La afición, el flanco débil de la nueva tauromaquia nacida en abril y mayo
Los toros, ante la posibilidad de convertir la resurrección actual en el motor del cambio
Los aficionados a los toros, ese sector tan irreductible como reducido, es, sin lugar a dudas el flanco más débil del supuesto renacimiento que parece estar viviendo la fiesta de los toros en estos momentos.
Han sido engañados y vituperados por los taurinos; ignorados y despreciados por los poderes públicos, insultados por los antitaurinos, y condenados por el animalismo.
Hoy, ser aficionado a los toros es casi una heroicidad.
Y, lo que es peor: cada vez son menos. El abandono de los que han sido presos de la desidia se une a la ausencia de nuevos integrantes por un creciente rechazo social y una deliberada política de ocultación de la fiesta en muchos medios de comunicación y en las escuelas.
La fiesta ha resucitado en la Feria de Abril y se muestra feliz en San Isidro
Los toros han perdido varias generaciones de españoles que no han tenido oportunidad de conocer los secretos de la tauromaquia para decidir en consecuencia. Se les ha ocultado y negado su existencia, y, hoy, millones de jóvenes no sienten el más mínimo apego hacia el espectáculo porque no han tenido oportunidad de conocerlo cuando tenían la edad adecuada para amarlo o rechazarlo.
Este podría ser el principal obstáculo para que la tauromaquia vuelva a disfrutar de un renovado esplendor cuando han vuelto los triunfos de toros y toreros.
La afición, sabia, exigente y generosa, ha sido históricamente, el cimiento fundamental de la fiesta. Si pierde su fuerza, la tauromaquia se tambalea y queda en manos de los taurinos -presuntamente culpables de su olvido y decadencia-, del público, siempre infiel y veleidoso, y de los políticos, dispuestos en todo momento a la apatía por criterios electorales.
Cuando el pasado Domingo de Resurrección se abrieron las puertas de la plaza de la Maestranza, la fiesta de los toros estaba en la UVI. Y allí, día a día, a medida que fue transcurriendo la Feria de Abril, y sin explicación aparente, comenzó a respirar por sí sola, abrió los ojos, se levantó de la cama, comenzó a caminar, sonrió y contagió su buena salud a todos los presentes.
Fue la consecuencia del buen tratamiento protagonizado por la casta de los toros de Torrestrella, la pujanza de los victorinos, la clase de la corrida de Santiago Domecq, la nobleza de los jandillas, el misterio capotero de Morante, la maestría de El Juli, el liderazgo incuestionable de Roca Rey, la torería de Urdiales, la grandeza deslumbrante de Pablo Aguado…
Y la fiesta, recuperada y feliz, salió a hombros, por la Puerta del Príncipe mientras familiares y amigos -aficionados y público- respiraban satisfechos y orgullosos ante la recuperación milagrosa del enfermo.
¿Será capaz el sistema de asumir el cambio en el resto de las ferias?
Sin tiempo para el descanso, comenzó San Isidro, y en Madrid se confirmó la exultante energía de la fiesta de los toros. En pocas jornadas, la suerte se alió con el empresario Simón Casas, -a quien tanto se había criticado por la elaboración de los carteles-, y se sucedieron los triunfos de hierros ganaderos y toreros: La Quinta, Fuente Ymbro, El Pilar, Montalvo, un toro de Parladé, otro de Juan Pedro Domecq, Miguel Ángel Perera, Roca Rey otra vez, Paco Ureña, David de Miranda…
¿Qué está pasando en la fiesta de los toros?
Quizá, tenga razón ese veterano aficionado que argumenta que es el péndulo de la historia el que decide los periodos de exaltación y oscuridad de las acciones humanas.
Otros aseguran que una más seria y eficiente selección ganadera a raíz de la crisis económica y el empuje de nuevos toreros han propiciado esta eclosión que supone un auténtico renacimiento de la fiesta de los toros cuando padecía un coma que parecía irreversible.
Sea como fuere, bienvenida sea la bendita resurrección.
La fiesta de los toros tiene hoy otra cara, y el aficionado cuenta con sobrados motivos para sonreír, gozar y olvidar, aunque solo sea de momento, tantas tardes de desesperante aburrimiento.
Pero la justificada euforia actual no puede ocultar una realidad que bien pudiera empañar un horizonte que se presenta optimista y cargado de buenas noticias.
La fiesta de los toros ha resucitado en Sevilla y Madrid, las dos plazas más importantes, referentes del estado de la tauromaquia moderna. Pero, ¿será capaz el sistema de asumir el cambio en el resto de las ferias? Es decir, ¿habrán entendido los empresarios -y junto a ellos, los que más mandan en la sombra- que el cambio es necesario e imprescindible, y que se deben modificar planteamientos obsoletos que han demostrado reiteradamente su ineficacia?
¿Se abrirán los carteles a la presencia innovadora de los nuevos nombres de los toreros emergentes o se seguirá apostando por la vetusta veteranía que interesa cada vez menos?
He aquí la importancia de la afición. Si esta fuera visible por su número, compromiso e influencia habría garantías suficientes para el renacimiento taurino.
Pero no es así, y el público no es de fiar. Los espectadores son ocasionales, inconstantes, magnánimos, poco instruidos taurinamente y, en consecuencia, manipulables por el sistema. El público es flor de un día.
En fin, que la fiesta de los toros se encuentra otra vez ante la disyuntiva del ser o el no ser, de convertir la feliz circunstancia de la resurrección actual en el motor del cambio que le permita soñar con un tiempo nuevo y emocionante.
En poco tiempo se comprobará si la Feria de Abril y San Isidro no han sido más que una vana ilusión o el inicio de una etapa ilusionante.
De los taurinos depende, que no de una afición exigua, comprometida y largamente vapuleada.
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