El poder mágico de las palabras
Mis padres aún usaban un argumento tajante para cerrar cualquier discusión: lo han dicho en la televisión
Para todos quedó claro que la reprobación del rey firmada por el Parlament de Cataluña y anulada ahora por el Tribunal Constitucional no era más que una forma de incordiar, pero tal vez algún diputado firmante se la tomó en serio y creyó que podía reprobar de verdad la monarquía, como Ortega y Gasset cuando escribió aquel “delenda est monarchia” en 1930, y unos meses después, la monarquía se delendó enterita.
Reconforta saber que en estos tiempos tan descreídos todavía hay quien tiene fe en las palabras. Mis padres aún usaban un argumento tajante para cerrar cualquier discusión: lo han dicho en la televisión. También valía “lo pone en el periódico”, aunque la tele, sobre todo si era el Telediario, tenía más aplomo. Pero desde Belén Esteban ya nadie se atreve a citar la tele como auctoritas, y desde que los parlamentos se parecen al plató de La Sexta Noche, nadie se estremece por lo que se pronuncia en ellos.
Pese a todo, mucha gente que no es diputada vive convencida de que la palabra tiene el poder de conformar la realidad, por eso hay guías de lenguaje inclusivo cuyos autores creen que basta con feminizar la gramática para feminizar la sociedad. Es la psicomagia de Alejandro Jodorowsky: si verbalizas la metáfora, esta se hace carne. El abracadabra de toda la vida, vaya, porque siempre acabamos en la misma cueva abroncando a los mismos dioses.
Quienes nos dedicamos a escribir sabemos, en cambio, que las palabras no tienen ningún poder, que no invocan ni conjuran nada y que, una vez escritas o pronunciadas, dejan la realidad impasible, porque la realidad tiene la fea costumbre de no darse nunca por aludida. Por eso está bien que el Tribunal Constitucional, que vive también de creer que las palabras son mágicas, les quite hierro y confirme que la cháchara es solo cháchara.
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