La primera subasta tras la retirada del ‘caravaggio’

La casa Ansorena retoma su actividad mensual de venta por puja tras la paralización en abril de la salida de un eccehomo del genio italiano

Subasta, ayer por la tarde, en la casa Ansorena en Madrid.Victor Sainz

Primera subasta d. C., después del caravaggio, en la casa Ansorena de Madrid. Y primera subasta de arte de quien escribe estas líneas. Ha pasado algo más de un mes desde que un cuadro atribuido al círculo de Ribera y que iba a ser subastado en esta sala con un precio de salida de 1.500 euros fuera declarado inexportable y Bien de Interés de Cultural (BIC), mientras se trata de confirmar si es una obra del maestro italiano.

Al entrar en la sala cruje el suelo de madera,...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Primera subasta d. C., después del caravaggio, en la casa Ansorena de Madrid. Y primera subasta de arte de quien escribe estas líneas. Ha pasado algo más de un mes desde que un cuadro atribuido al círculo de Ribera y que iba a ser subastado en esta sala con un precio de salida de 1.500 euros fuera declarado inexportable y Bien de Interés de Cultural (BIC), mientras se trata de confirmar si es una obra del maestro italiano.

Más información

Al entrar en la sala cruje el suelo de madera, bienvenida de distinción. Una docena de empleados, ellas de etiqueta negra, ellos en traje, recorren la sala comprobando que todo está a punto. A Caravaggio solo lo recuerda un técnico de sonido que pelea con un cable. Por teléfono trata de solucionar el entuerto: “Y lo que no es el caravaggio”, le dice a su compañero comparando el fallo del micrófono con el de atribución del cuadro. Esta será la única referencia al caso. Aquí no ha pasado nada. Empieza la subasta.

Menos de una treintena de sillas se disponen en una segunda zona en la que el crujir de la madera se amortigua con grandes alfombras. Las medidas de separación personal por la covid-19 mandan. En las paredes, por el contrario, domina el horror vacui: no queda un centímetro libre entre los cuadros expuestos, los que se subastan esta tarde. En la esquina donde se sienta la periodista el roce hace el cariño con un cuadro del siglo XVII de la escuela toledana.

A cinco minutos de que comience la subasta, la sala se llena. No hay un perfil claro de comprador o curioso. Mayoría de hombres de mediana edad. Parejas. Y un par de chicos más jóvenes que aguantan apenas media hora. Requisito indispensable, además de la mascarilla, el catálogo para seguir las ventas. Aquí no hay paletas con números para pujar, solo hay que levantar la mano.

Jaime Mato, consejero delegado de Ansorena, se sube a una tarima y se coloca detrás de un atril de terciopelo marrón. Frente a él, el catálogo para ir narrando la subasta, una lámpara dorada y un vaso de agua. Parece que el atril no es de suficiente altura y usan un pedestal. A su lado, Javier, sentado en un antiguo escritorio de madera, irá avisando de las pujas que se han hecho por escrito. Enfrente, a la derecha, dos empleados atentos a las ofertas en línea. En la sala, los asistentes y una docena de empleados al teléfono con clientes. Son Carlota, Yolanda, Emma, Víctor, Luis... a todos les llama por su nombre para que las ofertas queden claras.

La casa de subastas Ansorena, en Madrid, el miércoles.Víctor Sainz

Son las 18.15, en menos de 10 minutos han adjudicado o retirado (cuando una pieza no se vende) más de 10 lotes de pintura del siglo XX. El ritmo es vertiginoso. El trasiego de empleados al teléfono constante. A la media hora, 70 lotes liquidados. Por cada cifra una frase se repite: “¿Alguna oferta más?”. No hay tregua. El maestro de ceremonias no alarga las subastas. Sabe cuando una pintura está sentenciada y deja pocos segundos para la oferta final. La sensación es que la pugna es mayor en cuadros entre los 1.000 y 3.000 euros, y está clara de antemano en obras de mayor valor. En ningún momento las ofertas subieron hasta cantidades millonarias como las que se plantearon con el supuesto caravaggio. De hecho, cuando salieron un picasso y un dalí a la venta, al tratarse de piezas seriadas, los remates se quedaron en unos pocos cientos de euros.

Cuando ha pasado casi una hora de subasta, en un estado de casi total inmovilidad, todo empieza a picar. La mascarilla no ayuda. Eres nueva. Has visto muchas películas y crees que cualquier movimiento puede acabar con tu cartera con unos cientos de euros menos. En una de las ventas escuchas el golpe del martillo: “Adjudicado”. Y después: “En sala, a mi derecha, contra la pared”. Ese es tu sitio. De hecho solo hay dos sillas en esa zona. A tu compañero de atrás ni le has visto por si el gesto producía confusión. Una chica se encamina hacia ti. La gota de sudor te recorre la coronilla y en esos segundos repasas qué ha podido pasar. No te has movido. Tal vez te has rascado la cabeza. La empleada pasa de largo y entrega al de atrás un papel para que rellene sus datos y a la salida se lleve su obra. Vuelves a respirar, o lo que la ffp3 te permite.

Cuatrocientos lotes en una tarde

Durante más de tres horas se subastan cuadros, vinos y joyas. Más de 400 lotes solo hoy. La subasta se prolongará dos días más, como cada mes en Ansorena. No ha habido sorpresas. No ha aparecido ningún durmiente, esas piezas de arte mal atribuidas, feas, sucias, que no lo parece, pero que pueden tener valor. Son esos fallos que cometen las casas de subastas ante los que los anticuarios están expectantes y ponen a trabajar a sus rastreadores, expertos en nómina dedicados a revisar catálogos en todo el mundo. No solo hay que tener dinero en este negocio, sino también la capacidad de detectar con una foto pequeña, mala, en una esquina de un catálogo una joya escondida, como el supuesto caravaggio.

Termina la subasta. El martillo suena por última vez. En realidad, es un golpe suave, elegante, acompañado por un pequeño giro de muñeca del maestro de ceremonias. Ya no hay más ofertas. Se acaban de gastar cientos de miles de euros. Aquí dentro no ha llegado la crisis económica provocada por la pandemia. No hay recuerdo a caravaggio, tampoco una de esas escenas que aparecen de vez en cuando en los informativos: una sala que grita y aplaude porque se ha vendido un banksy por decenas de millones. Ya en casa, una se conforma con volver a ver La mejor oferta, de Giuseppe Tornatore.

Sobre la firma

Más información

Archivado En