Un largo y oscuro sueño
Júlia Barceló, Pol López, Pau Vinyals y Míriam Alamany, lo mejor de Orsini, ambiciosa pero confusa obra, en el TNC de Barcelona
Expectación en el TNC barcelonés, que ha abierto su sala Tallers a la Companyia Solitària, en esta ocasión dirigida por Xicu Masó, para estrenar la esperada Orsini, de Aleix Aguilà, con cuatro intérpretes estupendos: Júlia Barceló, Pol López, Pau Vinyals y Míriam Alamany.
Las obras que juegan con viajes en el tiempo, o van a caballo entre sueño y realidad, suelen provocarme una intensa mezcla de fascinación y lío. Orsini es una pieza ambiciosa pero confusa. Sobre el papel, versa sobre la bomba que le da título y que el anarquista Santiago Salvador hizo estallar en el Liceu en 1893. Según Aleix Aguilà, su autor, el texto ha tenido diez versiones, a lo largo de un año y medio de trabajo en el Nacional. Quizás hubiera hecho falta otra. O podar la anterior.
Arranca en 2017. Una boda cerca de Andorra. Tono de comedia, ligero y punzante, muy brossiano. Toques enigmáticos sobrevuelan el diálogo. Cèlia Raventós (Júlia Barceló) es una actriz tan popular y aparentemente feliz como atormentada. Guillem (Pol López) es un payés fabulador que parece conocer a todos y al que nadie parece conocer (según ella). Más misterios rodean a Nico (Pau Vinyals). Viste con esmoquin, dice dedicarse a la “gestión de residuos” (conducir un camión de la basura), y de repente pasa a hablar de sí mismo en femenino. Y hay más, mucho más por descubrir (o fantasear). Lo importante es que el diálogo entre Cèlia y Nico fluye con ligereza de champán, tanto que al final salí convencido de que lo de Aguilà era la comedia, o sea, la primera parte. Y cuando se les suma Guillem ya piensas que podían montar un trío. Pero luego llega una criada de uniforme negro llamada Victòria (Míriam Alamany) y el cielo se oscurece, y no hay eco en la montaña, y cuenta que ha caído una vaca en la piscina, y una niña ha desaparecido de la fiesta. Y descubren que los cuatro tienen en la cabeza la misma romanza de Guillermo Tell, la ópera de Rossini que sonaba en el Liceo cuando el atentado. “¿Qué atentado?”, dice Nico, pero en ese momento Guillem está sufriendo un ataque de patriotismo canelónico: “¡Nada de Rossini! ¡Los canelones son nuestros!”. Parecen tener mismas canciones, pero distintos recuerdos. Y también parece que Nico venga de otra función.
¿Hasta dónde se puede contar? Probaré. Cosas que me gustan: tienen fuerza y poesía (muy rodorredianas) los recuerdos de infancia de Victòria, la palmera del patio trasero de la bodega donde trabajaba con sus padres, y el otro patio al que se asomaba a la ópera, atención a esta frase, “antes de las bombas y las pistolas”. Alamany está rotunda ahí, y en el fragmento donde le revela a Cèlia a) lo que ha pasado, y b) donde están. Pasajes que no me convencen: tres monólogos. El de Cèlia, el de Victòria y el de Guillem. A estas alturas, y llamándose la función como se llama, imagino que ya supondrán que el Liceo cumple un cierto papel. Insisto en que los intérpretes están rebién, pero en los monólogos hay demasiados clichés. El más reiterado: el Liceo, ese lugar al que solo van los ricos a lucirse y ver “idealizaciones épicas”, como dice el propio Aguilà en el programa. Hay otro momento en el que Victòria se pone gorgónica (facción Matrix) y dice este sorprendente párrafo: “Esta es la realidad. La que a nadie gusta. Nunca os la mostrarán en este teatro. Dejaríais de ir al teatro si os mostrasen el monstruo que es la realidad. El cúmulo de víctimas que la compone”. Por cierto, puestos a mostrar realidades que no gustan, alguien podría recordar que en ese atentado murieron 22 personas.
Pese a la buena mano de Masó hasta entonces, lo que viene a continuación me resultó endiabladamente complicado de seguir. Es el tercio final y ya se me hace muy difícil saber qué me están contando. El misterio de la niña desaparecida no es el único. Imposible resumir aquí esa parte tan caótica como tediosa, pero predomina la sensación de que se podía contar con menos jaleo formal y en menos tiempo. Me recordó cierto cine de los años setenta, entre lo enloquecido y lo pretencioso, pero para contradecirme un poco, ahí va el momento que me llegó al corazón: la aparición de Nico, definitivamente mutante, cantando una versión de No soy de aquí ni soy de allá, del gran Alberto Cortez, mejor que cualquier otro himno imaginable. Por cierto, en el programa viene a decir el dramaturgo: “Si esta obra tuviera un objetivo, quizás sería el de cuestionar al espectador qué relatos le impiden ver la realidad, o quiénes son los personajes que construimos en nuestra cotidianeidad por querer pertenecer a una obra de teatro que ya consideramos nuestra vida”. ¡Ardua tarea!
Orsini. Texto: Aleix Aguilà. Dirección: Xicu Masó TNC. Barcelona. Hasta el 26 de mayo.
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