Humor negro en la Unión Soviética
Muere el maestro Rozhdestvensky, un superviviente del totalitarismo y del delirio burócrata
¿Cómo era la vida de un músico en tiempos de Breznev? Se ocupó de responder la cuestión el hoy fallecido maestro Gennady Rozhdestvensky. No lo hizo en un libro ni en un artículo, sino en una conversación de la que recuerdo haber formado parte después de uno de sus clarividentes conciertos. Un tipo más afable de lo que parecía. Y meticuloso y superdotado, más allá de haber cultivado un repertorio gigantesco o de haber pasado más horas en la tarima que un pastor mormón.
Tenía casa el director en París y de vez en cuando se ponía al frente de las orquestas locales. Y permanecía unido a la casa Rusia tanto como estaba alejado de la difunta Unión Soviética. La vivió desde dentro. O la sobrevivió desde dentro. Valiéndose del humor negro, decía ahora. También ahora decía que la administración de Breznev era un buro-disparate. Empezando por la anécdota de una gira europea que estuvo a punto de frustrarse porque la KGB no permitía que la Orquesta de la Radio Soviética viajara con determinados músicos.
El criterio de selección no estribaba en la cualificación ni en la sección, sino en los peligros de fuga. Es la razón por la que Gennady Rozhdestvensky le explicó al correspondiente funcionario que la orquesta no podía viajar sin las trompas, ni los clarinetes, ni el oboe solista, todos ellos descalificados de la expedición porque se les presumía una conducta heterodoxia y propicia al exilio.
-“Pero en cambio puede llevarse a todos los violinistas”, objetaba el tipo de la KGB.
Trató de explicarle Rozhdestvensky que la gira resultaba impracticable sin los efectivos esenciales. Incluso razonó desde un sobreesfuerzo pedagógico que una sinfonía, pongamos por caso, requiere la sobreposición de distintas melodías en búsqueda o en beneficio del cromatismo.
-“¿Quiere decir usted que no tocan todos lo mismo? Pues vaya desastre.”
El maestro ruso prefirió eludir la tentación de sobrentender que la orquesta funcionaba de manera distinta a la de un desfile castrense en la plaza roja. Optó por convencerlo con otros argumentos relacionados con la decepción que iba a producir en el extranjero la imagen de una orquesta soviética precaria y desprovista de las secciones militares.
Así es que, finalmente, y después de mucho humor negro, la única resistencia de las negociaciones concernía a la surte del primer oboe. Se negaba a darle permiso la KGB porque se le atribuían comportamientos irreverentes y porque se juzgaba inminente la eventualidad de una fuga occidental.
Rozhdestvensky era también el director titular del Bolshoi, razón por la cual propuso al policía que se incorporara a la tournée el primer oboe del teatro moscovita. Estuvo de acuerdo el interlocutor, pero a condición de que la operación se concretara por escrito.
Quiere decirse que Rozhdestvensky , director de la Orquesta de la Radio, tuvo que enviar una carta a Rozhdestvensky, director del Bolshoi, para solicitar el alistamiento. Y que Rozhdestvensky, director del Bolshoi, hubo de autorizar el traspaso del músico en una carta dirigida a Rozhdestvensky , director de la Orquesta de la Radio.
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