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MÚSICA

Cuando la música se pone máscara (y mascarilla)

De The Residents y Daft Punk a ejemplos recientes como Sia u Orville Peck, artistas de toda condición han cubierto sus rostros para actuar a lo largo de las últimas décadas

A la izquierda, el grupo británico Clinic. A la derecha, el cantante estadounidense Orville Peck.
A la izquierda, el grupo británico Clinic. A la derecha, el cantante estadounidense Orville Peck.Rhian Askins/Sub Pop

En la entrada de Wikipedia “músicos enmascarados” aparece una lista con 111 nombres. Sin embargo, ya a primera vista se ve que hay importantes ausencias. Por ejemplo, no aparecen Clinic, esos visionarios de Liverpool que salen al escenario disfrazados de cirujanos en un quirófano. Y también que algunos de los incluidos, como Grace Jones, usaban antifaces como pieza de estilismo al nivel de las hombreras, no como forma de ocultarse, que es de lo que debería tratar este artículo. En realidad, para lo único que sirve esa página es para descartar hacer una lista más o menos exhaustiva. Primera conclusión: hay muchísimos músicos enmascarados.

Quizás entonces lo interesante sea saber por qué lo hacen. Aunque la respuesta parece obvia: para mantener el anonimato. “Hemos venido aquí en metro, tío. En metro”, decían Daft Punk en una entrevista de 2013. Su Get Lucky era un éxito global y congregaban multitudes escondidos bajo cascos de androides, pero nadie conocía sus caras. “Es genial tener una vida normal y al mismo tiempo haber creado un alter ego que es capaz de montar un espectáculo”, explicaban con esa ligereza del que ha tenido una idea simple y genial.

Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem Christo, integrantes de Daft Punk, en una imagen de 2013.
Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem Christo, integrantes de Daft Punk, en una imagen de 2013.COLUMBIA

Otros, más intensos, afirman que es un mal menor. Que se esconden en defensa propia. Es el caso de Sia, que usa largos flequillos, pelucas o la bolsa de papel con la que apareció en 2013 en Billboard, la revista en la que publicó su Manifiesto anti-fama: “Si alguien además de los famosos supiera lo que es ser famoso, nunca querría serlo. Imaginen el estereotipo de la suegra con opiniones muy firmes y completamente desinformada y aplíquenlo a cada adolescente del mundo con un ordenador. Añadan a toda la gente aburrida y a los que trabajan informando sobre los famosos. Imaginen a esa criatura, esa fuerza, criticándote una hora al día, todos los días, día tras día”, escribía la cantautora australiana.

En los setenta, antes de que los adolescentes tuvieran ordenadores, la excusa era desligar la obra del creador. Romper el cliché de la estrella del rock. Si no tiene nombre ni rostro, todo lo que importa de él es su obra. Ese era el argumento de los padres del invento, el nombre que no puede faltar en un artículo como este: The Residents. fundados en 1974 en San Francisco mantuvieron su anonimato durante 50 años, bajo multitud de máscaras mientras desarrollaban una obra vanguardista y radical.

Esa línea de argumentación solo tiene un problema: no hay nada que llame más la atención que una máscara. Basta con que alguien no quiera decir quién es para que el interés sobre su vida privada aumente. Recuerden cuando en los noventa se extendió el rumor de que Marilyn Manson era en realidad John Saviano, uno de los actores de la serie de televisión Aquellos maravillosos años.

La cantante australiana Sia, en una imagen promocional de 2019.
La cantante australiana Sia, en una imagen promocional de 2019.Monkey Puzzle/RCA

La solución sería usar un concepto intermedio. No ocultar quién es uno, sino minimizar su importancia disfrazándolo como un personaje. El extraterrestre Ziggy Stardust no era más que una máscara para David Bowie. Cuando Vincent Fournier, un veinteañero de Detroit, se transformó en Alice Cooper, no usaba máscara propiamente dicha, más allá del maquillaje negro alrededor de los ojos, pero todo estaba pensado para hacer borrar del mapa a Vincent, un tipo desgarbado y con poca presencia, para convertirlo en un personaje siniestro, sexualmente ambiguo, un tipo malo que atraía a los adolescentes porque repelía a sus madres. Bowie y Cooper eran entonces, a principios de los setenta, parte del glam rock, un movimiento que introdujo la teatralidad y los disfraces en el rock. Una rebelión festiva a los melenudos treinteañeros que se habían adueñado de la listas de éxitos. Una parte de aquel movimiento desembocaría en el heavy metal. En este género, entendido en sentido amplísimo, los enmascarados no lo hacían para ocultarse sino para todo lo contrario, llamar la atención. Kiss, con sus maquillajes demoníacos que les tapaban la cara, fue en la segunda mitad de los setenta la banda de rock más grande del mundo. Y a lo largo de los siguientes 40 años nunca han faltado metaleros escondiendo sus caras. Desde Gwar y sus disfraces de extraterrestres salidos de un cómic de Conan, hasta Slipknot, con sus máscaras de asesinos en serie de una película de terror.

Llegó la electrónica a finales de los ochenta y con ella la reivindicación del anonimato frente a los egos rockistas. Todo valía para borrar al músico de la ecuación. Desde discos que no daban ninguna información sobre su autor, hasta personajes que no se dejan hacer fotos y se esconden como el inglés Burial. John Talabot, el seudónimo con el que se reinventó el catalán Oriol Riverola, ocultó durante años su cara. De la escena EDM, proclive a convertir las sesiones en actuaciones circenses, salió el canadiense Deadmous5, que durante años pinchó bajo una máscara que recordaba la de Mickey Mouse o el inefable Marshmello, con su casco que asemejaba un gran malvavisco sonriente.

El programa estadounidense 'The Masked Singer', donde los concursantes participan disfrazados y con el rostro cubierto. Detrás de este disfraz se encontraba la ex gobernadora de Alaska Sarah Palin.
El programa estadounidense 'The Masked Singer', donde los concursantes participan disfrazados y con el rostro cubierto. Detrás de este disfraz se encontraba la ex gobernadora de Alaska Sarah Palin.

Como ya hemos explicado que aquí no hay sitio para todos rogamos nos permitan pasar de puntillas por otros francotiradores ocultos Los indies The Knife y Animal Collective, el genial productor MF Doom, el músico de country Orville Peck, la máscara antigás de Car Seat Headrest, o los payasos siniestros de Insane Clown Posse, con sus miles de devotos fans, los juggalos, que copian su maquillaje. También es obligado hacer una mención al nuevo talent show televisivo The Masked Singer, estremecedor carnaval en el que los concursantes se ocultan con disfraces que les cubren de los pies a la cabeza.

Sí, es un universo inabarcable. En realidad hay tantas razones para enmascararse como músicos que lo hacen. Pero de entre todas las ventajas de vestir una máscara hay una que casi nunca se menciona y que sin embargo, parece la principal: los disfraces no envejecen. En un mundo que premia la juventud, un músico con una máscara puede tener 20 años eternamente. Excepto quizás en el caso de Alice Cooper, que hasta cuando tenía 20 años, parecía tener 50. Ya saben que no hay regla sin excepción.

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