El heavy metal como terapia: larga vida a los ‘metaleros’ cuarentones

La novela ‘La Armada Invencible’ (Seix Barral), del mexicano Antonio Ortuño, recrea con humor, ácido y cierta melancolía la reunión de una banda de viejos ‘heavies’ que no acaban de encajar en el mundo actual

El escritor Antonio Ortuño retratado en el Hotel de Las Letras, en Madrid, el 10 de noviembre de 2023.Samuel Sánchez

Barry Dávila luce unas botas vaqueras que resuenan “igual que los cascos de un caballo contra el vitropiso, clop, clop, clop”, una chupa de cuero manchada, arrugada y con herrajes, gafas Ray Ban de aviador, una “playera” (camiseta) de Black Sabbath, jeans ajustados “para exhibir mejor el paquetón” y un cinturón con una notoria hebilla de águila romana. Barry Dávila es un metalero cuarentón que se machaca en el gimnasio p...

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Barry Dávila luce unas botas vaqueras que resuenan “igual que los cascos de un caballo contra el vitropiso, clop, clop, clop”, una chupa de cuero manchada, arrugada y con herrajes, gafas Ray Ban de aviador, una “playera” (camiseta) de Black Sabbath, jeans ajustados “para exhibir mejor el paquetón” y un cinturón con una notoria hebilla de águila romana. Barry Dávila es un metalero cuarentón que se machaca en el gimnasio para amarrar la juventud y se pasea con el orgullo de “un dios de otro tiempo” por el centro comercial de Zapopan, Guadalajara, México. Va a resucitar a la banda que le otorgó (muy poquita) gloria en otros tiempos: La Armada Invencible. Que tiemble el mundo.

La Armada Invencible (Seix Barral), de Antonio Ortuño (Zapopan, 47 años), es la novela que narra el proceso de reconstrucción de esa banda ficticia de heavy metal en unos tiempos que ya no son propicios para esos cuarentones que también quieren reconstruir unas vidas que se torcieron: empezaron los divorcios, los despidos, los achaques, la desesperanza. “Envejecer es dejar de ser el que vive y pasar a ser el que recuerda”, escribe Ortuño, columnista en la edición mexicana de EL PAÍS, porque el correlato del texto, más allá de las agridulces peripecias de estos greñudos talluditos, con sus viejos discos de Metallica, Slayer o Iron Maiden, es el paso del tiempo destructor de ilusiones, el fin de la juventud, la entrada en un nuevo mundo que no se entiende y que no te entiende. Sobre todo si eres heavy.

Ortuño, a sus 47 años, está en la horquilla de edad de los protagonistas, y sigue vistiendo camisetas de los Misfits o de Motörhead, como cuando era un chaval, pero no había tratado aún el tema en su ya nutrida producción literaria. “Es la primera vez que escribo directamente sobre música”, cuenta, “la música es para mí una referencia estética al mismo nivel que la literatura o el cine. Pero como soy tan fan del metal, nunca me había dado por escribir desde ahí, lo sentía demasiado cerca”. Cuando el escritor era joven tenía la impresión de que todo en la vida giraba en torno al rock, pero la vida se revela como una sucesión de desengaños, y otras cosas cobran una importancia inopinada. Algo así se revela a Barry Dávila y sus compinches.

El escritor Antonio Ortuño retratado en el Hotel de Las Letras, en Madrid, el 10 de noviembre de 2023. Samuel Sánchez

“Con el tiempo, el rock se convirtió en algo así como la filatelia, la esgrima, un pasatiempo de otro siglo”, dice el autor. En efecto, uno de los debates musicales de la actualidad es la muerte del rock como música de masas, o como ritmo de la juventud, sustituido por las músicas urbanas, el reguetón o el pop electrónico, por el artista individual con base digital en vez de la banda de colegas, y todas esas voces moduladas por el autotune.

Esa música, el reguetón, es ahora totalitaria, suena por todas partes, en todas las tiendas, y te la sugiere el algoritmo de las aplicaciones, aunque no la detecte entre tus gustos”. Aunque como también apunta el autor, los rudos metaleros nunca fueron lo mainstream, sino los raros irreducibles del instituto donde la gente escuchaba a Luis Miguel. Siempre la minoría alzando la mano cornuda. “Pero esta novela no trata del fervor adolescente por el rock, sino del amor por el rock en la vejez”, dice Ortuño.

El libro está estructurado como un L.P. o un casete, con dos caras y varios capítulos/canciones en cada una, titulados como algunos grandes éxitos del género metálico. La prosa está plagada de términos macarras mexicanos, que caracterizan con precisión a los personajes. Aunque la historia avanza muy lento hacia el futuro (¿será que no hay futuro para ellos?) cada vez se hace más rica en la recreación de un pasado cada vez más legendario, a través del relato del apático narrador principal, el bajista Yulian, pero también con la intervención de los otros personajes a través de entrevistas. “El rock se ha contado a sí mismo a través de las entrevistas, no ha sido materia de historiadores, así que creo que es un medio natural para esta historia”, dice el autor. Así, es una narración coral, pero descompensada, pues no todas las voces tienen el mismo peso, y así se va tejiendo ese pasado cada vez más detallado en el que muchas veces las versiones de los hechos difieren, como en la vida misma.

La formación clásica de Motörhead posa en Londres en 1978. Desde la izquierda, el guitarrista 'Fast' Eddie Clarke, el batería Phil 'Animal' Taylor y el bajista y cantante Lemmy Kilmister. Foto: Getty

Aunque los miembros de La Armada Invencible estén sumidos en la melancolía, el libro Hard, Heavy & Happy, del psicólogo metalero Nico Rose, publicado en Alemania y sin traducción al español, defiende que los heavies son más felices gracias a su afición: la pasión por la música y la liberación de energía son beneficiosas para reducir la ansiedad y la depresión. Y bailar meneando violentamente la cabeza con la melena al viento (el llamado headbanging) es una sana forma de quemar calorías.

“El metal te da un subidón que otro tipo de música no proporciona. Una tía mía española escuchaba Mocedades: creo que es imposible que ella sintiera escuchando a Mocedades lo que yo siento escuchando a Slayer”, dice el autor. El metal le parece música confrontacional, no ambiental, que te apela, que incluso interfiere en ciertas actividades, como escribir. Para eso prefiere música sinfónica (los heavies sienten cierta conexión con la música clásica, de cuya transcendencia y virtuosismo se sienten, en cierta manera, herederos).

Aunque a Ortuño le apasionan otros géneros del rock, la elección del mundo del heavy metal parecía la ideal para narrar esta historia, que tiene mucho de sátira de esa tribu que nunca se rinde, una sátira siempre desde un respeto reverencial. “Conozco a punks que se convirtieron en sociólogos, periodistas o políticos”, dice Ortuño, “si hablas con ellos puedes descubrir algo de su pasado punk, pero ya no lo aparentan. En cambio, los metaleros que conozco siguen en el heavy metal, con todas sus consecuencias, ataviados con sus chupas, botas o tenis blancos, como cavando cada vez un pozo más profundo”.

Echándole un poco de imaginación antropológica, podría aventurarse que el punk se vive más como una militancia política que puede continuarse desde otros ámbitos (las ciencias sociales, la política, el periodismo), mientras que el heavy se vive más como una religión, con sus dioses, apóstoles y liturgias, que no se puede vivir a medias o abandonar tan fácilmente.

Antonio Ortuño en el Hotel de Las Letras, en Madrid, el 10 de noviembre de 2023.Samuel Sánchez

No es una novela de humor, pero contiene mucho humor, porque tampoco se trataba de hacer melodrama: “El humor tiene mala fama en la literatura, parece que puede escribir con humor Eduardo Mendoza y nadie más”, dice el autor. Los propios heavies son tendentes a practicar la autoironía (véase el clásico documental sobre la banda ficticia Spinal Tab o las letras y conciertos del grupo español Gigatron) y son conscientes de sus propias rarezas e histrionismo. “Yo que vengo de ese país ultraviolento y sangriento que es México no me trago el melodrama, porque es imposible en medio de miles de asesinatos, desapariciones y violencia incontrolada, y cuando la mayoría de los crímenes quedan impunes”. La vida puede continuar en esas condiciones cuando uno “negocia con la realidad desde otras claves”.

Las diferencias intergeneracionales, representadas en el trato con dos jóvenes, Brenda y Luisma, son otro tema de la novela. Este último, un chaval de nuestra época, con fuerte compromiso ecológico y social, es el que realiza las entrevistas para un documental. “Ve a los metaleros como algo folclórico, como algo pintoresco, que no le implica”, dice al autor. El propio Ortuño tiene dos hijos en edad universitaria. “Afortunadamente, son muy roqueros. Y eso que nunca utilicé métodos de coacción”, bromea. Ortuño sigue ahí, a pie del cañón: “Creo que el metal es la forma ortodoxamente perfecta del rock, es el rock en estado puro, sin fusionar, sin necesidad de coartadas sociales, políticas, geográficas; ni siquiera culturales. Es porque sí”.

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