Selva Almada: “Los varones se agrupan para violentar”

La autora argentina regresa con ‘No es un río’, su novela más poética y con la que cierra su trilogía masculina

La escritora Selva Almada, en su casa de Buenos Aires, el 22 de febrero.ENRIQUE GARCÍA MEDINA

“Enero Rey, parado firme sobre el bote, las piernas entreabiertas, el cuerpo macizo, lampiño, el vientre hinchado, mira fijo la superficie del río, espera empuñando el revólver”, así empieza No es un río, la nueva novela de la argentina Selva Almada (Entre Ríos, 48 años). “Un amigo contó que las rayas se pescan pegándoles un tiro, cosa que no sabía y que me impresionó mucho”, cuenta sobre la historia escuchada en un asado de la que nació esta ficción. En sus páginas fluye la amistad de tres hombres, enturbiada por sec...

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“Enero Rey, parado firme sobre el bote, las piernas entreabiertas, el cuerpo macizo, lampiño, el vientre hinchado, mira fijo la superficie del río, espera empuñando el revólver”, así empieza No es un río, la nueva novela de la argentina Selva Almada (Entre Ríos, 48 años). “Un amigo contó que las rayas se pescan pegándoles un tiro, cosa que no sabía y que me impresionó mucho”, cuenta sobre la historia escuchada en un asado de la que nació esta ficción. En sus páginas fluye la amistad de tres hombres, enturbiada por secretos y traiciones.

Es su libro más poético. “El tono me lo dicta el universo de cada libro. Por eso El viento que arrasa [su debut, en 2012] es una novela muy despojada, con una escritura bastante simple, porque justo habla de esos personajes que son tan creyentes. A Dios se le habla despacio, con la mente, no a los gritos. En cambio Ladrilleros [2013], con sus personajes adolescentes, en permanente ebullición y con muchas escenas sexuales y de pelea, necesitaba un lenguaje más callejero y vulgar. La de ahora es una novela de pesca y tenés que hacer silencio porque si no ahuyentás a los peces, el tono tenía que ser mucho más íntimo”, responde.

“Mientras la escribía la leía mucho en voz alta, mi fantasía es que fuese una novela que se leyera en voz alta, como la poesía, y quería que tuviese también la síntesis de la poesía. Escribía cada escena con mucho detalle y después la desmalezaba”, continúa desde su casa-contenedor en Abasto, a unos 55 kilómetros al sur de Buenos Aires, donde ha pasado gran parte de los días desde que comenzó la pandemia de la covid-19. Uno de sus tres gatos asoma fugazmente por la pantalla y pasea después entre los libros apilados al lado de la autora.

Una parte casi constitutiva de las relaciones entre varones tiene que ver con la violencia, se agrupan para violentar, pero los protagonistas no son tan lineales

Los tres protagonistas de No es un río toman características del padre de Almada y de sus amigos, de esos grupos de pesca que se forman en los pueblos o en las ciudades pequeñas. “Ir a pescar es un ritual masculino, casi de iniciación, porque los padres llevan a sus hijos varones a pescar. No hay sitio para familias o para las mujeres”, afirma. Recuerda que cuando era pequeña le llamaba la atención que su padre y sus amigos desapareciesen dos o tres días de casa para pescar y que su madre “no tuviese ese espacio propio para irse con sus amigas”.

Más allá del cliché violento

La novela cierra la trilogía varonil inaugurada con El viento que arrasa y seguida por Ladrilleros. Almada destaca que le interesaba indagar desde la ficción en los vínculos masculinos: “Una parte casi constitutiva de las relaciones entre varones tiene que ver con la violencia, se agrupan para violentar, pero los protagonistas no son tan lineales, también tienen su complejidad. Enero y el Negro cuidan al hijo del amigo como propio; Enero también cuida a su madre, no son unos misóginos y punto”.

Almada en su casa de Buenos Aires, el 22 de febrero.ENRIQUE GARCÍA MEDINA

La irrupción en los últimos años del feminismo ha sacudido Buenos Aires y las grandes ciudades del país, pero su impacto es mucho menor en la Argentina rural, en la que transcurrió la infancia de Almada y donde ambienta sus ficciones. “No es que en la ciudad no haya machismo, pero en las provincias aparece más expuesto, hay muchas relaciones misóginas, ser homosexual es muy difícil, la mirada del otro está puesta en los demás y es muy complicado tener intimidad. Son lugares muy conservadores, donde la religión católica y evangelista están muy instaladas y el machismo goza de muy buena salud”, describe. “En mi pueblo, mi propia familia se refería medio burlonamente a las pañuelitos verdes [partidarias del aborto legal], como burlándose”, agrega.

Vive en Buenos Aires desde hace 20 años, pero su prosa se sumerge en los recuerdos y en las visitas esporádicas a familiares y amigos para recrear los paisajes que dejó atrás y las tensiones que los atraviesan. “Extraño el río, es lo que más extraño”, dice, a pesar de que la capital argentina está a orillas del Río de la Plata, el más ancho del mundo. “Por lo general me olvido de que hay un río en Buenos Aires porque no está incorporado a la vida cotidiana de la ciudad. No se me ocurre ir, como sí he ido cientos de veces a la orilla del Paraná”, responde.

Almada se ha convertido en una de las novelistas contemporáneas más destacadas de Argentina, y su debut, El viento que arrasa, obtuvo en 2019 el First Book Award de Edimburgo, con el que se premia la mejor traducción de una primera novela. En estos días apura entre lecturas el verano, su estación favorita, a la espera de viajar a Francia. “Me voy a una residencia de escritura, así que algo se me tendrá que ocurrir. Veré qué me propone la ciudad para escribir, qué se me revela”, cuenta sobre sus proyectos tras el paréntesis de la pandemia, cuando no solo se le hizo difícil escribir, sino también leer: “Me costaba concentrarme en algún libro. Leí más poesía, me funcionaba más en este año tan raro para todo”.

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