Umbrío por la pena
Magistral la actuación de José Sacristán en 'Señora de rojo sobre fondo gris', un conmovedor texto de Miguel Delibes
Hay dos figuras femeninas absolutamente opuestas en la obra de Miguel Delibes. “Dos mujeres”, dijo, “de alguna manera representativas de la España de la segunda mitad del siglo XX”: Carmen Sotillo, la viuda de Cinco horas con Mario (burguesa, conservadora, agria), y Ana, de Señora de rojo sobre fondo gris (progresista, vivaz, alegre). La segunda está inspirada en Ángeles de Castro, esposa de Delibes. Él la llamaba “mi equilibrio”. Ella le animó a ser escritor, y “con su sola presencia aligeraba mi pesadumbre de vivir”. Nicolás, el narrador de Señora de rojo sobre fondo gris, es un pintor que desde la muerte de Ana en 1975 no ha vuelto a pintar. El verano de la enfermedad, la hija de ambos estaba presa por su militancia antifranquista. Si Carmen Sotillo se dirigía al marido muerto, aquí será Nicolás quien le cuente a su hija lo que esta no vivió; porque aún no había nacido o porque estaba en la cárcel y Ana no quería hacerla sufrir. Así que el padre puede fijar por igual los recuerdos del dolor o lo que sucedía cuando, de novios en París, Ana deslumbraba a todos al entrar en una fiesta. O evocar su amor con un párrafo tan sencillo y hermoso como este: “Nos bastaba mirarnos y sabernos. Estábamos juntos, era suficiente. Cuando ella se fue, todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida, eran sencillamente la felicidad”.
Delibes tardó 17 años, desde 1974 a 1991, en ponerse a escribir Señora de rojo sobre fondo gris. Se comprende. Es una pieza tan bella como desoladora; uno de sus textos más hondos y depurados. José Sacristán, que en 1989, mano a mano con Juan José Otegui, interpretó otra adaptación de Delibes, Las guerras de nuestros antepasados, ha elegido, a los 81 años, ser Nicolás: la primera vez que interpreta un monólogo. Solo en escena durante 90 minutos. Y ha realizado la adaptación, junto con Inés Camiña y el productor José Sámano, que esta vez también dirige. Las palabras de Ana, a ráfagas, llegan en la voz de Mercedes Sampietro. Tras una larga gira, Sacristán está en el Romea barcelonés, y hay que ir a verle y aplaudirle.
Arturo Martín Burgos ha creado una escenografía en tonos oscuros, grises, melancólicos que envuelven al pintor, vestido con un jersey rojo, como si ese color fuera el uniforme de ella. Al fondo, su puro emblema: la imagen que da título a la historia (el cuadro real, de García Benito), que poco a poco irá ganando en luminosidad, en intensidad, hasta hacernos ver a Ana como si brotara de un sueño, como Gene Tierney en Laura, la película de Otto Preminger. Como Dana Andrews, Nicolás sigue enamorado de su recuerdo: “Cuando enfermó, a los 48 años, seguía tan grácil y atractiva como cuando la conocí en el parque a los 16”. Una mujer sabia que le hizo ver que su pintura “describía pero no narraba”. Podría seguir acumulando frases tan espléndidas como las que he citado, pero ganan bien dichas.
Hay que escuchar a Sacristán en la cumbre de su arte, interpretando a un hombre “umbrío por la pena / casi bruno”. Sacristán, escribí un día, tiene una voz como pocas: grave, flexible, diáfana. En la función hay dos cosas: pena y arte. Hay dolor por la pérdida y celebración por el recuerdo de una vida plena. Arriesgado reto: lograr rompernos el corazón sin que nuestras lágrimas emborronen sus palabras. Quizás algunos de sus mejores giros interpretativos recientes los haya dado en el cine. Vuelven a mi memoria trabajos como Un lugar en el mundo, Roma, Madrid 1987, El muerto y ser feliz, Magical girl, Las furias, Formentera Lady. Estaba espléndido en Muñeca de porcelana, de Mamet, que paseó por toda España, pero Señora de rojo sobre fondo gris me parece una cima. Un prodigio de emoción, al que llega por un logro de orden técnico: su forma de saber colocar para que una frase cercana al susurro se escuche con claridad desde las últimas filas. Recibo como un regalo la maestría del fraseo. La voz al borde del sollozo, a punto de romperse, cumpliendo el viejo y sabio axioma de la actuación: llega mucho más la emoción cuanto más se contiene.
No sé si Sacristán da clases de interpretación. Debería, como debió hacerlo Fernán Gómez o hacerlo hoy José María Pou o Emilio y Julia Gutiérrez Caba: serían grandes maestros. Ahora me llegan de nuevo las palabras de Nicolás, y el recuerdo de Ana me empaña los ojos, y me suena como la palabra escrita de Sánchez Ferlosio evocando a Marta Sánchez Martín, su hija muerta, aquel epitafio inolvidable donde su voz le volvía “como una campanita de convento que, a despecho del mundo, todavía me sonaba a amanecer”.
Señora de rojo sobre fondo gris. Texto: Miguel Delibes. Dirección: José Sámano. Teatro Romea. Barcelona. Hasta el 12 de mayo.
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