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Columna
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¿Televisión inteligente?

Reflexiono con envidia ante la familiaridad de los críos con el nuevo mundo mientras me vuelvo loco intentando entenderme mínimamente con una smart TV

Carlos Boyero

Me cuentan que los bebés, incluso antes de aprender el lenguaje oral o de andar, saben moverse a través de las pantallas táctiles, que sus deditos navegan con naturalidad, puro instinto, observación, por esas teclas que les permiten disfrutar de vídeos, juegos, dibujos, fotografías. Poseo esa información por parte de numerosos y orgullosos progenitores, pero también he sido testigo de ello. Y mis sensaciones son una mezcla de fascinación y estupor. Lo que sentiría el hombre de Cromañón ante descubrimientos primarios.

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Reflexiono con envidia ante la familiaridad de los críos con el nuevo mundo mientras me vuelvo loco intentando entenderme mínimamente con una smart TV, a la que se le atribuye el don de una inteligencia prodigiosa. Enorme paradoja, ya que viendo la mayoría de los contenidos que a lo largo de toda su historia exhiben estos aparatos, jamás he pensado que se distinguieran por su inteligencia. Me aparecen continuamente carteles en la pantalla que me hablan de cosas tan marcianas (para mí) como el software o el tiempo que lleva encendido el bicho. Las imágenes, algunas veces, aparecen pixeladas, o me comunican que estoy desintonizado y que no aparece la señal para conectar con Internet. Como no puedo ni debo abusar de la paciencia de amigos y vecinos para que solucionen mi incomprensión de la tecnología y mi desquiciante acojone ante ella, renuncio a la lucha y me acuesto temprano.

Pero, a veces, logro momentáneamente ponerme de acuerdo con el bicho y ver series, mediante Internet, que me habían recomendado con insistencia. Y compruebo que la tercera e insufrible temporada de True Detective tiene efectos dormitivos. No paso del cuarto capítulo de Suburra. En principio, no le pillo la gracia a Mira lo que has hecho, del divertido Berto Romero. Renuncio después de dos capítulos al turbio lirismo y a la presunta complejidad sentimental de El embarcadero. No todo está perdido. Me quedan mis infinitas películas en Blu-ray y DVD.

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