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CRÍTICA
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los Enemigos y su chute comprimido de energía en Valencia

Raro fue ver a la banda de Josele Santiago desde una butaca con la amenaza del toque de queda. La hora se hizo muy corta para presentar su elogiado ‘Bestieza’ y su rock mordaz y descreído

Josele Santiago, en primer término, y detrás David Krahe, en su actuación en La Mutant, en Valencia.
Josele Santiago, en primer término, y detrás David Krahe, en su actuación en La Mutant, en Valencia. Laura Ojeda Tejerina

Raro, raro, raro, que decía aquel. Así se hace ver a Los Enemigos desde una butaca, con (casi) todo el público sentado y amenazado por el toque de queda de las diez de la noche. Ya no solo porque la música del cuarteto madrileño siempre ha olido a tugurio, a taberna, a club, a sala a reventar, con sus cuatro paredes destilando sudor ambiental y la parroquia apretada como sardinas en lata, sino también porque un disco como Bestieza – segundo mejor de 2020 en España para este diario, al menos en el Top 10 para la gran mayoría de medios especializados –, tan enérgico, con esas melodías tan radiantes y esas guitarras-taladro tan de la escuela Bob Mould, estaba en principio destinado a una circunstancia muy distinta.

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Poco importó, en realidad, porque lo que iba a ser un concierto a celebrar en la sala Moon en mayo del año pasado y posteriormente se postergó – fallidamente – a diciembre, y así hasta lograr por fin acomodo en La Mutant, acabó siendo más una exhibición comprimida (poco más de una hora) de las virtudes de casi tres décadas de carrera que la presentación de su extraordinario último disco. Y decimos casi tres décadas si obviamos lo que Josele Santiago o Fino Oyonarte han hecho por su cuenta y riesgo, porque su trayecto al margen de Los Enemigos también ha informado la última maniobra del grupo: ahí está un pilar indispensable como es la guitarra del recién incorporado David Krahe, o el talante pop de piezas tan refulgentes como Océano, que Fino abordó tras un emotivo recuerdo a su padre, fallecido tan solo un día antes de su visita a València.

La hora se hizo corta, claro. Porque cuando el asunto se cogió de verdad y entró en ebullición – falta ese engrase que solo da la carretera –, allá para cuando Josele se arrimó al borde del escenario y encaró esa John Wayne cuyo riff de guitarra es al rock español lo que el del Brown Sugar de Keith Richards para el universo rock, el tiempo ya empezaba a echárseles encima. Antes habían caído Siete mil canciones, Septiembre, Vendaval o Desde el jergón, y más tarde lo hicieron Complejo o La cuenta atrás. Algunos de los sagrados mandamientos de ese rock obstinado, descreído y mordaz, del que seguiremos necesitando unas buenas dosis cuando algo parecido a la normalidad se vuelva a instalar en nuestras vidas. Y a ser posible, de forma más prolija.

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