Cuando la Bienal de São Paulo fue escaparate propagandístico de las dictaduras de España y de Brasil
Una exposición reúne en la ciudad brasileña 40 obras de españoles premiados en la cita del arte contemporáneo entre los cincuenta y 1975
La presencia del arte español en la Bienal de São Paulo empezó realmente a lo grande, en 1953, con una antología dedicada a Pablo Picasso que incluyó el Guernica, ya entonces un cuadro de fama mundial. Costó convencer al artista pero cedió y el cuadro hizo su penúltimo viaje antes de quedar instalado en España. Llegó a Brasil en barco y tuvo que ser llevado a pulso bajo la lluvia por los montadores...
La presencia del arte español en la Bienal de São Paulo empezó realmente a lo grande, en 1953, con una antología dedicada a Pablo Picasso que incluyó el Guernica, ya entonces un cuadro de fama mundial. Costó convencer al artista pero cedió y el cuadro hizo su penúltimo viaje antes de quedar instalado en España. Llegó a Brasil en barco y tuvo que ser llevado a pulso bajo la lluvia por los montadores a las puertas del pabellón de exposiciones de la metrópoli brasileña, después de que el camión que lo transportaba quedara atascado en un barrizal. El malagueño participó, pero no como español, sino con la delegación de Francia. No obstante, la dictadura franquista entendió pronto que aquella cita internacional del arte contemporáneo era un inmejorable instrumento de propaganda para presentarse como lo que España no era entonces, un país abierto y vanguardista. Y se puso manos a la obra.
El Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de São Paulo (MAC USP) inauguró el sábado pasado una exposición, organizada por el Centro Niemeyer de Avilés (España), que reúne unas 40 obras de artistas españoles premiadas en la Bienal brasileña entre los cincuenta y el fin de la dictadura. A través de cuadros, esculturas o grabados firmados por Rafael Canogar, Jorge Oteiza, Antoni Tàpies, Modest Cuixart, César Olmos, Joan Ponç, entre otros, se repasa la presencia española y su faceta propagandística. Titulada Vuelta al revés del revés, por un verso de la canción Sampa de Caetano Veloso, la exposición recién inaugurada y que permanece abierta hasta el 4 de junio es una versión reducida de otra que pudo verse hace unos meses en la ciudad asturiana.
La comisaría Genoveva Tussell explica que la dictadura de Franco (1939-1975) abrazó con entusiasmo la Bienal de São Paulo a partir de la segunda edición porque “quería ofrecer una imagen de modernidad, con un arte al nivel de lo que se estaba haciendo internacionalmente y con el que además ganaba premios. Y eso importaba mucho más que el hecho de que los artistas pudieran deslizar una crítica hacia el régimen”. A las autoridades franquistas les compensaba. Y a los artistas, también porque, añade la especialista, había muy pocas becas, España también estaba culturalmente aislada y esa era prácticamente la única vía de darse a conocer internacionalmente.
Ejemplo emblemático de esa dialéctica entre el arte y el poder político, la obra titulada Los revolucionarios, de Rafael Canogar, que ganó el máximo premio, el Itamaraty, en 1971, cuando el franquismo ya afrontaba huelgas estudiantiles pero Brasil estaba aún inmerso en los años de plomo del régimen de los generales, empeñados en parar el avance del comunismo. Aquel año España participó con esta obra, un híbrido de pintura y escultura que incluye a un milico y un guerrillero con gorra castrista entre varias figuras que avanzan con ímpetu hacia el espectador.
El galardón brasileño para Los revolucionarios, otorgado por un jurado internacional, sirvió para apaciguar el malestar y neutralizar la destitución del funcionario español encargado de la selección de las obras, explica Tussell. “Ceferino Moreno publica un texto en el catálogo de la Bienal de 1971 sobre cómo los artistas españoles están preocupados por los problemas que aquejan a la sociedad y al hombre actual, como la represión, la falta de libertades, etcétera. Rafael Canogar nos contó que cuando en el Ministerio de Asuntos Exteriores leyeron aquel texto lo destituyeron. Pero, entremedias, llegó la noticia del premio, que compensó un poco el disgusto del ministro. Y todos corrieron un tupido velo”.
Canogar se reencontró con esta obra, que quedó depositada en São Paulo después de que la Bienal le pagara 2.850 dólares, en la muestra española, celebrada en el Centro Niemeyer de Avilés, en el único edificio que el brasileño Óscar Niemeyer levantó en España.
La Bienal de São Paulo nació en 1951 impulsada por un empresario brasileño de origen italiano, Ciccillo Matarazzo, que se inspiró en el certamen de Venecia. Su esposa, Yolanda Penteado, fue crucial para convencer a Picasso de que aceptara enviar el Guernica a Brasil, decisión que disgustó al MoMA. Buena parte de la colección del MAC USP fue creada mediante la incorporación de las obras premiadas en las distintas ediciones de la Bienal, cuya próxima edición será entre septiembre y diciembre próximo.
Vuelta al revés del revés incluye también algunas obras de artistas exiliados. Y un Tàpies galardonado en 1953. Es un cuadro de juventud titulado Asia que recrea una atmósfera onírica y refleja la influencia de Joan Miró. Destaca también Pies colgados, de la serie Encapsulados de Darío Villalba, que pertenece a la colección del Museo Reina Sofía. Una pieza que es al mismo tiempo una fotografía, una escultura y un móvil porque queda suspendida en el aire. Según Tusell, los funcionarios del Ministerio de Cultura franquista encargados de elegir las obras siempre estaban atentos a las nuevas tendencias internacionales para presentar una selección en sintonía con las corrientes más vanguardistas.
Pero el premio a la singularidad de las piezas expuestas ahora en São Paulo se lo llevaría probablemente El mito de la caverna, de José Luis Verdes, de 1975. “Es extraordinaria, estamos en el final de la dictadura, en un momento en que las instalaciones de videoarte empiezan a cobrar importancia”, dice la comisaria. España apuesta por una instalación inspirada en el mito de Platón, compuesta por un espacio cerrado y oscuro con varios tipos de siluetas y unos proyectores de luz en los que el visitante se interna creando un sofisticado juego de sombras. En esta ocasión, solo han sido trasladadas hasta São Paulo un par de las siluetas y las detalladísimas instrucciones manuscritas del artista, que en cualquier caso estuvo un mes en la ciudad brasileña para montarla él mismo. La instalación original reposa en los almacenes del Reina Sofía. Tusell señala que, pese a que montarla en la actualidad sería complejo, medio siglo después, el mecanismo funciona.