Desdecir las mentiras de Vox
Abascal ha aprendido telegenia y le ha sacado mucho partido al vacío retórico que los demás partidos le hacen
Vox en general y Santiago Abascal en particular han encontrado en esta campaña exprés el toque mágico que les faltó en la anterior. Muchos creímos entonces (bueno, tal vez no muchos, pero algunos sí) que se hacían su propia caricatura en su enroque histriónico sobre Covadonga y la Reconquista. Cuando el resultado electoral rebajó las expectativas de las encuestas, lo atribuimos a que no supieron pescar fuera del nicho de la extrema derecha, como sí hacen sus compinches en Europa (sobre todo, el Frente Nacional), canalizando la rabia de lo que el geógrafo Christophe Guilluy llama las periferias (el lugar real o imaginario donde habitan quienes se sienten descolgados del mundo).
Toca desdecirse. En estos meses, Abascal ha aprendido telegenia y le ha sacado mucho partido al vacío retórico que los demás partidos le hacen. Solo Errejón -desde su propia periferia- se ha expresado a favor de desmentir las monstruosidades que el líder voxero suelta con dicción perfecta y calma de monje. Han sido los periodistas, acusados tantas veces de haberles aupado al prestarles una atención desmedida cuando aún no tenían grupos parlamentarios, quienes han intentado echar unos cubos de agua al fuego.
Bien es cierto que llueve sobre mojado. En el caso de los inmigrantes menores, antes de que Vox emponzoñara el acrónimo menas, muchos medios habían creado el clima propicio: exagerando la cobertura de sucesos insignificantes y creando una alarma histérica que Absacal y compañía solo han tenido que recoger e instrumentalizar.
Lo peor del infundio masivo es que no hay Casandras lo bastante fuertes para pararlo. Quien se planta delante del eslogan y contraataca con datos y razones será vilipendiado como el empollón impertinente, el progre de las gafitas, el estómago agradecido del sistema. Aun así, hay que hacerlo, porque más vale acabar con las gafas rotas que salvar las lentes por ponerse de perfil.
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