Derroche de derroche

El boletín ‘Letras Americanas’ hila una propuesta literaria que va de María Sonia Cristoff (‘Derroche’) a Cynthia Rimsky (‘La revolución a dedo’), pasando por Valeria Tentoni (’El color favorito’)

La escritora argentina Maria Sonia Cristoff en la sede de Penguin Random House en Madrid.Jaime Villanueva

Hace apenas unos cuantos días, querido lector, mis ojos se cruzaron, en alguna página que no recuerdo si era impresa o digital, con una fotografía en cuyo extremo izquierdo aparecía la escritora María Sonia Cristoff.

Estoy seguro de que esa fotografía, en otro momento, no hubiera llamado mi atención como lo hizo, pero la casualidad —esa cosa que lo hace a uno buscar sin saber que está buscando— me llevó tropezar con ella apenas ...

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Hace apenas unos cuantos días, querido lector, mis ojos se cruzaron, en alguna página que no recuerdo si era impresa o digital, con una fotografía en cuyo extremo izquierdo aparecía la escritora María Sonia Cristoff.

Estoy seguro de que esa fotografía, en otro momento, no hubiera llamado mi atención como lo hizo, pero la casualidad —esa cosa que lo hace a uno buscar sin saber que está buscando— me llevó tropezar con ella apenas unas horas después de terminar de leer la novela más reciente de la autora argentina, en la que su talento, entre muchas otras cosas, vuelve a desbordar inteligencia, sentido del humor y exactitud estética.

Inteligencia, sentido del humor y exactitud estética: apenas escribo estas cualidades, mi mirada se aleja un poco de la imagen atrapada ahora en mi memoria y me permite verla completa: junto a Cristoff aparece Cynthia Rimsky —no creo que sea necesario insistir en que, a ella, aquellas palabras también le van como guantes a medida—. La fotografía, recuerdo, es una instantánea tomada tras la presentación de El color favorito, el hermoso ensayo de Valeria Tentoni que se va doblando sobre sí mismo, para dejar que la apariencia de sus hojas —qué es una entrevista— se convierta en un animalito —qué es la admiración que deviene obsesión—, un animalito de origami que presume movimiento —qué es la obsesión que deviene aprendizaje que deviene literatura—.

Las portadas de los libros 'Derroche', 'La revolución a dedo' y 'El color favorito'.Penguin / Penguin Random House / Gris Tormenta

Pero volvamos a Cristoff

Estoy casi seguro de que nunca había utilizado, en nuestra newsletter, la palabra desbordar. Así que si la uso ahora es a conciencia y no por nada. Como tampoco es sólo porque leer a Cristoff —da igual si uno se mete en Falsa calma, Inclúyeme afuera y Mal de época o si uno se mete en Pasaje a oriente, Patagonia y Acento extranjero, es decir, da igual si uno lee su narrativa, sus crónicas o sus ensayos— sea experimentar, literalmente, que aquello ante lo que se está, está a punto de desbordar las páginas que se sostienen, o que, aquello en donde de pronto se está, está a punto de mostrarle al lector las mil exuberancias de las que es capaz una lengua. No, si utilizo la palabra desbordar es, en realidad, porque la palabra estallido pienso utilizarla dentro de unas cuantas líneas más y porque la palabra derroche —esa otra palabra que, al igual que estallido, podría haber elegido para definir la literatura de la escritora argentina— ya la utilizó la propia Cristoff, como título, además de todo, para su última novela. La novela que terminé de leer apenas unas horas antes de cruzarme esa fotografía de la que hablé hacia el comienzo de esta entrega.

—Las coincidencias, cuando se desatan, no vienen solas, quizá porque aquello de que la muerte llega de a tres, debiera, mejor, ser utilizado con los talentos: de golpe, apenas volví a escribir acá lo de la fotografía, en la retina de mi memoria (sí, la memoria tiene su propia retina y su propio humor vítreo) vuelvo a ver la sonrisa como estallido de Rimsky, quien está sentada a la derecha Cristoff, que seguramente está sentada delante de Tentoni, que por eso no aparece en la imagen. Y pienso, entonces, en que hacía tiempo que quería escribir en este espacio sobre el trabajo de la autora chilena, sobre la inteligentísima y corrosiva El futuro es un lugar extraño, o sobre la desasosegantemente divertida y paradójicamente luminosa Yomuri (pariente cercanísima de Las tempestálidas, el libro de Gospódinov que tanto revuelo está causando), o sobre la descarnada y exacta La revolución a dedo, en la que la autora revisa el viaje que hizo a la Nicaragua de los ochenta y cuya espesura y claridad intelectual, así como su arco temporal, dialoga, a veces en el mismo sentido, a veces en el sentido opuesto, con la novela más reciente de Cristoff—.

Ahora sí, volvamos a Cristoff

Derroche, así se titula la novela más reciente de Cristoff, en la que una vieja hereda a su sobrina una carta que, más allá de contarle su vida, junto con el secreto que la sostuvo y le dio sentido, busca legar la posibilidad de una transformación: la de la propia vida de esa sobrina, a quien la cotidianidad, la vana ambición y, sobre todo, el trabajo y su ética contemporánea —la autoexplotación, dijera Byung-Chul Han—, le han carcomido la existencia. Lo fundamental, de donde emana el derroche de la historia de Cristoff, es ese secreto, que no voy a develar pero que sí voy a admirar: gracias a él, la novela de la argentina estalla en múltiples direcciones: la de la intimidad, la de los anhelos más retorcidos de la especia, la de la política y la de la ideología como trampas, la de la esclavitud moderna…

—Punto y aparte, en esta novela que derrocha puntos y apartes, instantáneas geniales que no acabaría acá de enumerar, no tanto porque el espacio me lo impida como porque no me cabe tanto en la memoria, son las tres o cuatro páginas en las que un minero que yace atrapado bajo tierra, tras un terrible accidente, cuando están por rescatarlos a él y a un par más de compañeros, decide que él, pensándolo mejor, no quiere salir de ahí: “No estamos para ironías. Ni nosotros ni nadie. El mundo no está para ironías. Pongamos entonces que prefiero morir enterrado vivo. Y acá no hay épica, sino réplica. Suban ustedes. Yo me quedo”—.

El derroche de Derroche, sin embargo, va más allá de la historia, pues también es formal. Quiero decir: el estallido es además el de las virtudes narrativas de Cristoff, que se muestra en posesión de un talento bestia: además de la carta, la novela está enhebrada por escenas de teatro, perfiles, una voz del más allá, telegramas, grupos de WhatAapp, correos electrónicos, canciones y hasta una crónica escrita por un jabalí —”el trabajo es la mejor policía / Frena apetitos de autonomía / Nos distrae con cualquier cosa / nos roba potencia nerviosa / De la mañana a la noche / Nos prohíben el derroche”—.

Todo estallido, todo derroche, sin embargo, para ser literatura, para ser literatura de la mejor, además, tiene que saber ser encauzado, todo big bang, pues, demanda que su posesionario sepa cómo convertirlo en un río, en el fluir que permitirá o no al lector entrar en su cauce, ser parte de su viaje.

Esta es la última gran virtud del libro de Cristoff, porque es la última gran virtud de la autora: sabe, tiene clarísimo cómo encauzar sus estallidos y derroches.

Cristoff sabe de sobra cómo hacer literatura de la mejor.

Coordenadas

Derroche fue editado por Random House, al igual que La revolución a dedo. El color favorito ha sido publicado por GrisTormenta.

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