Lygia Clark, la pintura como experimento
El cierre de los museos ha dejado las grandes exposiciones de la temporada en suspenso. ‘Babelia’ propone una visita virtual de las más destacadas. Hoy: la muestra dedicada a Lygia Clark en el Guggenheim de Bilbao
Los primeros años de creatividad de un artista suelen estar considerados como un tiempo de ensayo y aproximación a lo que será la base de la obra definitiva. Es un tiempo en el que algunos apuntalan los cimientos sobre los que experimentar hacia territorios sin explorar. En el caso de la brasileña Lygia Clark (Belo Horizonte, 1920-Río de Janeiro, 1988), la primera década de su carrera, entre 1948 y 1958, constituye una precisa radiografía de lo que llegaría a convertirla en una de las artistas más importantes del siglo XX como figura clave del concretismo y la abstracción geométrica. Esta es la etapa que abarca la exposición Lygia Clark. La pintura como campo experimental, 1948−1958, que se inauguró en el Guggenheim de Bilbao el pasado 6 de marzo, nueve días antes de la implantación del estado de alarma, el 15 de marzo. El director, Juan Ignacio Vidarte, ha anunciado que, en cuanto puedan reabrir los museos, el Guggenheim lo hará con las mismas exposiciones que tenía en cartel. Además de la de Lygia Clar volverán Olafur Eliasson, Richard Artschwager y la videoinstalación de William Kentridge.
La comisaria Geaninne Gutiérrez-Guimarães ha dividido la exposición en tres grandes apartados en los que se revisa a fondo la primera década creativa de una artista autodidacta que estuvo siempre alejada del mundo académico pero muy próxima a los espíritus más innovadores de su época, tanto dentro como fuera de Brasil.
En el arranque se exhiben las obras inspiradas en su estancia y aprendizaje en París. Hay dibujos al carboncillo y pinturas al óleo. El retrato de la pianista Angélica de Rezende preside un espacio en el que predominan los bodegones y los interiores domésticos.
La exposición avanza con las series realizadas a partir de su vinculación al Grupo Frente en Río de Janeiro en 1954, junto a Aluísio Carvão, Willys de Castro, Hélio Oiticica, Lygia Pape e Ivan Serpa. Como sus colegas europeos, el grupo hizo suyas las formas puras y la objetividad frente al naturalismo y la figuración. Las piezas más relevantes de este segundo bloque son Descubrimiento de la línea orgánica (1954), Rompiendo el marco (1954) y Maquetas para interior (1955). Gutiérrez-Guimarães ha querido cerrar la exposición con un viaje al blanco y negro, a finales de los 50, durante el que la artista se entregó a una precisa investigación de la forma pictórica creando grandes composiciones bidimensionales a base de planos positivos y negativos. Expuestas en la Bienal de Venecia de 1968, estas series están consideradas como la semilla más relevante en la obra posterior de una artista que a partir de los sesenta decidió adentrarse en propuestas de carácter performativo y de investigación sensorial.
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