Si no es teatro, bienvenido sea
El ciclo de obras por videollamada que ha ideado La Abadía abre la vía a explorar formatos que incorporen nuevas herramientas digitales
SpiedLife es un reality show italiano que se emite en Internet desde hace un año y que muestra de forma simultánea por medio de webcams (cámaras de transmisión en tiempo real) lo que hacen diferentes personas y familias dentro de sus hogares. Es una especie de Gran Hermano llevado al extremo, en el que los participantes no están juntos ni se conocen, sino cada uno en su casa, en zapatillas y chándal, sin maquillajes, mostrándonos sus vidas cotidianas: cocinan, leen, juegan a las cartas, planchan, friegan los platos, se cortan las uñas. Sin guionistas ni reglas. Sin más.
Cuando SpiedLife se estrenó, nadie habría imaginado que ese escenario doméstico sería el único paisaje que íbamos a ver un año después durante un par de meses (de momento) ni que actividades tan intrascendentes como afeitarse o cocinar un pastel llegarían a ser vividas como auténticos acontecimientos. Si el programa ya tenía seguidores antes, no es raro que en este tiempo de confinamiento por el coronavirus la audiencia se haya multiplicado: de alguna manera, todos somos ahora participantes de ese reality, es como un reflejo de nuestro estado actual, continuamente vemos casas de otras personas y nos hemos acostumbrado a mostrar las nuestras, al principio con cierta timidez, sin ningún pudor a estas alturas. Nos hemos convertido en voyeurs y exhibicionistas compulsivos.
Con todo eso juega Estación Espacial, una de las propuestas más originales del ciclo Teatro Confinado que ha ideado La Abadía de Madrid para mantener la actividad durante el confinamiento, una serie de funciones online que se desarrollan en directo a través de la aplicación Zoom para un máximo de 30 espectadores. Mientras la jefa de sala da entrada uno por uno a la plataforma y se asegura de que todos pueden ver y oír la transmisión —todo un oficio eso de ser acomodador virtual, lo que suele durar una media hora—, las cámaras de SpiedLife amenizan la espera en la pantalla. Vemos a una mujer que recoge ropa a la vez que mira la tele, una pareja que habla en un sofá, un padre merendando con sus hijos en la cocina. Todo muy anodino, pero hipnótico.
Cuando la función empieza de verdad, ya estamos metidos en ambiente. Esto va de viajar por el mundo a través de webcams. Desde las casas del reality italiano a las de los creadores y performers de la obra, Álex Peña, Alberto Cortés y Rosa Romero, confinados en diferentes calles de Sevilla a las que llegamos a través de Google Maps, para asomarnos después a la cueva de un panda encerrado en un zoo, espiar a una familia de osos polares o meternos en la Estación Espacial Internacional por medio de Google Earth. Todo ello intercalado en directo con secuencias domésticas, música en directo, infografías, poemas, interacciones entre los ordenadores de los performers y una fantástica escena en la que Rosa Romero teclea en la barra de Google Imágenes palabras o frases cogidas al vuelo de un parlamento que recita Alberto Cortés en una ventana paralela, lo que da lugar a que la pantalla se llene de fotografías insólitas, completamente disociadas de lo que oímos, sujetas al capricho del algoritmo. Prueben a escribir, por ejemplo, “vamos a dar un paseo” y comprobarán qué loca es la imaginación de Google. “Es la poética del algoritmo”, bromea Álex Peña, no en la función sino en una conversación posterior.
SpiedLife, Google Maps, Google Earth, Skyline, Zoocam, algoritmos, plataformas digitales, videollamadas. ¿Qué tiene que ver todo esto con el teatro? ¿Es esto teatro? Es la cuestión que inevitablemente acompaña a este tipo de trabajos surgidos con el confinamiento, casi hay que pedir perdón por llamarlos “teatro”, sus propios creadores tienden a excusarse, “bueno, ya sabemos que no es lo mismo que estar en un escenario, pero mientras tanto hacemos esto”. Efectivamente, no es lo mismo ni tiene que serlo, porque si lo intentara lo que saldría sería un fake, algo fuera de formato, como cuando los primeros noticiarios televisivos, a falta todavía de inventar códigos propios, reproducían las estructuras de los radiofónicos. De la misma manera, no se trataría ahora de producir obras como si fueran a representarse en un escenario con público presencial y luego volcar el resultado en la pantalla —para eso ya tenemos además las centenares de filmaciones de espectáculos pasados que se están poniendo en línea de manera gratuita durante la cuarentena—, sino de pensarlas para este formato específico con las herramientas que le son propias. Esto es, SpiedLife, Google Maps, Google Earth, Skyline, Zoocam, algoritmos, plataformas digitales, videollamadas y lo que surja. Llamémoslo teatro transmedia: esto es lo que hay, amigos. ¿Por qué no explorarlo?
Estación Espacial es un buen ejemplo de hacia dónde puede conducir esa investigación. No surge de la nada, pues hace tiempo que sus tres creadores trabajan en esa dirección, explorando los límites del teatro tradicional. Álex Peña, por ejemplo, tiene en gira (ahora interrumpida, claro) una instalación teatral llamada Recreativos Federico, en la que el público tiene que interactuar con máquinas recreativas (futbolín, tragaperras, etc.) que recrean textos de Lorca. Pero es que incluso las propuestas más convencionales del teatro confinado, los monólogos en los que apenas hay recursos que acompañen la actuación de un actor o actriz, son capaces de despertar sensaciones inéditas: una intimidad diferente entre el intérprete y el espectador, una especie de face to face que amplifica la conexión entre ambos. Hay también ficciones sonoras, como Instrucciones previas para una utopía, que integran al espectador como parte de la función, como viene haciendo desde hace años el llamado "teatro inmersivo". Y piezas documentales como Tras los pasos de Augusto Madeira Mendes, del colectivo Los Bárbaros, que combina imágenes, objetos, vídeos y narración en directo, en la línea de trabajo que esta y otras muchas compañías seguían ya antes del cierre de los teatros.
El formato confinado puede funcionar en sí mismo, pero también como un campo de experimentación con nuevas herramientas digitales que en un futuro podrían ser incorporadas a espectáculos presenciales. Al fin y al cabo, así ha evolucionado el teatro a lo largo de los siglos, integrando nuevas tecnologías, desde los sistemas de iluminación primitivos hasta el vídeo en directo tan usado hoy día, rompiendo la cuarta pared, sacándolo a las calles e incluso prescindiendo del sacrosanto "texto teatral". Cierto es que muchos de estos cambios han levantado fuertes polémicas, voces que han negado que eso fuera teatro, pero al final todo ha ido encontrando su sitio. Si esto no es teatro, bienvenido sea.
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