La promesa del escultor Pablo Atchugarry al arte contemporáneo internacional
El nuevo Museo Atchugarry de Uruguay promete posicionar al país en el mapamundi de las grandes exhibiciones
El Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA), en Uruguay, abrió sus puertas el primer sábado del año con una ambiciosa promesa. Como dice su página web, este lugar buscará en los próximos años “posicionar a Uruguay en el mapa de las grandes exhibiciones internacionales”. Una apuesta parecida en el cono sur a la del MALBA, de Buenos Aires, pero esta vez del otro lado del Río de la Plata. Pero el enorme museo –de 5.000 metros cuadrados y cuya forma simula un barco– no abrió sus puertas en medio de las metrópolis tradicionales del arte para e...
El Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA), en Uruguay, abrió sus puertas el primer sábado del año con una ambiciosa promesa. Como dice su página web, este lugar buscará en los próximos años “posicionar a Uruguay en el mapa de las grandes exhibiciones internacionales”. Una apuesta parecida en el cono sur a la del MALBA, de Buenos Aires, pero esta vez del otro lado del Río de la Plata. Pero el enorme museo –de 5.000 metros cuadrados y cuya forma simula un barco– no abrió sus puertas en medio de las metrópolis tradicionales del arte para entrar a ese codiciado mapa. No está en Montevideo, la capital, ni en el centro turístico de Punta del Este. Su fundador es el reconocido escultor Pablo Atchugarry (Montevideo, 67 años), quien decidió que el MACA estaría en un campo verde de 40 hectáreas, lejos del ruido urbano, en una zona conocida como Manantiales. Está sobre una carretera, más al este de Punta del Este.
“Como soy escultor, y como trabajo el mármol, que hace mucho ruido y mucho polvo, escogí un lugar descentralizado”, cuenta Atchugarry a EL PAÍS sobre este espacio rural donde está el nuevo museo y también su propio taller. “Acá hay fauna nativa, carpinchos, zorros, liebres, etcétera. El museo quiere permitirle al público dialogar con la naturaleza, y que nos acordemos que nosotros hacemos parte de ella”.
Atchugarry arrancó la historia de su museo cumpliendo con la ambiciosa promesa. Su exposición inaugural es dedicada a los dos famosos artistas Christo y Jeanne-Claude (ella falleció en 2009, él en 2020). “Nunca los conocí”, dice decepcionado Atchugarry, que habla de esta exposición como “un aplauso póstumo” para ellos. La última gran exposición en un museo sobre su obra se hizo justo antes de la muerte de Christo, y muy lejos de Uruguay: en el Pompidou de París.
“No todo el mundo puede ir al Pompidou, así que de alguna manera esta exposición es una forma de viajar, con la imaginación, a todos los increíbles performances que ellos dos realizaron”, dice el fundador. Los dos artistas fueron conocidos por empaquetar con textiles el Reichstag de Alemania y el Pont Neuf de París, o instalar miles de sombrillas azules en un campo de Japón, o colocar más de 7.000 marcos naranjas en el Central Park de Nueva York. Recientemente, en el verano del 2021, un familiar cumplió póstumamente el sueño que tenían de empaquetar el arco del triunfo de París. Bocetos, dibujos, fotos, planos y collages de esas espectaculares obras en las metrópolis del mundo están ahora a la vista en Manantiales, Uruguay.
Y es que el MACA se piensa así: como un museo que conecta a los hemisferios sur y norte, al arte local con el internacional, al frenesí de la metrópoli urbana con la calma del espacio rural. “Me interesa relacionar los artistas en su momento con lo que se estaba haciendo en otros ambientes, en otros lugares, porque el arte está todo muy relacionado”, dice el fundador. “Es interesante descubrir lo que se hacía en los años 60 en París, en Nueva York, en Buenos Aires, en México o en Montevideo. La idea del museo es esa, siempre buscar relaciones con las obras de los artistas”.
El museo alberga actualmente en su colección a más de 100 obras de artistas uruguayos, latinoamericanos, estadounidenses y europeos, todos de la colección personal del fundador. Hay obras del venezolano Jesús Soto (representante del arte cinético), de la rusa Louise Nevelson (conocida por sus esculturas monocromáticas), o del estadounidense Frank Stella (icono del arte abstracto). “Sobre todo está muy bien representada la abstracción y el arte cinético”, dice Atchugarry sobre el total de la colección. De los 63 artistas allí, 12 son uruguayos, entre los que están por ejemplo dos representantes del arte no-figurativo del país, Maria Freire y José Pedro Costigliolo. “Uruguay tiene una historia muy rica de artistas”, dice el fundador. “Es un país con una población pequeña pero un corazón muy grande”.
El arquitecto del museo donde están todas estas obras es Carlos Ott, un artista canadiense y uruguayo reconocido por haber diseñado la Ópera de la Bastilla de París en los años ochenta. “Él es el capitán de este barco”, dice el fundador sobre Ott y sobre la figura de madera del museo que, en su interpretación “es como un arca que está a punto de llevar nuestros sueños. Ott es un arquitecto pero yo digo que en realidad es un escultor”. El terreno rural donde se encuentra el museo es ondulado y por ello también lo es la estructura. “Es como una ola en el paisaje”, dice el fundador. Los sobrinos del fundador, ingenieros herederos de una empresa de construcción, estuvieron a cargo de llevar a cabo las obras.
Atchugarry sabe que el paisaje –las 40 hectáreas con zorrillos y carpinchos– es en gran parte el atractivo del museo. Allí el público puede caminar por una exposición permanente de 71 esculturas donde no solo están obras en mármol del fundador sino de más de dos docenas de artistas uruguayos, latinoamericanos, y europeos. Esculturas de perros rojos hechas con aluminio fundido cuelgan de unos pinos (Juguemos en el bosque, de la argentina Janinne Wolfsohn, 2011); un violín de bronce se abre en dos encima de una baqueta (Viola D’Amore, del italiano Aldo Mondino, 1985); una enorme serpiente de hierro rojo se acerca al lago del espacio (Anaconda, del uruguayo Octavio Podestá, 2011). Un poco más brillante, un oso dorado hecho con fibra de vidrio saluda al público entre los árboles (Gold Bear, del colectivo italiano Cracking Art).
“Muchos artistas [escultores] han hecho un proyecto específico para el lugar”, cuenta el fundador. “Por ejemplo, el artista italiano Eduard Habicher hizo una estructura abstracta, que se ve como una especie de embarcación, en medio del lago. Las obras han sido fruto de diálogos, de encuentros. Muchas veces los artistas han venido y quieren colocar su obra aquí”.
Atchugarry, quien vive entre Italia y Uruguay, es reconocido internacionalmente sobre todo por su trabajo de esculturas abstractas con mármol blanco e italiano de Carrara. El escultor ha expuesto en casi todas las grandes metrópolis artísticas (París, Londres, Nueva York, entre otras) y actualmente hay una retrospectiva de su obra en el Palacio Real de Milán. Se fue a Europa joven, se mudó a la ciudad italiana de Lecco para vivir cerca a las montañas de Lombardía, pero desde el 2007 decidió empezar la Fundación Pablo Atchugarry como primera semilla del museo que abrió este año en el verde Manantiales.
“Hace muchos años esto no era nada”, dijo sobre el lugar del nuevo museo el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, el día de la inauguración. Asistió allí entre otras decenas de personalidades políticas como el expresidente Pepe Mujica. “Y como siempre, son los creadores, la gente que piensa más allá de lo que existe, el que transgrede los límites de la realidad con la imaginación, quien vio que aquí podía haber lo que hoy estamos todos disfrutando”, añadió el presidente sobre el escultor.
Un lugar verde en el que conviven actualmente zorrillos con Christo y Jeanne-Claude, o esculturas de osos dorados con pinturas de arte cinético. Pablo Atchugarry suele decir que a veces es la naturaleza la que determina su destino y no al revés. “De hecho, entre el material y el artista hay una especie de diálogo que se establece”, dijo el escultor a una revista publicada en 2019. “No es el artista quien escoge el material, sino viceversa, también es el material quien escoge al artista y lo dirige a sus bellezas y sus imperfecciones”. La naturaleza, quizás, escogió esta vez a Uruguay como promesa del arte contemporáneo.
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