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Columna
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Ostentación

La segunda temporada de 'Riviera' vuelve a ser un alarde de ostentación: villas en la Costa Azul, coches imposibles, vestuario acorde con las villas, vistas que justifican las colecciones de postales

Ángel S. Harguindey
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Chocolate
El Banco

El lujo y la crueldad son, al parecer, dos de las constantes que motivan la atracción de la ciuadadanía. Del lujo queda constancia con el anual interés de la publicación de las listas Forbes o de series como Billions o Riviera, muy distintas entre sí aunque unidas por el denominador común de que si no tienes mil millones no eres nadie. De la atracción por la crueldad, las pruebas son diarias: no hay mas que ver los informativos de Telecinco o Antena 3 que nos ofrecen amplia información sobre atropellos mortales en alguna localidad china, alguien que se arroja al vacío en un incendio o alguna pelea nocturna en discoteca de barrio. En ocasiones, incluso, advierten de la crudeza de las imágenes no sabemos si por una repentina crisis de sensibilidad o para llamar aún mas la atención y conseguir una mayor audiencia.

La segunda temporada de Riviera vuelve a ser un alarde de ostentación: villas en la Costa Azul que dejan en pañales los casoplones que muestra semanalmente el ¡Hola!, coches imposibles, o como señalan los informes policiales al explicar las confiscaciones a los narcotraficantes "de alta gama", vestuario acorde con las villas, vistas que justifican las colecciones de postales, todo en la serie rezuma un lujo inalcanzable por mas que a los personajes les muevan instintos tan prosaicos y comunes como la codicia, los celos o la supervivencia.

En realidad Riviera es una especie de Dallas en la que el control de un Banco sustituye al negocio del petróleo o de la ganadería, se gana en gusto, o dicho de otra manera, se rechaza lo hortera, pero mantienen por igual las turbias relaciones entre los miembros de las poderosas familias. Las telenovelas nunca mueren.

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