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Columna
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Genitales

Supone un oasis encontrarse con narradores sensatos, divertidos, como esa sociedad modélica que forman Carlos Martínez y Michael Robinson

El entrenador del Atlético de Madrid, Diego Pablo Simeone, durante el partido ante el Juventus en la ida de octavos de final de la Liga de Campeones.
El entrenador del Atlético de Madrid, Diego Pablo Simeone, durante el partido ante el Juventus en la ida de octavos de final de la Liga de Campeones.Rodrigo Jimenez (EFE)
Carlos Boyero

Como nunca he descubierto los placeres que otorga el masoquismo acostumbro a quitar el sonido del televisor en la mayoría de las retransmisiones del fútbol. Es un universo de frases hechas y lugares comunes con capacidad para provocar en el receptor el sonrojo, el estupor, el hastío. No solo irrita la letanía de estupideces que escuchas, también el tonillo cutre y patán que les acompaña. Puedes oír cosas tan involuntariamente bobas como: “Llevamos cinco minutos de partido y ya tenemos claro que los dos equipos quieren la victoria”. Se supone que es un profesional el que ha llegado a conclusión tan sofisticada. Y últimamente también ejercen de críticos y publicistas. Cada diez minutos te están describiendo las excelencias de las series, películas, concursos, que exhibe su cadena.

Por ello, supone un oasis encontrarse con narradores sensatos, divertidos, en posesión de conocimiento, ironía y personalidad como esa sociedad modélica que forman Carlos Martínez y Michael Robinson. Y además están relatando un partido tenso, emocionante, imprevisible, como el que jugaron el Atlético de Madrid y la Juventus. El vibrante espectáculo se me atraganta cuando después de marcar el Atlético las cámaras enfocan a un individuo en trance que eleva sus genitales y los masajea en plan compulsivo. No es King Kong cuando se irrita. Él se golpeaba el pecho para afirmar su autoridad o darse coraje. Es Simeone. Siento bochorno, vergüenza ajena, es una imagen repulsiva. Su convicción de que prefiere que su equipo juegue mal y gane es discutible, pero legítima. Su degradante exhibición pública sobre el supremo poder de los testículos para triunfar en la vida solo podría explicarla la zoología.

No es lo único lamentable en ese partido. El millonario hortera, el llorón profesional, el chantajista arrogante, el que necesita ser adorado todo el rato, un tal Ronaldo, le cuenta al público del Atlético que él ha ganado cinco Champions y ellos cero. Ninguna mención a sus compañeros.

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