No odio a James Rhodes
El pianista/animador británico persevera en su campaña de victimismo, demagogia y mesianismo
Agradezco a James Rhodes haberme dedicado tantos minutos en su sección de A vivir esta mañana. Es verdad que no me ha mencionado explícitamente, pero sí ha aludido a "ese tipo" que fichó El País de El Mundo. Y que gana una fortuna. Y que tiene una casa enorme. Sólo podía ser yo.
De hecho, escribo estas líneas a la sombra de los olivares de mi latifundio. Oigo mugir a las reses bravas de mi vacada. Mi halcón peregrino ahuyenta las aves bastardas. Y he ordenado a mi palafrenero que disponga la cabalgadura. Y el rifle. Para cazar venados. O impostores.
Ha sido maravilloso el homenaje implícito. Me convierte el maestro Rhodes en hater. Y comparte su perspectiva Javier del Pino, sosteniendo que un servidor se levanta por las mañanas henchido de odio y de resentimiento para destripar a las gentes de bien. James Rhodes, verbigracia.
Creo que Bach es más importante para mí que para Jimmy. Y nunca osaría a mecanografíar su música, como él hace, pero envidio de Rhodes haber adquirido la posición de la verdad absoluta (lo dice en su discurso). Saber administrarla del peñón de Gibraltar hacia arriba. Colocarse en el trono del amor. Y hablar para hacernos mejores desde su clarividencia filantrópica.
Y me reprocha no decirle a la cara las cosas que le he escrito, como si la dialéctica necesitara reconocerse físicamente a las puertas de la discoteca. O como si anidara en mí una aversión acobardada hacia su persona. No, no odio a James Rhodes, pero ofrezco toda la resistencia a su demagogia y a su apología naïve de la españolía. Y recelo de quienes imparten la buena nueva con las cartas marcadas.
Debe ser la lucha del hater contra el lover. Y naturalmente Rhodes forma parte de la segunda categoría por decisión propia, aunque no escasean venenos ni sapos en su ejecutoria ni en su último artículo. Y aunque semejante elucubración —léanla completa— tanto se recree en el victimismo y en la urgencia ("Basta ya", exige) como en sus soluciones milagreras.
Espero que la luz de la bondad ilumine mi camino descarriado. Trataré de levantarme con el murmullo y el aleteo de los ángeles de la guarda. Subiré el sueldo al servicio. Y arrojaré a la chimenea del salón del trono los recursos de los que suelo valerme pare identificar a los vendedores de crecepelos, telepredicadores del bien, repartidores de moral, apóstoles del mundo feliz contra los conspiradores que odiamos por odiar.
Será muy español hacerlo, pero no menos español que la picaresca, el oportunismo, el papanatismo y la impostura. Rhodes trata desdibujarlos en el parapeto de Bach, adjudicándose el linaje del cantor de Leipzig. Y "Bach contra los haters" se titulaba su sección de esta mañana. Pues no se confunda usted, maestro Rhodes. No necesito tatuarme a Bach en el antebrazo porque lo llevo tatuado en las entrañas —se lo debo a Harnoncourt— , precisamente para reconocer el verdadero humanismo del ficticio.
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