El año de la ‘marijuana’
Del exito de los derivados del cannabis en Estados Unidos a la novela más cervantina de Salman Rushdie
01. Recreativos
Aunque parezca increíble, en Nueva York resulta más fácil encontrar marihuana que The New York Times. La gente no lee periódicos, y los que todavía sí, no lo hacen en papel, de modo que los antiguos Newsstands se han convertido en quioscos de chuches cuyos dependientes arrugan la nariz cuando se les pregunta por algo impreso. En el metro solo se ven —y pocos— periódicos gratuitos. En cuanto a la marijuana —como muchos, excepto, incomprensiblemente, el DLE, la llaman—, es difícil pasear sin oler tarde o temprano su pungente y característico aroma (que tengo asociado al rock sinfónico de mi juventud), y eso que en NYC su libre uso todavía no está plenamente legalizado, como en Maine o en Massachusetts, donde puede adquirirse con facilidad tanto para usos medicinales como “recreativos”.
Es increíble la cantidad de gadgets, adminículos y complementos que se comercializan para “hacer más placentera la experiencia”
Lo cierto es que el hemp (cáñamo) y sus presuntas virtudes (medicinales y psicoactivas) está en boca de todos, y lleva camino de convertirse en el mayor negocio legal desde que Peter Minuit logró que los lenape le vendieran la isla (1626) por el equivalente a 24 dólares. Todos sus subproductos se aprovechan, como ocurre con los cerdos en los restaurantes chinos. El CBD —cannabidiol— es el nuevo producto estrella de la industria del bienestar y sus preparados se venden sin problemas, como cosméticos, como medicamentos: no “pone”, pero alivia. Aún más mollar acabará siendo el negocio de la venta libre de las hojas que contienen el THC —delta-9-tetrahidrocannabinol—, que es el principio que coloca y altera la percepción. Hoy por hoy los consumidores de Nueva York pueden conseguirlas —en distintas variedades y precios— con tal de que un médico amigo extienda la pertinente receta. Pero incluso ese requisito es un trámite: en Weed World, un coquetuelo y atiborradísimo establecimiento en la 7ª avenida con la calle 36, no pude adquirirla porque no llevaba una receta, pero me dieron un teléfono donde me “orientarían” acerca de cómo conseguirla.
El negocio de la venta libre de marijuana, que ustedes y yo veremos globalizado antes de que termine la próxima depresión económica, va a generar tanto dinero que el Tío Gilito (aquí Scrooge McDuck) va a parecer Carpanta. Proliferan publicaciones de todo tipo y para todos los públicos en las que se ponderan las ventajas medicinales del CBD o se contestan preguntas como la que aparecía en la sección FAQ (preguntas frecuentes) de Women & Weed —una revista dirigida a mujeres de clase media—: “Mi mejor amiga hornea brownies con marihuana, ¿puedo tomarlos?”. En la librería Barnes & Noble de Union Square conté una docena de revistas dedicadas monográficamente al cáñamo y sus derivados, y no menos de diez novedades con títulos del tipo Beginner’s Guide to Cannabis, de modo que los editores también se lo están tomando en serio.
Y no solo eso: es increíble la cantidad de gadgets, adminículos y complementos que se comercializan para “hacer más placentera la experiencia” de los fumadores de pot, weed, grass, dope, wacky tobacky, maryjane, ganja, doobie, por solo citar algunos de los infinitos marbetes (en español tampoco estamos faltos de sinónimos para el porro) con los que en Estados Unidos se conoce la hierba que te hace flotar en una nube de olvido; y, eventualmente, pasar por un rato de las diarias ordalías del energúmeno “comandante en jefe”. Claro que, a lo mejor, es lo que le viene bien.
02. Rushdie y Davis
Quizás no haya prestado suficiente atención a los programas editoriales, pero no creo haber visto que ningún sello vaya a publicar en España Quichotte (Random House), la última novela de Salman Rushdie. No me extraña: desde su libro de memorias Joseph Anton (2012) no he leído nada suyo que me haga revivir el poderoso pálpito narrativo de Hijos de la medianoche (1981) o Los versos satánicos (1988).
Sus últimas novelas han supuesto grandes fracasos comerciales para los grupos españoles (Random House, Planeta) que podían permitirse pagar los anticipos que exigía su agente, y que nunca recuperaron. Hace un par de semanas, una amiga de Random House me pasó un ejemplar de Quichotte cuando aún no había llegado a las librerías. Me apetecía leerlo, a pesar de mi mala experiencia con la insoportable La decadencia de Nero Golden (2017, Seix Barral), porque había leído una entrevista en la que el autor —gran lector de Cervantes— decía cosas apetecibles sobre su novela. Conste que aún no conocía la crítica de The New York Times en la que Parul Sehgal afirma con inusitada crueldad que Rushdie es un escritor “en caída libre”, pero quizás no le falte razón.
La (meta)novela, ingeniosa en su planteamiento (muy resumido: un mediocre escritor de novelas de espías se inventa un personaje, un vendedor indio de productos farmacéuticos, a quien llama Quichotte y que, con su hijo Sancho, se embarca en aventuras por los Estados Unidos de hoy, un tiempo en el que “todo puede suceder”). Hasta ahí todo muy bien: homenaje, búsqueda, aventuras. Lo malo es que, al contrario que Cervantes en el Persiles, las aventuras se desmadran y nunca llegan a cerrarse. Y todo ello mezclado con cierto apelotonamiento de motivos de ahora mismo: ciberespías, críticas al consumo y a la cultura basura, racismo, inmigración, y toda la panoplia de asuntos “actuales”, incluyendo el escándalo de los medicamentos con opiáceos. Pero sin garra, como por obligación, aunque con pinceladas de ironía y humor.
Les confieso que se me pasó el disgusto en un cinestudio, en el estreno mundial del estupendo documental de Stanley Nelson Miles Davis: Birth of the Cool, el mejor biopic que puede verse sobre uno de los más geniales músicos de jazz de todos los tiempos (aunque abusador, ególatra, asocial). Si lo llegan a estrenar en España, no se lo pierdan. De nada.
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