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Columna
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Sopor

La oferta a lo largo de meses del interminable juicio del procés y las saturantes elecciones políticas pueden tener efectos letárgicos para el espectador

Carlos Boyero
Vsta general de la sala del juicio del procés durante la declaración como testigo de la ex vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría.
Vsta general de la sala del juicio del procés durante la declaración como testigo de la ex vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría. EFE

No sé nada de audiencias, ni de movimientos virales ni de share, pero sospecho que los responsables de las televisiones y otros medios de comunicación (o incomunicación) deben de estar asustados ante el lógico bajón de su fiel clientela. La oferta a lo largo de meses del interminable juicio del procés y las saturantes elecciones políticas para decidir quiénes van a ser los salvadores de la patria, los benefactores de la gente y otras urgencias humanísticas y sociales, pueden tener efectos letárgicos para el espectador.

No pretendo ser frívolo, sé los años de cárcel que se están jugando los acusados, pero esa trascendencia no evita el sopor ante lo que ves y escuchas. La culpa de ese letargo la tiene el gran cine. Nos hizo creer que los juicios son apasionantes a través de tramas, desarrollos, personajes, y diálogos que te mantenían en tensión, fascinado, con veredictos imprevisibles. Nada que ver con el tono cansino y grisáceo de la realidad. Y si cambias de canal te encontrarás con estupros, violaciones, asesinatos, alunizajes, palizas, esas cositas que alimentan el morbo del personal y que los presentadores anuncian con el tentador: “Les avisamos de que las imágenes que van a ver son muy duras”.

Y no quiero pensar en la temporada de mítines que nos espera. Me resultan insoportables. Y la culpa en este caso la tiene Shakespeare, que escribió algo inmejorable sobre los discursos de los políticos en Julio César. Marco Antonio remata al tiranicida Bruto cuando le revela a la plebe que el riquísimo César les hizo sus herederos en el testamento. En el cine, fueron antológicas las interpretaciones de Brando y de Mason en ese duelo dialéctico. Pero que yo sepa, en la vida real jamás regalan algo tangible y suculento al enfervorizado público de los mítines. De ahí que no pueda entender su arrobo, sus ovaciones, su identificación sin fisuras, sus gritos de apoyo, su emoción, sus orgasmos.

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