y del compromiso con el trabajo”. En otra entrevista, apostillaba: “Siempre me preguntan si Almodóvar fue un antes y un después, y no es eso, pero sí un más allá”.

Pedro Almodóvar dirige a Rossy de Palma, Marisa Paredes y Chus Lampreave en 'La flor de mi secreto' .jean marie leroy (Sygma/Getty Images)

Como recordaba en esta entrevista hace unos meses en la revista ICON, Paredes nació pobre, la cuarta y última de las hijas de una portera, Petra, y de una trabajador de la fábrica de cerveza El Águila, Lucio. Y eso nunca lo olvidó. Más allá de sus trajes vaporosos de Sybilla, su diseñadora fetiche, y de un porte aristocrático, Paredes tenía grabada a fuego una conciencia de clase obrera: “La diferencia de clases era clarísima. Un día le pregunté a mi madre por qué éramos pobres. Me dijo: ‘Esto se hereda, hija, igual que lo otro’. Ser rico se hereda, y ser pobre también. Eso, eso lo tengo aquí [señalándose la cabeza]”. De ahí su compromiso de izquierdas y feminista que la llevó a estar presente en cualquier batalla social. Aprendió a leer sola “porque un vecino tenía tebeos”, y nunca olvidó el consejo de su madre: ‘Marisita, hija, lucha por lo que quieres”.

Tuvo que dejar el colegio a los 11 años para entrar a trabajar de modista en una casa de moda, donde, por su constitución, ya recibió el apodo de Pajarito, como un personaje de Galdós. Sin embargo, haber nacido en la madrileña Plaza de Santa Ana le ofreció una atalaya sobre un edificio que, ahora, albergará su despedida final: su casa estaba a escasos pasos del Teatro Español, y desde los cinco años quiso ser actriz. No había podido ir a una obra de teatro, pero veía a las intérpretes entrar a las representaciones y en su casa, en una radio, oía las dramaturgias retransmitidas en la cadena SER. Esa misma plaza le dio su primera oportunidad, porque se acercó al rodaje en Santa Ana de 091, policía al habla (1960), de José María Forqué, a ver si la cogían para algo y le ofrecieron, con 14 años, hacer de prostituta con un vestido rojo. Paredes, por supuesto, aceptó.

Al año siguiente, logró ser contratada por el Teatro Cómico, aunque su padre le obligó a no aceptar la propuesta. Mejor le fue, buscando protección y apoyo en su madre en la brega contra su padre, con 16 años en el Teatro de la Comedia, y allí empezó con Conchita Montes en una obra de José López Rubio, Esta noche tampoco (1961), de meritoria como criada. Hasta que una indisposición de Carmen Sainz de la Maza le llevó a ascender a doncella. Ahí empezó su carrera.

Marisa Paredes junto a José Luis Pellicena, en una de las obras de 'Estudio 1' de TVE.

Por su talento y su porte ese mismo año comenzó a actuar en las obras emitidas en el Estudio 1 de RTVE, donde participó en innumerables representaciones. “He tenido la suerte de que, como no tengo pinta española, no soy Concha Velasco o estas estupendas, cuando la televisión era culta y daban teatro, yo hacía todos los dramas de Chéjov, de Dostoievski, de Ibsen. Era el alma rusa. El gran drama. Tengo esa cosa honda”. En el teatro también recordaba su alianza artística con Lluís Pasqual: ”El que más confió en mí”.

Con ese mismo director tenía previsto estrenar en 2025 Cargada de futuro. Se trataba de un monólogo de Paredes con texto y dirección de Pasqual en el que se mezclaba poesía, recuerdos y cine. En un ambiente íntimo, la actriz compartía los versos de autores clásicos y contemporáneos que amaba, sus reflexiones sobre el amor y su vida, un texto evocador con imágenes y música que abordaban desde la Transición política de España a Lorca o su trabajo con Villaronga, informa Rosana Torres.

Marisa Paredes, con el Goya de Honor de 2018. Aplaudiendo, Agustí Villaronga.Chema Moya (EFE)

El cine se le resistió. Hasta 1980, con Ópera prima, de Fernando Trueba. Tres años después, se convertía en chica Almodóvar con Entre tinieblas —justo la película en la que se nació el término chicas Almodóvar—, a la que siguieron Las bicicletas son para el verano (1984), de Jaime Chávarri (con quien repetiría en Tierno verano de lujurias y azoteas), y Tras el cristal (1986), de Agustí Villaronga. Esa y La flor de mi secreto eran, para Paredes, sus mejores trabajos fílmicos. En La flor de mi secreto, rodada en parte en EL PAÍS, la actriz declamó dos frases míticas, que le persiguieron el resto de su carrera, y que ella misma recitaba feliz: “Ay Betty, excepto beber, qué difícil me resulta todo” y “¿Existe alguna posibilidad, por pequeña sea, de salvar lo nuestro?”.

Con Almodóvar logró el premio de mejor interpretación femenina, compartido con todo el reparto, en Cannes de Todo sobre mi madre, película que acabaría ganando el Oscar. Su carrera en el cine también se prolongó en Francia y México. Con Arturo Ripstein participó en dos largos fascinantes y contundentes: Profundo carmesí y El coronel no tiene quién le escriba. Entre esa filmografía internacional, que explota desde los años noventa, destacan además sus personajes con Amos Gitai (Golem, l’esprit de l’exil), Philipe Lioret (En tránsito), Raoul Ruiz (Tres vidas y una sola muerte), Alain Tanner (Jonás y Lila), Cristina Comencini (Mi familia italiana) o Manoel de Oliveira (Espelho Mágico) Entre los recientes trabajos de Paredes destaca un papel en los últimos capítulos de Vestidas de azul (Atresplayer), producción de los Javis.

Y con todo, Paredes nunca se alejó de sus orígenes: en las últimas décadas vivió cerca de aquella plaza de Santa Ana natal, y a su hija (la también actriz María Isasi, nacida de su relación con el cineasta Antonio Isasi-Isasmendi; Paredes nunca se casó, “por principios”) le compró un piso en la colindante plaza del Ángel, donde ahora también vive su nieta. Fruto de ese entender la interpretación como un camino para mejorar las vidas, presidió la Academia de Cine. Y le tocó uno de los momentos más complicados de esta institución, durante la guerra de Irak, y el huracanado No a la Guerra de la ceremonia de los Goya de 2003: “Un momento histórico de gran trascendencia. Un acto de libertad. Todo el país negaba la guerra y aquella mentira de las armas de destrucción masiva. Toda la profesión salió y todo el mundo siguió aquel grito… Metí en una caja de zapatos, yendo a la gala, las pegatinas de ‘No a la Guerra”.

De ahí sus clarísimos posicionamientos: “Creo cada vez más en la sociedad civil como clave en el avance de la sociedad. Creo en las asociaciones. Los políticos siempre tienen sus compromisos y llegan hasta donde llegan, pero la sociedad civil… José Luis Sampedro lo decía, si el pueblo se diera cuenta de la fuerza que tiene, las cosas se cambiarían antes. Pero la gente no piensa y vota [...] sin ninguna ideología, por inercia”. Y por ello estaba siempre atenta al devenir político, como cuando Vox alcanzó los gobiernos autonómicos en alianzas con el PP. “¿Pero qué es esto, cómo pueden tener tanto miedo a la libertad, a la cultura?”, se preguntó la intérprete en un acto de campaña con Sumar en julio de 2023 después de que estas coaliciones de derechas anunciaran cancelaciones de distintas obras de teatro y películas en lugares donde gobernaban. Por la misma razón se sumó al coro de quienes protestaron por la presencia de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en la capilla ardiente de Concha Velasco: “Hubo quien me dijo: ‘Quizás no era el momento”. Perdón, los momentos no se eligen”.

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