El artista Francesc Torres cuelga boca abajo un bombardero republicano y lo compara con san Pedro en la cruz
El avión de la Guerra Civil es la pieza estelar de la instalación ‘Aeronáutica (Vuelo) interior’, que reflexiona en el Museo Nacional de Arte de Cataluña sobre el combate y el sacrificio
La imagen es poderosísima y parece destinada a dar la vuelta al mundo: un bombardero suspendido por la cola como un inmenso y peligroso pez espada plateado colgado en la popa de un yate. El avión, un Túpolev SB-82 soviético de la Guerra Civil española, un característico bimotor Katiuska con calcas republicanas y sin camuflaje, pende, como si lo hubiesen pescado o estuviera congelado en un mortal picado, del techo de la enorme sala oval del ...
La imagen es poderosísima y parece destinada a dar la vuelta al mundo: un bombardero suspendido por la cola como un inmenso y peligroso pez espada plateado colgado en la popa de un yate. El avión, un Túpolev SB-82 soviético de la Guerra Civil española, un característico bimotor Katiuska con calcas republicanas y sin camuflaje, pende, como si lo hubiesen pescado o estuviera congelado en un mortal picado, del techo de la enorme sala oval del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), en Barcelona. Es la pieza estrella, junto con otro aeroplano de la misma época, un caza Polikarpov I-16 Mosca, aterrizado en el suelo, de la instalación Aeronáutica (Vuelo) interior (desde hoy hasta el 26 de septiembre).
El autor de la impactante obra es el hombre barbado que luce un pequeño aro de oro de aventurero en la oreja izquierda y mira alrededor sopesando el efecto de un conjunto artístico que incluye los dos aparatos, olivos, viejos bidones de combustible, fotos, pintura gótica y una banda sonora en la que resuenan tonos de órgano y un in crescendo de motores, como si se aproximara una devastadora escuadrilla. Francesc Torres (Barcelona, 72 años) sonríe satisfecho ante su instalación, que rezuma significados (¿no es el bombardero también un miltoniano ángel caído, rutilante como un Lucifer arrojado del cielo y a punto de estrellarse?).
“Con este material, si fallas, te mereces que te quiten el carnet de artista”, bromea Torres mientras resuenan lo que parecen disparos y que resultan ser unos operarios que usan grapadoras industriales de aire comprimido para apuntalar unos paneles de la exhibición. El Katiuska suspendido recuerda, en más grande (20,5 metros de envergadura), al cazabombardero de despegue vertical Sea Harrier que colgó en 2010 Fiona Bannion en la Tate Britain, también por la cola.
“Hay precedentes, sí, y la primera discusión sobre el proyecto fue cuando Pepe Serra, el director del MNAC, imaginó cómo quedarían unos aviones colgados bajo la gran cúpula de la sala oval”, explica Torres. “Los aviones existían, sabíamos que los teníamos gracias al Centro de Aviación Histórica de la Sénia (CAHS), la asociación que mantiene el antiguo aeródromo de la Guerra Civil y su presidente, José Ramón Bellaubí. Desde hace años han recuperado las instalaciones —de la aviación republicana primero (lo construyó la República en 1937) y luego, un año después, de la Legión Cóndor—, las han musealizado (son visitables) y el propio Bellaubí, que fue aviador, ha construido minuciosamente, con piezas originales, las réplicas perfectas, exactas, a escala 1:1, del Mosca, que tiene motor y podría volar, y el Katiuska. Los aviones son de una belleza irresistible, verdaderas esculturas parecidas a las de Panamarenko aunque de verdad. Pero no podíamos limitarnos a colgarlos, algo que ya es tan habitual como en el museo del aire y del espacio Smithsonian de Washington, en el que puedes contemplar decenas. Había que ver de qué manera lo hacíamos y explicar algo, tenía que funcionar visualmente, pero había que inyectarle contenido”, añade el artista.
Así surgió Aeronáutica (Vuelo) interior, con un solo avión suspendido, el Katiuska —del que, por cierto, solo hay otro ejemplar en el mundo, en Moscú, si descontamos el que yace en el fondo del lago de Banyoles—. “¿Y qué es lo que tienes cuando cuelgas un avión así?”, prosigue Torres rebobinando el proceso de creación, “una cruz, y una cruz invertida. ¿Y a qué iconografía occidental remite esa imagen?: efectivamente, a la crucifixión de san Pedro”. El puntualmente desleal pero redimido apóstol pidió que lo crucificaran cabeza abajo al juzgar que no era digno de sufrir el mismo martirio que su maestro. Los romanos debieron de pensar que así era más entretenido. “Le pregunté al director si teníamos alguna crucifixión de Pedro en el MNAC y salió la tabla gótica del mestre Pere Serra del siglo XIV, con la que comparamos el avión”, señala Torres.
El artista continúa: “Tenemos pues una iconografía de la crucifixión y de lo que estamos hablando es de un sacrificio ritualizado: el sacrificio de la fe en el caso del santo. Si amplias al máximo el concepto llegamos al gran ritual sacrificial que es la guerra. Y ahora sí, ahora ya tenía sentido tener esos aviones militares relacionados con la pintura gótica, y con el añadido de significado de que fueran aparatos republicanos”. Del avión, señala Torres, “pasas al piloto, el combatiente, el que sabe que puede no volver de la lucha; hay una relación muy interesante entre la víctima y el soldado, que también lo es a su manera, aunque combata por una idea en la que cree”. Los aviones, dice “aportan connotaciones muy amplias, no tienes que forzar nada, y las banderas republicanas hablan por sí mismas”.
Colgar el Katiuska del techo no ha sido fácil y ha requerido de la colaboración técnica de un ingeniero especialista, Miguel Ángel Bretones, que figura en los créditos de la exposición como “director de la maniobra de izado”. El bombardero tiene piezas originales: tras una visita del embajador ruso a La Sènia, donde conoció el proyecto de recrear el avión, localizó unas ruedas del mismo aparato en Rusia y las hizo enviar por valija diplomática.
Torres subraya su afinidad ideológica con el bando republicano y afirma que no tiene ningún problema en asumirla. Con un abuelo y un tío abuelo muertos en la Batalla del Ebro en el lado de la República, deplora que el episodio fundamental de su vida, la Guerra Civil, “pasara antes de que yo naciera”. Se considera una víctima más del conflicto. “De ahí mi obsesión con el tema y el que en 40 años haya producido tantas piezas sobre ella”. Recuerda por ejemplo Oscura es la habitación en que dormimos, sobre la excavación de una fosa común de la contienda en Burgos en 2004.
La instalación del MNAC incluye olivos auténticos que remiten al “sacrificio” de los más de 9.000 de esos árboles que fueron arrancados para la construcción del aeródromo de la Sénia. La parte más polémica de la obra es la que hace referencia a la presencia de la Legión Cóndor en el campo de aviación y sobre todo una foto ampliada a gran tamaño y expuesta de forma destacada que muestra a una joven medio desnuda, con el pecho al aire y en bragas, en brazos de un soldado alemán que está con un camarada en un vehículo abierto. La fotografía es de una extraordinaria e hipnotizante plasticidad y tiene un no se qué de Le déjeuner sur l’herbe de Manet en versión Cóndor.
“La vi en un libro excepcional con fotos inéditas de la ocupación alemana (El aeródromo de la Sénia/Cenia, 1.100 imágenes para el recuerdo, de Heribert Garcia i Esteller) y me interesó porque es la antítesis de la representación femenina habitual en la Guerra Civil, que es la miliciana con el Máuser y la mujer de negro llorando ante el marido o el hijo muerto. Esta imagen parece de otro planeta: una chica joven y guapa, obviamente una prostituta de las que servían en la base alemana, muchas, venidas de Zaragoza, en el burdel del campo, un edificio conocido como El Castillo, del que también expongo una foto. La imagen no tiene nada de forzado, se están besando tranquilamente, es un gesto cotidiano en el que ella lleva la iniciativa. La foto sin duda la hace un tercer soldado que es el chófer. Me fascina por lo insólito, pese al riesgo de que habrá quien la encuentre inconveniente”. Torres apunta la novelesca posibilidad de que la chica hubiese sido una espía. “Las había, se localizó el cadáver de una mujer fusilada cerca del campo, y que era de fuera”. ¿Y qué dice la foto? “Es un sacrificio más, un martirio como prostituta, una víctima más de la guerra, esa máquina que lo tritura todo”.
Torres destaca que la sala oval del MNAC es, “tras la sala de calderas de la Tate Modern, el espacio de exposición más grande de Europa y que se ha usado poco con estos fines”. Su exposición forma parte de un amplio programa del MNAC sobre la Guerra Civil y sus implicaciones artísticas. No es la primera vez que Torres desembarca en el museo catalán: en 2017 presentó La caja entrópica, el museo de los objetos perdidos, una personalísima inmersión en los fondos del centro.
El artista catalán tiene una extraordinaria conversación en la que puede hablar sobre los Tuskegee Airmen, la escuadrilla de aviadores negros de la Segunda Guerra Mundial; debatir sobre las características “cabronas” del Mosca (se ha subido), difícil de pilotar y en el que recoger el tren de aterrizaje requería 64 vueltas manuales a la palanca al efecto mientras estabas despegando, o comparar un cañón antitanque soviético destrozado que vio en un museo en San Petersburgo con una orquídea. Pero no duda en pasar revista a temas más actuales.
Torres señala el extraordinario interés de la colección Tous donada al Macba. “Te explica otra historia del arte catalán contemporáneo, nada que ver con lo que nos habían contado, un universo paralelo”.
“El ‘colauismo’ es fatal para la cultura”
Francesc Torres dice que está muy a gusto en Barcelona, donde ha pasado toda la pandemia, sin poder regresar a EE UU, donde reside (en Nueva York). “[Barcelona] es un lugar agradable para vivir. O lo era hasta ahora, que todo se ha enrevesado mucho. Todo se ha tensionado y hay cada vez más incertidumbre”. Torres opina que “el colauismo es fatal para la cultura, como ha demostrado el episodio de la polémica por la ampliación del Macba que se dejó que fuera escalando. Creo que a Ada Colau [alcaldesa de Barcelona] le hacía gracia para poder salir a defender la sanidad y la gente, como si el Macba fuera una amenaza para la salud”.
El artista considera que sigue existiendo la idea de que la cultura es algo de “pijos privilegiados”. “La nueva izquierda por desgracia va por ahí, es lo de siempre de ‘cuidado con los intelectuales y artistas, que solo trabajan para la burguesía”. En cuanto al embrollo del Hermitage, dice que él cuestionaba el proyecto al principio por el coste que podría tener para las arcas públicas si iban mal dadas, pero “con la deriva que ha tomado, me parece que lo correcto sería dejar que se haga y ver qué pasa en vez de cerrarse en banda como ha hecho el Ayuntamiento, cuya actitud general es decir que no a todo; quizá ha llegado el momento de decir que sí”.
Observa que hay “una falta de ambición monumental en Cataluña que ha llevado a que no se pueda ya competir ni con Madrid”. En Cataluña, continúa, “siempre vamos cojos, siempre hay déficit de cultura, tanto hablar de país y nos hemos enrocado en un círculo vicioso que hace que lo único importante sea el asunto del soberanismo, cuando incluso en plena guerra hay espacio para enamorarse y hacer el amor”.