Un enclenque y dos poderosas
Leer ‘Fortunata y Jacinta’ es introducirse en uno de esos monumentos narrativos que reflejan no sólo unas vidas, sino el mundo en que cobraron existencia literaria
1. Galdosiana
Compruebo en todostuslibros.com —la web de los libreros en la que figuran todos los títulos comercializados en España, así como su disponibilidad—, que Fortunata y Jacinta, para muchos la novela cumbre de don Benito Pérez Galdós, dispone de 104 entradas, correspondientes a otras tantas ediciones o reediciones. Las hay en todos los formatos, tamaños y precios; ilustradas o no, resumidas y completas, con y sin notas; de lujo, en rústica, y en bolsillo. El número de sus ediciones se multiplica con motivo del centenario de la muerte de uno de los pocos novelistas españoles del siglo XIX que están a la altura de la primera fila de sus contemporáneos europeos y americanos (a mí no me salen más de cuatro, incluyendo a doña Emilia y a Clarín, y no estoy muy seguro del cuarto).
Leerla ahora —para los que tienen la suerte de no haberlo hecho aún— o releerla supone introducirse en uno de esos imprescindibles monumentos narrativos que reflejan no sólo unas vidas, sino la complejidad del mundo en que cobraron existencia literaria para siempre (el discurso de ingreso en la RAE de BPG se tituló La sociedad presente como materia novelable). Lector entusiasta de Cervantes y de Dickens y de Balzac, el krausismo —al que llegó a través de su amigo Francisco Giner de los Ríos— afianzó su idea de que el progreso exigía cambiar la educación de las conciencias, algo a lo que se aplicó en sus novelas, tan novedosas como rompedoras en su época.
Más allá de los debates ideológicos que la escritura de Galdós ha suscitado entre ciertos críticos e historiadores de la literatura (¿“el novelista de la pequeña burguesía desencantada”?; ¿“el narrador burgués progresista que va superando las contradicciones de su clase” a medida que avanza en su obra?), lo que le importa al lector es la compleja y bien tramada historia que se despliega página a página mediante la utilización de los más acabados recursos y elementos que llevaron al esplendor la novela tradicional: el espacio, el tiempo, el punto de vista, los personajes y su evolución.
De entre las numerosas versiones que he recibido últimamente, destaco, por el esfuerzo editorial que supone, Fortunata y Jacinta. Dos historias de casadas, que acaba de publicar Reino de Cordelia en dos volúmenes con estuche (1.024 páginas; 59,60 euros) ilustrados por Toño Benavides y con un apasionado prólogo de José María Merino. Por lo demás, me entero de que Turner reeditará en un par de semanas el ahora agotado Miquiño mío (edición de Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández), que recoge la singular relación epistolar entre la volcánica y físicamente imponente Pardo Bazán —cuyo dominante carácter reproducía el de la severa madre de don Benito— y el enclenque novelista canario, al que, entre otras lindezas empoderadas se dirigía hipocorísticamente como “mi ratoncillo”. No puedo evitar imaginármelos hundiendo el somier en alguno de sus dulces encuentros. Mente sucia que tiene uno.
2. Posfeminista
Camille Paglia subió a los cielos de la cultura con la intensidad y la inmediatez de uno de esos cohetes que iluminan el firmamento con su repentina abundancia de luz y color, y enseguida desaparecen dejando únicamente en el recuerdo la improbable huella de su fulgor. Su obra animó los seminarios y tertulias en las universidades norteamericanas durante una década, cuando ya se había extendido el clima cultural propiciado por la intelligentsia neoliberal hegemónica en los reinados de Reagan y Thatcher. En 1990, tras casi un lustro de constantes rechazos editoriales, consiguió publicar (en Yale University Press) Sexual Personae, reeditada ahora en español por Deusto en la misma buena traducción de Pilar Vázquez que publicó Valdemar en 2006.
La fuerza de aquel libro fue la del escándalo y la de su descarado desafío a lo políticamente incorrecto: la abierta hostilidad de la autora al mainstream feminista (llamó a Gloria Steinem la “Stalin de nuestra época”) y a los gurús de moda en los departamentos de teoría y estudios culturales (Lacan, Foucault, Derrida) convirtió a CP en una posfeminista capaz de poner patas arriba los tópicos más sagrados del progresismo de la época. Nietzsche, Freud, Jung, Frazer (La rama dorada, FCE) y Erich Neumann (La gran madre, Trotta) estaban muy presentes en el origen intelectual de aquel tomazo escrito con retórica apodíctica, y cuyo subtítulo (Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson) anunciaba una apabullante pretensión de totalidad: se trataba, ni más ni menos, de revisarlo todo, desde la Venus de Willendorf hasta la imagen de Madonna o de Elvis. Hay un arte dionisiaco y otro apolíneo, cada uno propio de cada sexo. El cuerpo de la mujer está irremisiblemente vinculado a los ciclos de la naturaleza (menstruación, gestación) y se identifica con ella; el del varón, simbolizado por un aparato genital que “apunta” hacia afuera, se identifica con la cultura; claro que “no hay un Mozart femenino por la misma razón que no hay un Jack el Destripador femenino”. Y así, de provocación en provocación, casi todo el resto.
Fue acusada por unos de neoconservadora, misógina, decadente, ignorante, pija, y venerada por otros (Harold Bloom, por ejemplo), como un genio de la cultura. Turner ha publicado recientemente Feminismo pasado y presente, una breve y sustanciosa recopilación de artículos sobre una de sus grandes obsesiones. El éxito de ventas de sus libros en América (Sexual Personae permaneció durante semanas en la lista de superventas, algo insólito en un libro académico) propició que se tradujeran pronto al español, pero aquí se leyeron poco. Hoy casi todos están agotados y solo se encuentran en librerías de viejo, incluidos el vademécum de artículos de su pensamiento más “militante”, Sexo, arte y cultura en los Estados Unidos (Aguilar, 1995) o el estupendo Los pájaros (Gedisa), una interpretación muy camille paglia de la película de Alfred Hitchcock y, especialmente, de la sexualidad que en ella subyace.
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