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TRIBUNA LIBRE
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Un invisible influyente

La propuesta teórica de Louis Althusser, uno de los filósofos marxistas más influyentes del siglo XX, ha llegado hasta nuestros días a pesar de que sea raro encontrárselo en la actualidad explícitamente citado

Manuel Cruz
Louis Althusser, en su casa de París en 1978.
Louis Althusser, en su casa de París en 1978.Alain MINGAM (GETTY IMAGES)

Ha pasado prácticamente inadvertido, para qué engañarnos, el centenario del nacimiento de Louis Althusser (el 18 de octubre), uno de los filósofos marxistas más influyentes del siglo XX. Autor de dos obras de referencia para entender la deriva del pensamiento de izquierdas en la segunda mitad del siglo XX (Para leer El capital y La revolución teórica de Marx), la onda expansiva de su propuesta teórica ha llegado hasta nuestros días a pesar de que sea raro encontrárselo en la actualidad explícitamente citado. Aclaremos el misterio de inmediato: ha llegado, por así decirlo, por persona(s) interpuesta(s), esto es, a través de filósofos inequívocamente marcados por su pensamiento, como son Jacques Rancière, Étienne Balibar o Alain Badiou, de gran notoriedad y predicamento entre nosotros de un tiempo a esta parte. Dicha peculiar presencia/ausencia de Althusser tiene que ver sin ninguna duda con los propios avatares de la tradición filosófica en la que su pensamiento se inscribía. En un primer momento, el fracaso del socialismo real (más conocido como “caída del muro”) pareció arrastrar consigo la doctrina de la que aquel se reclamaba y en la que declaraba inspirarse. Algunos recordarán cómo en los noventa eran casi en solitario Jacques Derrida, con sus Espectros de Marx, y el mismísimo papa Wojtyla —el cual, paradojas de la historia, tan eficazmente había contribuido al hundimiento de la URSS— quienes defendían la necesidad de salvaguardar lo mejor del legado marxista.

Pero no es este factor socio-histórico el único que ha influido en el relativo desinterés hacia Althusser. Dejando al margen los dramáticos episodios personales que protagonizó en los últimos años de su vida, lo cierto es que también el contexto teórico en el que se inscribían sus obras empezó a cambiar a gran velocidad ya a finales de los setenta (con la irrupción de los entonces denominados “nuevos filósofos”, con Bernard-Henri Lévy a la cabeza, cuyo rasgo fundamental era su anticomunismo) y ya no digamos en los ochenta (hegemonizada filosóficamente por la posmodernidad). Frente a estas propuestas emergentes, la de Louis Althusser tenía el inconfundible aroma de los tiempos pasados, formaba parte de lo que Manuel Sacristán había denominado el “marxismo del teorema y de la objetividad”.

Hay que reconocer que esa dimensión más cientificista del pensamiento althusseriano no era algo secundario. Al contrario, fue la que destacó él mismo a mediados de los ­sesenta cuando se sintió obligado a definir la aportación teórica de Marx, consistente, según la terminología del ­autor de Para leer El capital, en el descubrimiento de un nuevo continente teórico, el materialismo histórico o ciencia de la historia. Pero no es menos cierto que no se agotaba ahí la aportación althusseriana. Al lado de este ­tipo de consideraciones, hubo otras, influidas por diferentes ­autores (como Jacques Lacan, sin ir más lejos), que explican la persistencia de sus planteamientos. Pienso, por ejemplo, en su particular manera de interpretar los textos de Marx, echando mano de la categoría de problemática (categoría allegable a la de episteme o a la de paradigma, que por aquellos mismos años andaban proponiendo Foucault o Kuhn), para dibujar a partir de ahí una metodología hermenéutica propia, la que denominaba lectura sintomal. Sirviéndose de ella, reinterpretaba el conjunto de la obra de Marx en una forma ciertamente sugestiva, distinguiendo entre los textos específicamente marxianos y los que no (aunque hubieran sido escritos también por él).

Con todo, probablemente sea su revisión crítica del humanismo (especialmente del que gustaba de etiquetarse como marxista, al estilo del de Roger Garaudy) y, más en concreto, de la noción de sujeto que lo sustenta indefectiblemente la que resuene con mayor intensidad en aquellos discípulos de Althusser que se mencionaban al principio. Así, recogiendo la conocida afirmación de su maestro según la cual los hombres no son sujetos de la historia sino sujetos en la historia, han defendido, cada uno con sus particulares matices, la necesidad de la recuperación de un sujeto político emancipatorio. Importa subrayar que la propuesta no supone un retorno incondicionado a una concepción esencialista del sujeto moderno. El sujeto político emancipatorio que todos estos althusserianos proponen recuperar no sería un agente que precedería a la acción política, sino el resultado de esta misma acción.

No resulta difícil comprender la razón por la que tales planteamientos han sido tan bien recibidos en nuestros días por ciertos sectores de la izquierda. Esta forma de concebir la subjetividad política permite alimentar la esperanza de que la izquierda, liberada de engañosos espejismos, pueda recuperar de nuevo la lucidez respecto al lugar y al papel que le corresponden en la historia. Porque, como también nos advirtió Althusser, si a algo se parece la historia es a una obra teatral en la que los hombres son, efectivamente, los actores pero en ningún caso los autores. Y, según y cómo, ni siquiera los directores de la representación.

Manuel Cruz es autor de La crisis del stalinismo: el caso Althusser (Península).

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