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Blogs / Cultura
El toro, por los cuernos
Por Antonio Lorca

Paco Ureña, una figura del toreo, un héroe, un referente de la grandeza

El torero murciano vuelve en la feria de Fallas tras perder el ojo izquierdo en Albacete

Paco Ureña, en la plaza de Zaragoza, el 12 de octubre de 2017.
Paco Ureña, en la plaza de Zaragoza, el 12 de octubre de 2017.Teseo
Antonio Lorca

Aunque no sea más que por tener la oportunidad de respetar y admirar a personajes como el torero Paco Ureña merece la pena ser aficionado a los toros.

Y si no se es, porque no todo el mundo tiene por qué disfrutar con el arte del toreo, al menos se debe reconocer la grandeza humana de los auténticos héroes de carne y hueso. Pero no porque demuestren la valentía suficiente para estar delante de un toro, -que también-, sino por erigirse en referentes de una ilimitada capacidad de esfuerzo y sacrificio, por su compromiso sobrehumano contra la fatalidad, y por su decisión extraordinaria para superar las numerosas dificultades, algunas insalvables, que plantea la profesión de torero. En suma, por jugarse la vida contra su propio destino.

En casos así, ser torero, incluso, sería lo de menos.

Escuchas a Paco Ureña, indagas someramente en su trayectoria, lo miras a la cara, y hay que ser muy insensible para no reconocer que estás delante de un superhombre, un luchador incansable, un rebelde con causa, un inconformista puro.

Toreros como Ureña se juegan la vida contra su propio destino

Es un torero, pero podría haber elegido cualquier otra actividad. Por encima de su valor, de su vocación y sus ansias de triunfo, lo que prevalece es un ser humano de una categoría excepcional.

Personajes así no abundan; y mucho menos en esta sociedad moderna en la que los héroes suelen ser hijos de la imaginación de un creativo y habitan en el mundo del cómic, la publicidad, el videojuego, el cine o la serie televisiva. No parece propicia la vida actual para afrontar con gallardía un problema y darle la vuelta a la realidad para que las aguas de la mala fortuna no aneguen la meta soñada de una vida. En esta corriente del disfrute momentáneo, del instante de bienestar, y de la huida a toda prisa de cualquier circunstancia que entorpezca la consecución de una efímera felicidad, queda poco espacio para los héroes de verdad. Suelen ser elementos discordantes y representan, en todo caso, imágenes del pasado, en blanco y negro, rancias y pasadas de moda.

En estas estábamos, en una existencia casi siempre anodina e insulsa, en un océano de prisas con cinco centímetros de profundidad para la reflexión y el análisis, y sin ganas apenas para acometer empresas más allá de las que nos obliga la rutina diaria, cuando te tocas de frente con Paco Ureña, un tipo singular, nacido en 1982 en La Escucha, una pedanía de localidad murciana de Lorca, en el seno de una familia de huertanos, sin relación alguna con la tauromaquia, y lo primero que te suelta es que el toro es su vida y su obsesión.

El torero, en el callejón de la plaza de Las Ventas.
El torero, en el callejón de la plaza de Las Ventas.Víctor Sainz

Decidido a ser torero, alquiló una casa en la localidad sevillana de Benacazón, que pagaba con las brócoles que su padre le permitía plantar junto a las coliflores, pepinos, tomates y sandías del huerto familiar, y desde el Aljarafe mantuvo una estrecha vinculación con el toro. Así, curtiéndose en soledad, pasó varios años.

Después, llegaría la recompensa al esfuerzo y su nombre quedó pronto anotado en el corazón de los buenos aficionados, que vieron en el torero una capacidad fuera de lo común, una actitud heroica, un ejemplo de entrega y pundonor y una concepción clásica del toreo.

A principios del mes de septiembre pasado, se citó con este periódico en la explanada de la plaza de Las Ventas.

-“¿Sabe lo que le digo? Que la miro y siento escalofrío…”

Recordó entonces el sentimiento que de niño le embargaba cuando acudía de la mano de su padre a ver toros en Madrid: “¿Seré yo capaz de torear alguna vez aquí?”

El ser humano se presenta como un hombre apasionado que transmite honradez y naturalidad. Habla con el corazón y se muestra seguro en sus principios. Las facciones de su cara reflejan un rictus de tristeza que no es más que la secuela de la dureza del camino que le ha tocado vivir; pero prevalece en su mirada el semblante de las buenas personas, y desborda el orgullo de quienes se lo han ganado todo con su propio pulso.

Un luchador incansable, un rebelde con causa, un inconformista

La conversación continúa en uno de los túneles de acceso al redondel, y al torero no le ilusiona la idea de pisar la arena venteña. “Es que nunca he entrado en el ruedo de paisano, y ahora mismo siento una emoción muy extraña; me veo tan raro…”

Fue la última vez que ha estado más allá de las tablas del callejón de Las Ventas.

La tarde del 14 de septiembre, un ilusionado Ureña esperaba en el ruedo de la plaza de Albacete la salida del cuarto toro, dispuesto a alcanzar el triunfo que se le había negado en el primero. Lo recibió a la verónica, y, en un momento inesperado, el animal tiró un derrote y clavó su pitón derecho en el ojo izquierdo del torero.

El golpe debió ser tan brutal y el dolor tan insoportable que Ureña soltó el capote y saltó al callejón en una alocada carrera tan corta como dramática. Los médicos, convencidos en su primera impresión de que el accidente era gravísimo, trataron de que acudiera a la enfermería, pero el torero, movido por la rabia, la vergüenza, la inconsciencia y la sinrazón de aquel extraño momento, dijo que no, y que volvía a la cara del toro. Así, con un pitonazo en la cara y el globo ocular hecho añicos, siguió toreando.

Una temeridad, sin duda, irracional a todas luces, que solo se explica por el misterio insondable que envuelve la personalidad de los toreros. Pero la suerte estaba echada. Horas después, un equipo de oftalmología de la capital manchega confirmaba entre líneas el primer diagnóstico del cirujano de la plaza: sería muy difícil que el torero recuperara la visión del ojo empitonado.

Y así ha sido. Tras varias intervenciones en un centro especializado, el drama ha prevalecido sobre el sueño: el ojo se lo llevó aquel toro en su pitón derecho.

Durante tres meses, Ureña ha estado perdido entre potentes luces blancas que trataban de encontrar un imposible hilo de esperanza al final del negro agujero de un túnel interminable; ha buscado una salida entre los fantasmas que, seguro, bullían en una cabeza aturdida por el tremendo golpe de mala suerte que amenazaba seriamente la realización de un sueño perseguido toda una vida.

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Pero, por fortuna, ni el hombre ni el torero están acabados, y el pasado 21 de diciembre Paco Ureña se presentó ante la opinión pública para comunicar que volverá a los ruedos en la feria de Fallas. Ya entonces se sabía que el torero había pospuesto una intervención quirúrgica para mejorar la estética del ojo y acelerar así su puesta a punto.

Esa es la condición humana de los toreros; especialmente, de este inmenso torero. ¡Qué entereza…!

De este modo, a causa de esa desgraciada pirueta del destino, Paco Ureña se ha convertido en uno de los toreros protagonistas de la nueva temporada. Nadie sabe lo que le espera vestido de luces, pero un ser humano de su condición y un torero de su clase merecen lo mejor.

Ya ha demostrado su inmenso poderío, su madurez artística, su clasicismo indiscutible y su valor tan desmedido como inteligente. El aficionado lo espera con interés y una generosidad no exenta de exigencia. Así es el mundo del toro.

Solo le resta, pues, la gota de suerte que le negó aquel cuarto toro de la feria de Albacete.

Mientras tanto, mientras llega la feria de Fallas, quede aquí el más sentido homenaje a la grandeza de un hombre y un torero llamado Paco Ureña.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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