La familia a punto de humo
‘El silencio de Elvis’, ópera prima de Sandra Ferrús, cautiva el interés y por momentos conmueve por su franqueza
Tras el éxito de La omisión de la familia Coleman se han estrenado estos años muchas comedias sobre hogares en los que todo está manga por hombro, con objeto de despertar hilaridad pero también ternura por seres tan a la deriva. Raras son las obras como El silencio de Elvis, que reproduce un caos familiar, identificando su espoleta: un hijo con esquizofrenia paranoide. Cuando al joven Vicenç se le prende fuego la mecha, no hay quien lo contenga, su empatía se desvanece, pierde el control de sus impulsos y deja un reguero de dolor.
Lo que Sandra Ferrús relata con conocimiento de causa (los efectos de la esquizofrenia en la convivencia) es extrapolable al daño que sobre sus próximos producen los parientes psicópatas, ludópatas, dipsómanos o aquejados de cualquier trastorno que curse con ausencia de empatía o de autocontrol. Sus personajes, observados admirablemente, transmiten verdad, fragilidad e indefensión: cuando discuten, parece que en el tablero donde se mueven, además del caballo loco, anduvieran perjudicados también el rey y la dama, representantes de una generación poco alfabetizada en lo emocional.
La ópera prima de Ferrús cautiva el interés y por momentos conmueve por su franqueza: todo está traído del natural, salvo los intermedios alegóricos. Elías González imprime al protagonista un plus de imprevisibilidad, de peligro que prende antes aún de encender la cerilla: su ánimo parece impulsado por un resorte ignoto. Pepe Viyuela transmite humanidad a su papel paterno y lo pone en equilibrio admirable entre lo dramático y lo cómico. Las réplicas cargadas de razón y cólera de Susana Hernández están en la mejor tradición arnichesca. Concha Delgado y Sandra Ferrús convierten en ángel a la hermana de Vicenç. Martxelo Rubio es perfecto comodín.
El silencio de Elvis. Texto y dirección: Sandra Ferrús Teatro Infanta Isabel. Madrid. Hasta el 3 de marzo
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