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Columna
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Hay primeras partes impresentables, segundas partes magníficas incluso terceras partes inolvidables

Ángel S. Harguindey

Que segundas partes nunca fueron buenas, depende. Hay primeras partes impresentables, segundas partes magníficas incluso terceras partes inolvidables. El refranero popular se equivoca por dogmático. Homeland, por ejemplo, mantiene un nivel excelente en sus siete temporadas. Por supuesto, ni todos los capítulos ni todas las temporadas alcanzan lo sublime, pero la media es espléndida.

En septiembre de 2018 comenzará el rodaje de la novena temporada de Shameless. La octava fue una de las mejores de esa soberbia crónica de una familia que sobrevive a todos los desastres cotidianos imaginables. Si la familia que reza unida permanece unida, está claro que los Gallagher deberían estar atomizados. No es así. Instinto de supervivencia en la periferia sur de Chicago.

Alias Grace fue serie de una única temporada y una de las joyas de Netflix, además del estado de gracia en que viven las adaptaciones de las novelas de Margaret Atwood, en la cima con El cuento de la criada que ahora emite en abierto (Antena 3) su primera, y mejor, temporada.

Claro, no todo es perfecto. Una buena serie como es Deep State tuvo un largo parón en su primera temporada sin que se sepa por qué. En la primera producción europea de Fox hubo que esperar meses entre el cuarto y el quinto capítulo de un total de ocho. La venganza de un espía británico que decide dejar su oficio, algo imperdonable para sus superiores, involucrados, además, en turbios negocios en los que la frontera entre lo público y lo privado se ha disuelto como un azucarillo, es un alarde de producción con rodajes en Gran Bretaña, EE UU, Irán, Líbano y Francia.

Los guionistas de La casa de papel, una de las series españolas de mayor éxito internacional, trabajan ya en la tercera temporada. Lo mismo ocurre con La zona, que tendrá una segunda temporada lo que, al parecer, no ocurrirá con Félix. En resumen: la calidad de las segundas, terceras o enésimas partes dependen del talento de sus creadores. Del refranero a Perogrullo.

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