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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Termino con Karl Marx

Quién nos iba a decir que el filósofo aleman sigue ahí, iluminando al trasluz la época del supercapitalismo depredador (y pandémico)

Manuel Rodríguez Rivero
Robert Pattinson  en 'Cosmopolis' (2012), de David Cronenberg. 
Robert Pattinson en 'Cosmopolis' (2012), de David Cronenberg. Caitlin Cronenberg

1. Planetaria (cal)

Culminó, como cada noche de Santa Teresa, la incestuosa ceremonia político-mediática del premio “mejor dotado”, esta vez con menos pompa y circunstancia debido a la pejiguera pandémica. En efecto, de las primeras 40.000 pesetas (240 euros y algunos céntimos) a los actuales 601.000 euros (casi 100.000.000 de pesetas), mucha agua ha corrido bajo los puentes mercadotécnicos del premio ideado por el fundador. Desde que el discreto José Creuheras llegó a la cumbre grupal, el Planeta se fue limpiando de sus tradicionales adherencias chorizas: los tejemanejes, filtraciones y globos sonda respecto a los presuntos favorecidos desaparecieron o, al menos, dejaron de hacerse públicos, y el galardón —incluyendo los jurados— se dotó de cierto decoro, algo en lo que no había abundado desde que Juan José Mira, amigo personal de José Manuel Lara (y, por cierto, militante comunista durante la Guerra Civil), obtuvo (1952) el primer premio de su larga historia. Una de las claves del éxito histórico del premio ha residido, sin duda, en su bien medida dimensión mediática, obtenida en gran manera merced a la habilidad de los departamentos de mercadotecnia y prensa para halagar y obsequiar a los responsables de las páginas culturales de los medios que se dejen (y hay algunos que se dejan mucho). La segunda pata del éxito reside en la capacidad del premio para convocar en su noche de gala a autoridades —incluso, en ocasiones, a los royals— que le confieren mayor prestigio mediático al concederles el espaldarazo de su presencia, algo un poco repulsivo si se tiene en cuenta que se trata de un premio privado, cuyo prestigio “cultural” se basa, fundamentalmente, en un constructo mercadotécnico. Y, por último, están los premiados, claro, y sus libros: en cuanto a los primeros, la regla general (pero no absoluta) ha sido que el ganador/a sea alguien ya consagrado (o mediático) y autor/a de novelas vendedoras; y el/la finalista, un/a aspirante con mayor pedigree cultural. El año pasado, en pleno escenario de escaramuzas entre los grandes grupos españoles, se premió a Cercas y Vilas, dos autores literarios que provenían de Random House, lo que sirvió a Planeta, de paso, de aviso y delimitación de territorio. Este año, con la nada clara situación del mercado del libro, los jurados han preferido premiar a valores comercialmente seguros y que conecten con la general sensibilidad feminista pos-MeToo: la ganadora García Sáenz de Urturi, autora superventas (dentro de lo que ahora cabe) de la casa; y la finalista, Barneda, autora (¿ex?) de Random House y presentadora que ahora triunfa (“arrasa”) en La isla de las tentaciones, uno de los programas más populares y, a la vez, horteras de Telecinco, una cadena que compite con la planetaria Atresmedia. Ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Por lo demás, espero que, al menos, el premio, que siempre se ha vendido razonablemente (y a veces irrazonablemente) bien, ayude a los libreros a hacer caja.

2. Planetaria (arena)

Mi admirada Elena Ramírez (Seix Barral, Planeta), una de las directoras con más olfato literario e inteligencia comercial del milieu, me envía, “recién salido de imprenta”, El silencio, la última novela de Don DeLillo, a cuya pronta traducción española instaba en el Sillón de Orejas del pasado sábado. Y aquí está: una nouvelle (traducida por Javier Calvo) de poco más de 100 páginas en las que, a pesar de estar muy lejos del alcance y ambición de sus grandes obras (pienso en Ruido de fondo, 1985; Libra, 1988; Mao II, 1991: todas ellas en Seix Barral), se percibe el “toque” DeLillo, uno de los escasos supervivientes de un tardomodernismo (en la construcción y presentación de las historias) que se nutrió de temas y obsesiones posmodernistas: las conspiraciones, la distopía, el consumismo, el terrorismo, la codicia financiera —la novela Cosmópolis (2003), sobre la peripecia del multimillonario Eric Packer en un Nueva York colapsado, fue llevada al cine por David Cronenberg en 2012—. Y no es la primera vez que el autor —titular, entre otros galardones, de dos Pulitzer de narrativa— construye el núcleo de su ficción en torno a una catástrofe aérea. En esta novela menor, ambientada durante la celebración de la Super Bowl de 2022, DeLillo se centra en tres personajes que esperan en un apartamento de gente bien a que lleguen dos de los supervivientes de un aterrizaje forzoso, para ver juntos en la tele un partido de fútbol americano. Y, repentinamente, todo se viene abajo: la tecnología —una de nuestras modernas señas de identidad— falla, la pantalla de la televisión funde a negro y el ambiente se hace ominoso y, de algún modo, intemporal. Los supervivientes llegan, pero todo ha cambiado (“parece que se han vaciado todas las pantallas del mundo”), quizás para siempre. El problema es que El silencio (tecnológico y humano) parece, más que un relato, una antología de motivos delillescos, deslavazados e inconexos. Con brillantez, pero sin propósito.

3. Biografía

Termino este Sillón, como les prometía en el título (espero no haberles dado pie a suponer otra cosa, la sola idea me hace estremecer), con Marx, de quien Akal acaba de publicar Karl Marx, del sueco Sven-Eric Liedman, una extensa biografía que se añade a las que ya se publicaron en 2018 con motivo del bicentenario del nacimiento del pensador y revolucionario alemán. Publicada originalmente en sueco, Akal ha preferido traducir (por Juanmari Madariaga) la versión inglesa, revisada por el autor y con un prólogo en el que marca las diferencias de su biografía con la de Gareth Stedman Jones, Karl Marx, ilusión y grandeza (Taurus), que tuvo cierta difusión en España. Liedman contextualiza mejor el pensamiento de Marx y pone mayor énfasis en el carácter predictivo de sus teorías económicas. En cuanto a Marx, quién nos lo iba a decir, ahí sigue iluminando al trasluz la época del supercapitalismo depredador (y pandémico).

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