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El género de la filosofía

¿No es mejor aceptar el listado convencional de filósofos consagrados y mostrar a través de él la enorme parcialidad del mundo?

Daniel Innerarity
Óleo 'Aspasia rodeada de filósofos griegos', de Michel Corneille.
Óleo 'Aspasia rodeada de filósofos griegos', de Michel Corneille.UIG / Getty Images

Cómo abordar la historia de la filosofía desde una perspectiva de género? De un tiempo a esta parte ha habido propuestas de recuperar filósofas a las que no se había prestado suficiente atención o ninguna. Reconforta encontrarse ahora en los nuevos cánones a mujeres como Aspasia, Hipatia, Catalina de Alejandría, Hildegard von Bingen, Wollstonecraft, Stein, Arendt, De Beauvoir o Weil, y su mera inclusión repara una parte de la injusticia histórica sobre la que está construido nuestro mundo, también el mundo de la historiografía filosófica. De todas maneras, el hecho de que la lista de voces femeninas silenciadas sea muy corta no se debe solo a que quienes elaboraron esa lista no se fijaran en las filósofas valiosas, sino sobre todo a que a lo largo de la historia han sido muy escasas las posibilidades que las mujeres han tenido de acceder a los lugares desde los que emitir su voz.

Reconozcamos, no obstante, que la idea misma de una lista es bastante patriarcal, como si el discurrir de la historia (en este caso, de la historia de la filosofía) fuera el recuento glorioso de figuras destacadas, lo que, en un mundo protagonizado por los varones no podía ser otra cosa que un ranking mascu­lino. El concepto de superioridad, preeminencia o excelencia es muy falocéntrico. Para tener una mirada más inclusiva sobre nuestro pasado, a mi juicio, la primera perspectiva que habría que corregir es precisamente esta de concebir la historia del pensamiento como una sucesión de momentos estelares, de pensadores destacados, desatendiendo otras formas de pensar más horizontales y compartidas. ¿Y si aprovecháramos la ocasión para entender el mundo más desde la perspectiva de nuestras prácticas culturales que como una sucesión discontinua de individuos célebres meditando en solitario? Contentarnos con modificar el listado podría incluso llevarnos a desatender la verdadera tarea crítica; sería algo equivalente a que hubiéramos entendido que el sufragio femenino resolvía toda la batalla de los derechos de la mujer.

¿No sería mejor aceptar el listado convencional y mostrar a través de él la enorme parcialidad de un mundo pensado por los hombres?

Si, pese a todo, insistimos en dar la batalla por el canon, entonces deberíamos tener en cuenta que una “lista cremallera” de la historia de la filosofía tendría como efecto perverso edulcorar la desequilibrada realidad de un mundo que fue pensado por y para los varones. ¿Corregimos la historia de imposición, sometimiento y exclusión otorgando un protagonismo a quienes de hecho no lo tuvieron porque no pudieron acceder a los lugares —academias, cátedras, universidades— en los que se decidía ese protagonismo? Dudo mucho de que el mejor medio para combatir una desigualdad de ahora en adelante sea contar el pasado como si esa desigualdad no hubiera tenido lugar. No hacemos justicia a las víctimas si, mediante la magia de una historiografía militante, las convertimos en actores principales de un pasado que desgraciadamente no protagonizaron.

Las buenas intenciones no son una metodología suficiente para las ciencias humanas y sociales. ¿No sería mejor aceptar, con las modificaciones necesarias, el listado convencional y mostrar a través de él la enorme parcialidad de un mundo pensado por los hombres? La tarea de una filosofía inclusiva que incorpore la perspectiva de género tiene menos que ver con quiénes la hicieron o dejaron de hacerla y más con el concepto de filosofía que ha sido dominante a través de la historia. La historia de la filosofía no es incompleta porque aparezcan en ella pocas mujeres; lo incompleto es la realidad que ese listado de varones representa y, sobre todo, lo que la mayor parte de esos filósofos pensaban, no solo de las mujeres en concreto, sino de una sociedad construida desde la exclusión de la mujer. No me refiero tanto a la misoginia expresa de Aristóteles, san Agustín, Rousseau, Freud, Nietzsche, Schopenhauer o Marx. Lo más importante es la implícita exclusión de la mujer que su pensamiento lleva a cabo. Si uno estudia a los filósofos consagrados puede entender por qué nuestra sociedad se ha construido con una idea de sujeto y de poder que no podía sino excluir a la mitad de la humanidad. En ellos se hace visible la falsa universalidad de la razón, la neutralidad imposible y las limitaciones de una subjetividad mutilada. La discriminación, antes de ser una práctica social, es una manera de pensar. Puede que estos filósofos muestren, sin quererlo, mejor que muchas filósofas redescubiertas, que nuestra cultura patriarcal se debe a ciertos modos de entender lo público, el poder, la propiedad, el sujeto o la misma racionalidad. Si estoy en lo cierto, entonces, la perspectiva de género sobre nuestra historia de la filosofía debería llevarse a cabo examinando críticamente el modo como sus verdaderos protagonistas describieron un mundo incompleto y proporcionaron el marco conceptual que justificaba esa empobrecedora exclusión. Contar cómo fueron realmente las cosas y no según nos hubiera gustado que fueran es el primer paso para que en el futuro sean de otro modo.

Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política e investigador de Ikerbasque, en la Universidad del País Vasco. Acaba de publicar ‘Comprender la democracia’ (Gedisa) @daniInnerarity

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