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PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Edipo rojo oscuro

Cuatro intérpretes magnéticos, una dirección electrizante y un texto escrito por Steven Berkoff hace 40 años a la espalda y que sigue tan provocador como entonces

Marcos Ordóñez

Cuesta creer que Greek, de Steven Berkoff, dirigida por Josep Maria Mestres en el Lliure de Gràcia bajo el título de Com els grecs, se estrenase en Londres en 1980. Es decir, 15 años antes de que Aleks Sierz patentara el in-yer-face-theatre, y buena parte de los críticos británicos le armaran la marimorena a la pobre Sarah Kane por estrenar Blasted en el Royal Court (para citar un solo ejemplo). Com els grecs es, digamos, una versión libérrima de Edipo, pospunk y ferozmente transgresora, a la que, para contextualizar, Mestres ha añadido canciones de los Sex Pistols y carteles de Margaret Thatcher pegados sobre una pared de ladrillos rojo oscuro. He encontrado algunas puestas anteriores, en castellano: en 1992, Tomeu Verges la montó en el Central de Sevilla; en 1999 fue el primer espectáculo de Alfredo Sanzol, y La Pitbull Teatro la presentó en 2011. Casi 40 años después de su estreno en el Half Moon Theatre, Greek ha vuelto rebosante de vida y de furia, en una estupenda traducción de Joan Sellent, repleta de vivísimos coloquialismos.

No debe de ser nada fácil la versión de un texto tan escatológico, obsceno, provocativo, ultraviolento y cargado de imprecaciones que estallan en las bocas de cuatro personajes de clase baja británica, para los que la señora Thatcher parece ser, oh, su última esperanza. Ya en 1980, Berkoff veía una realidad apocalíptica, con los barrios extremos como “zonas de guerra agonizantes” y “una violencia que emanaba y tenía el poder de pervertirlo todo”. Un Londres en el que los fascistas del National Front odian por igual a negros, judíos o gais. Eddy/Edipo (Pablo Derqui) es un eastender machista y trepador, con una visión amarga y salvajemente sardónica de todo lo que le rodea. Si hemos leído la tragedia podemos decir que él la ha causado, pero aquí no es el único: Pep Cruz es el padre; Mercè Arànega, la madre; Silvia Bel, la amante (y son unos cuantos personajes más). A los 10 minutos pensé: no lo pueden servir mejor, pero ¿va a ser todo el rato una competición de a ver quién la dice más gorda? Es una función asfixiante. Lo es su mundo y su lenguaje, que podría ser un cruce entre Céline y Bukowski. (La pega habitual en este tipo de funciones: va creciendo en intensidad, pero piensas que algún tajo no le iría mal).

Hacia el final del primer acto entró la furia de otra manera y para quedarse. Comenzó a tomarme por el cuello cuando un personaje acaba con otro literalmente a golpes de frases, porque sus palabras clavan, golpean y matan. Cuando acabe la función flotarán en el aire dos horas de monólogos y diálogos, sostenidos con una fuerza extenuante. Es admirable aprenderse todo esto y mantenerlo en alto, en constante tensión. Caigo en la cuenta de que Josep Maria Mestres tiene en cartel esta obra en el Lliure, y también acaba de dirigir La golondrina, de Guillem Clua, en Madrid: cuesta imaginar dos obras, dos formas de electricidad más distintas. Y Pablo Derqui, que acaba de hacer La dansa de la venjança, de Casanovas, un thriller psicológico dirigido por Pere Riera, aquí es una máquina de triturar y deslumbrar. Y creo que aflora también, además de la finura de Mestres, el hecho de que Mercè Arànega y Pep Cruz trabajaran juntos en Davant la jubilació, de Thomas Bernhard, donde les dirigió Krystian Lupa. Tampoco me parece casual que Sílvia Bel se formase con Mestres a finales de los noventa: hay que verla en los roles de Doreen, la hermana, y de la camarera del aeropuerto, y de la esposa, y cómo crece en cada personaje.

El segundo acto de Com els grecs es imparable y modélico. Siguen diciendo barbaridades no aptas para oídos sensibles, pero con el tono de los reyes de Shakespeare y el humor alucinado de Pinter. Eddy y su esposa son ahora aves depredadoras de clase alta, pero no son malos a secas: intercambian declaraciones de amor lúcido, temible, incendiado. No hay ojos arrancados, no hay ahorcamiento. Hay una sorprendente, casi pasoliniana reivindicación del incesto (“¿Quién dice que es una mala cosa?”, dice Eddy, como si estuviera en el principio del mundo). Los padres no parecen haber cambiado, salvo que visten mejor y, sorpresa, narran la “novela familiar” como grandes escritores. Y la esfinge de Mercè Arànega es una feminista extrema y orgullosa. Rebobino: la tonalidad escupida y la violencia constante no suelen ser platos de mi gusto, pero a ratos echaba de menos esa visceralidad (visceral: directo a la tripa), aun con todos sus excesos. Y la entrega y la fuerza constantes de los intérpretes me dejan boquiabierto. Y aplaudiendo, como ese público que se puso en pie con masivo entusiasmo. El rebobinado definitivo, de vuelta a casa: sí, en 1980 Berkoff escribió todo esto. Qué tío.

Com els grecs Texto: Steven Berkoff Dirección: Josep Maria Mestres Teatre Lliure. Barcelona Hasta el 12 de mayo.

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