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Y Portugal rompió todos los bloques de Eurovisión

La geopolítica influye en las votaciones del festival de la canción, pero no es el único factor

Salvador Sobral, durante la final de Eurovisión 2017.
Salvador Sobral, durante la final de Eurovisión 2017.
Lluís Pellicer

Sir Terry Wogan fue durante 35 años el ácido comentarista de Eurovisión para la BBC. Cuando en 2008 el representante británico Andy Abraham quedó en última posición, Wogan vivió su propio eurodrama. Tras quejarse de los votos cruzados entre países del Este de Europa, sentenció: “Me temo que nadie quiere a Reino Unido”. El legendario presentador de origen irlandés abrió el debate sobre la conformación de bloques de países que puntuaban las canciones por criterios políticos en lugar de musicales. Ese argumento lo llevó, pocas semanas después, a anunciar que ponía punto y final a su participación en el concurso. A Wogan el festival ya no le parecía divertido.

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El debate que reabría Wogan no era ni nuevo ni ajeno al Reino Unido. ¿Recuerdan cuando José Luis Uribarri adelantaba los twelve points de Irlanda a Gran Bretaña? Y unos cuantos participantes también se han quejado del presunto voto geopolítico. La mayoría de los que usaban ese argumento, por supuesto, no habían tenido una actuación brillante. Ante el alud de quejas, en especial de los big five (los cinco países que más dinero aportan a la Unión Europea de Radiodifusión y que pasan directamente a la final del festival: Alemania, España, Francia, Italia y Reino Unido), la organización del festival ha ido introduciendo modificaciones.

Tras la experiencia de dejar al ganador en manos del televoto, Eurovisión decidió crear un sistema mixto en el que los espectadores y el jurado votaban a partes iguales. Y para darle más transparencia, hace dos años decidió incluso hacerlos públicos de forma separada. ¿Cuál ha sido el resultado? Uno de los ejemplos que siempre denunciaba Wogan era el caso de Chipre y Grecia. Pues bien, el año pasado los expertos y los televidentes chipriotas coincidieron en dar la máxima puntuación a Grecia. Y a su vez, el jurado y los ciudadanos griegos convinieron en que la mejor canción era la de Chipre.

Las votaciones de Eurovisión han generado un arsenal de literatura. Y no solo en los medios, también en las universidades. Sí, leen bien. Uno de los estudios de referencia es de Gad Yair, profesor del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad Hebrea de Jerusalén. En 1995, Gaid examinó las votaciones del festival y concluyó la existencia de tres bloques en Europa: el del norte, el occidental y el mediterráneo. Claro que entonces todavía no se habían incorporado todos los países de Europa del Este y las antiguas repúblicas soviéticas. Pero a Yaid le han seguido una retahíla de papers –algunos muy sesudos— que han desmenuzado todas las votaciones desde 1962. Y no, ninguno de esos estudios halla signos de motivaciones políticas en las votaciones.

Al fallecido comentarista británico los análisis académicos le dan la razón en que existen al menos tres bloques bien definidos (el de las viejas repúblicas soviéticas, los países de la antigua Yugoslavia y el de los países escandinavos) y otro más desdibujado conformado por el resto de Europa. Y es cierto que una parte importante de las puntuaciones de esos países van a otras naciones de esos bloques. Pero no por razones políticas. Para que ello ocurriera debería haber una discriminación o prejuicios constantes que, con dos excepciones, ningún estudio es capaz de constatar. Un documento del Imperial College de Londres sí observa un “sesgo positivo” en algunos casos que explica por fuertes lazos culturales, históricos o lingüísticos o por los flujos migratorios. Y esa diáspora afecta a todos los países: desde Alemania, cuya comunidad turca se volcaba para votar a su nación, hasta España, que suele dar buenas puntuaciones a Rumania.

La política sí ha llegado a Eurovisión. Para lo bueno y para lo malo. El año pasado Rusia se retiró del certamen después de que Ucrania impidiera la entrada en el país de la representante rusa, y Azerbayán y Armenia nunca se han votado mutuamente. Pero también hemos visto cómo el ucranio Verka Serduchka, la israelí Dana International, las rusas t.A.T.u y la austriaca Conchita Würst desafiaban la homofobia e intolerancia que perviven en muchos de los hogares (¡y gobiernos!) que encienden el televisor ese día. Por cierto, todas fueron premiadas con un puesto en el podio de su edición.

En los últimos 10 años, solo Suecia ha ganado dos veces el certamen. Y en tres ocasiones, se lo han llevado países que no están dentro de ninguna de esas regiones. Se llevó el trofeo la alemana Lena con la pegadiza Satellite, la austriaca Conchita Würst con la épica Rise like a Phoenix y el portugués Salvador Sobral con el baladón Amar pelos dois. Todas ellas eran favoritas casi de salida. Portugal, que jamás había ganado el festival, demostró que un buen tema, sencillo, íntimo y bien cantado podía lograr que 12 jurados y los ciudadanos de 18 países le dieran la máxima puntuación. Amar pelos dois no solo cautivó a un continente, sino que derribó todos los bloques.

Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.

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