Chaplin sin Charlot
'Un cadáver exquisito', de Manuel Benito, es una obra exigente, con texto extenso que debiera acompañarse de acción profusa y precisa
¿En qué estilo debe representarse esta comedia? Inspirada en el secuestro del cadáver de Charles Chaplin, acontecido nueve semanas después de su enterramiento en Corsier-sur-Vevey (Suiza), su autor establece cierto paralelismo entre los profanadores, dos mecánicos inmigrantes provinientes de Polonia y Bulgaria, y Charlot, el hombre sin atributos económicos.
Al comienzo de Un cadáver exquisito Roman Joseph Wardas y Gandscho Ganev arrastran el féretro del artista con movimientos sincopados de celuloide rancio, pero cuando ambos cacos comienzan a hablar, sus intérpretes adoptan una gestualidad más natural. En Les naufragés du Fol Espoir, Ariane Mnouchkine optó porque el rodaje de la película muda dentro del teatro que ocupa la mitad de tan inolvidable espectáculo del Théâtre du Soleil se representara con la amplitud expresiva, la aceleración y los saltos de imagen propios del cine mudo. Sus intérpretes movían los labios, pero el texto aparecía proyectado.
UN CADÁVER EXQUISITO
Autor: Manuel Benito. Intérpretes: Jacobo Muñoz, Guillermo G. López, Cristina Palomo, Felipe Andrés. Luz: Sergio Balsera. Vestuario y ambientación: Teresa Valentín-Gamazo Espacio escénico y dirección: Juan Pastor. Madrid. Espacio Guindalera, hasta el 27 de enero.
Manuel Benito ha compuesto una obra exigente, con texto extenso que debiera acompañarse de acción profusa y precisa, medida con metrónomo. En el interior de las cabinas telefónicas desde las cuales Gandscho (Jacobo Muñoz) y Wardas (Guillermo G. López) llaman sucesivamente a Oona O’Neill pidiendo una pasta gansa sin éxito, ambos intérpretes deberían conducirse con la elaborada torpeza que Laurel y Hardy despliegan con swing en la escena del coche cama de Noche de duendes. Les sobra motivación y les falta resolución..
No es fácil resolver la contradicción entre lo grotesco de los sucesos que el autor recrea al hilo de lo sucedido y el realismo de su escritura. Durante la escena de la estación de ferrocarril alpina, tocados con sendos sombreros hongo, Wardas y Gandscho son Vladimir y Estragón esperando que Papá Godot aparezca con la fortuna prometida. Concebida intuitivamente como número de variedades, tal escena exige de ambos cómicos una imitación de Charlot fidedigna y creativa, como la que Óskar Redondo exhibe en Chaplin XXL.
Felipe Andrés, actor de categoría probada sobradamente, en esta ocasión está solemne en el papel del comisario Melville. Para que tan bien escrito personaje funcione, cuanto más autoritario pretenda motrarse, más lábil, pegajoso y falto de carácter debe representarlo su intérprete, cual sucede en La Pantera Rosa con el inspector Clouseau encarnado por Peter Sellers. En lugar de revestir a Melville de severidad encorsetada, Andrés habría de presentarlo como un intolerante débil de carácter, alguien que cuando intente moverse con desenvoltura resulte ridículo (del mismo modo que cuando quiere ser perspicaz parece corto de alcances). Para troncharse uno de risa basta imaginar cuán torpemente pondría Sellers el arma del Comisario al alcance de Oona y los actos fallidos que cometería uno tras otro cuando ella la tome con sus manitas.
El autor madrileño convierte a la esposa de Chaplin, encarnada estoicamente por Cristina Palomo, en portavoz de la tesis de su obra (y de convicciones que le presupone). El temple con el cual se pronuncia, su actitud por encima del bien y del mal, la determinación sin fisuras que transmiten las palabras que Benito pone en sus labios, hacen de ella personaje unívoco y poco convincente.
A pesar de lo oportuno y de lo esforzado de esta producción de la Compañía Guindalera, comandada por Juan Pastor, su dirección se queda esta vez entre dos aguas.
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