Ramón Akal, medio siglo publicando libros incómodos y críticos: “Me secuestraban obras de libre circulación en cualquier país de Europa”
El fundador de la prestigiosa editorial que lleva su apellido celebra 50 años de trayectoria volcado en los textos de corte progresista
Ramón Akal (Lugo, 1940) es inseparable de su gorra azul de aire marinero. Desde los ventanales de su despacho, que es como la proa de un barco varado en mitad de la meseta, se divisa el cielo en la lontananza y los bloques de la localidad madrileña de Tres Cantos. Pasa un avión entre las nubes, luego otro. Akal fundó hace 50 años el grupo editorial que lleva su apellido y todavía, a la edad de 82, l...
Ramón Akal (Lugo, 1940) es inseparable de su gorra azul de aire marinero. Desde los ventanales de su despacho, que es como la proa de un barco varado en mitad de la meseta, se divisa el cielo en la lontananza y los bloques de la localidad madrileña de Tres Cantos. Pasa un avión entre las nubes, luego otro. Akal fundó hace 50 años el grupo editorial que lleva su apellido y todavía, a la edad de 82, lo sigue capitaneando, como presidente, por las procelosas aguas del mundo editorial, siempre guiado por la brújula del progresismo.
“No me gustan las entrevistas”, dice con la mirada clara y sin dejar de sonreír, “pero como es el aniversario mi hija [Ariadna, ahora directora editorial] me ha insistido”. ¿Por qué no le gustan las entrevistas? “Bueno, por una razón de peso para mí: los editores no somos los protagonistas”, responde, “para conocer a un editor lo mejor es mirar su catálogo”. Habría mucho que mirar: Akal tiene a sus espaldas un catálogo de unos 6.500 títulos.
Empezó en 1972, sacando libros que no le comprometieran hasta conseguir el llamado “número de editor”, un requisito de la época, que, de alguna manera, protegía ante las autoridades. Así, su primer lanzamiento fue una inocente y muy útil guía para reparar automóviles. “Mi tendencia, sin embargo, era de otro tipo”, recuerda Akal. Su tendencia eran los libros incómodos, críticos, perseguidos. Así, una vez conseguido el dichoso número, y hasta el fin de la dictadura, se ganó el dudoso honor de ser “el editor más secuestrado de España”: trece de sus libros fueron secuestrados por el Régimen, doce veces acabó el editor sentado ante el Tribunal de Orden Público por sus libros políticos, y una, la última, por escándalo público, debido a la novela erótica Fanny Hill, memorias de una mujer galante, de John Cleland, publicada por primera vez en el siglo XVIII.
“Podían pedir hasta 30 años de cárcel”, recuerda Akal aquellos tiempos opresivos. En el último lance le condenaron, por primera y última vez, a dos años de inhabilitación. Pero le acabaron levantando la pena por la presión pública. “Lo curioso era que me secuestraban libros que eran de libre circulación en cualquier país de Europa”, se lamenta el editor. Luego, cuando le detenían en manifestaciones juveniles contra la dictadura, el policía que le tomaba los datos en la Dirección General de Seguridad de Sol (de infausto recuerdo) le confesaba que era admirador de su trabajo.
El género erótico no le era ajeno a Akal. Siendo un chaval, en la Coruña de su infancia, comenzó a leer novelitas de aventuras y eróticas que sacaba del quiosco, y eso le llevó a formarse en la lectura en el Círculo de Artesanos, en cuya biblioteca estaban Guy de Maupassant o Sartre y se encontraban otros libros prohibidos disfrazados de clásicos castellanos, esos que no estaban en el Casino, donde se juntaba la alta sociedad. “Pasé muchos años allí, leyendo y jugando al ajedrez”, recuerda el editor. Fue mal estudiante: a los 12 años su padre le mandó a la aldea castigado, hasta que se rindió y pidió socorro: “Aquello era todavía el medievo: no había luz eléctrica, la casa se calentaba con el calor de los animales de la planta de abajo y con lámparas de gas que teñían el techo de negro”, recuerda. Así que volvió a estudiar.
En su despacho se ven algunos de sus libros: las obras completas de Lenin y El Capital de Marx al lado de lujosas ediciones de Lovecraft o La divina comedia, y también de coloridos libros de divulgación científica en gran formato. Es una muestra de la amplia horquilla que cubre Akal, muy conocido por sus sellos de pensamiento político de izquierdas (como Siglo XXI, adquirido en 2010), pero también muy exitoso en otras facetas como la educación, el libro universitario o la divulgación, en campos como la ciencia o el arte. Entre sus sellos, además, se encuentran Istmo, Foca o H. Blume, formando un grupo que también tiene sede en países como Argentina, México y ahora Colombia. Ha publicado a grandes del pensamiento crítico como Zizek, Negri, Althusser, Adorno o Jameson y al preguntarle por un autor por el que sienta orgullo nombra a los desaparecidos Eduardo Galeano y Juan Carlos Rodríguez.
Ha reunido algunos mandamientos como editor: “Yo nunca me fijo en el autor o en su currículum, me fijo en el texto y, sobre todo, si en todo lo que se dice está bien contrastado”, explica, “además, es importante lograr construir una colección que sea coherente: si lo consigues es que eres buen editor”. Habla con admiración de otros grandes como Gonzalo Losada, Javier Pradera o Juan Grijalbo. Cincuenta años después, Akal conserva el 99% de la empresa. El otro 1% es de su mujer, con la que lleva 44 años: su secreto es haber vivido siempre en casas diferentes. “Nunca me interesó que los amigos pusieran dinero en la editorial: luego, si las cosas van mal, las amistades se rompen”, dice.
Siempre progresista, siempre crítico con el neoliberalismo, lamenta que a veces parezca que se rompa la izquierda: “Nunca he entendido esa costumbre que tiene la izquierda de pelearse. Por ejemplo, cuestionar las reivindicaciones de las mujeres me parece retrógrado, no tiene por qué haber confrontación. Además, el concepto tradicional de clase obrera ha finiquitado”. No habla en vano: por su aniversario ha sacado una edición especial de Mujeres, raza y clase, de Angela Davis.
¿Cómo ve un mundo que parece siempre al borde del abismo? “Fui niño en la posguerra, lo normal en aquella época era ver por la calle a gente a la que le faltaba una pierna y edificios derrengados, los juegos bárbaros consistían en golpear mejor al otro, incluso hasta sacarle un ojo… eso cambia la percepción de las cosas”, concluye el editor.