Picasso muerto y el bot vivo
Me propusieron que fuera entrevistado en público por una inteligencia artificial. La idea me encantó
Me propusieron que fuera entrevistado en público por una inteligencia artificial. La idea me encantó. Pero pronto, tal como me había llegado, se fue. Dijeron que habían entrenado inútilmente a un bot de última generación para que conversara sobre las relaciones entre literatura y arte contemporáneo. Pero el bot (abreviatura de robot) carecía de humor, y sólo era simpático cuando decía tonterías. Además, solía enojarse y reñir al interrogado: “Le he di...
Me propusieron que fuera entrevistado en público por una inteligencia artificial. La idea me encantó. Pero pronto, tal como me había llegado, se fue. Dijeron que habían entrenado inútilmente a un bot de última generación para que conversara sobre las relaciones entre literatura y arte contemporáneo. Pero el bot (abreviatura de robot) carecía de humor, y sólo era simpático cuando decía tonterías. Además, solía enojarse y reñir al interrogado: “Le he dicho a usted…”.
Y pensar que me había frotado las manos planeando el momento en que le preguntaría si no creía que a las novelas les resultaba difícil representar la realidad, pero la reflexión que ellas mismas abrían sobre ese defecto de fábrica (la conciencia de su incompletud) las convertía en una actividad muy atractiva.
Y pensar que había pensado en contarle que coincidía plenamente con Luis Landero cuando apuntaba que el escritor de hoy, en su fuero interno, ya no piensa en la literatura, en la escritura, en ese sueño, y ahora solo piensa en la inmediatez y en el éxito. Pero es que, por si fuera poco, había pensado en hablarle del turbador Magnífica desolación, libro de cuatro relatos en el que Javier Moreno (Murcia, 51 años) se pregunta, entre otras cuestiones, si el orden digital, la inteligencia artificial y la tecnología pueden llegar a transformar nuestra intimidad y, con ella, la esencia misma de la literatura.
¿La esencia? Por un momento, esta se ha infiltrado en mis pensamientos en el taxi que me conduce a Arco. Tal vez esa inesperada irrupción se explique porque sé que no encontraré en el archicomercial Arco lo que es ya una evidencia en otros ámbitos: la cada vez mayor convivencia entre el sector más avanzado del arte contemporáneo con un tipo de escritura abierta a modos inéditos de existencia cultural.
Es un fenómeno que a veces toma el nombre de “literatura expandida”. Sus pioneros puede que hayan sido curiosamente pintores, en cierta forma figurativos. Edward Hopper, por ejemplo, con su tan visible registro narrativo. Pero pienso también en Hammershøi, Romero de Torres, Louisa Matthiasdottir, Anselm Kiefer, Gerhard Richter. Todos crean en sus pinturas una atmósfera literaria, metafísica, inquietante. Y a todos los veo cercanos a lo que expone Javier Moreno en Los reinos de lo irreal, el más brillante de los cuentos de Magnífica desolación (Candaya). En él se investiga la improbable relación entre la hoy tan célebre fotógrafa Vivian Maier (Fontcuberta, por cierto, sostiene, a modo de fake new, que Vivian Maier es un invento suyo) y el escritor Henry Darger, dos marginales que jamás vieron en vida reconocidas sus obras.
Ha sido ya solo entrar en Arco y ver enseguida lo más visto. Picasso muerto. Vamos bien. Picasso muerto y el bot vivo. Claro que en realidad no hay nada nuevo ahí. Se ha olvidado que, en 1965, los jóvenes Arroyo, Alliaud y Recalcati pintaron el entierro de Duchamp. Hubo escándalo en Francia, pero Duchamp se rio: “Nada, son jóvenes. Buscan publicidad. Es divertido, pero algo bobalicón. La infancia del arte publicitario”.