La soledad del monstruo
Frankenstein, la hermosa y terrible historia de Mary Shelley, triunfa en el TNC de Barcelona a las órdenes de Carme Portaceli
Coinciden estos días en la escena barcelonesa dos adaptaciones literarias con grandes personajes torturados, solitarios, desafiando al destino y a un dios salvaje: el capitán Ahab de Moby Dick, encarnado por Josep Maria Pou a las órdenes de Andrés Lima, en el Goya, y la criatura de Frankenstein, interpretada por Joel Joan, con Àngel Llàcer como el doctor, montada por Carme Portaceli en el TNC. Guillem Morales, que firma la adaptación de la novela de Mary Shelley, es un cineasta en alza, que últimamente ha firmado dos series (Decline and Fall y The Miniaturist) para la BBC.
Tras su Jane Eyre del pasado año en el Lliure, Frankenstein es el segundo gran melodrama romántico (facción gótica) que Portaceli lleva al teatro, en una doble apuesta que podría invocar el espíritu de Enrique Rambal. Danny Boyle ya obtuvo un gran éxito en el NT londinense, en 2011, con una superproducción centrada en la criatura prometeica. La versión del Nacional catalán, dividida en dos partes de una hora, no parece precisamente barata, pero tiene algo de pieza de cámara, con siete intérpretes y escenas de dúo o trío.
Anna Alcubierre firma una despojada escenografía: una lámpara de araña (que quizás sube y baja demasiadas veces), un sillón de terciopelo rojo y las colaboraciones ocasionales del plafón eléctrico del experimento, y, avanzada la acción, una hilera de féretros. Hay un conato de riachuelo con escasa utilidad. Y, todo lo contrario, una gran pantalla blanca contra la que destaca el elegante vestuario decimonónico, en tonos oscuros, de Antonio Belart, y se proyectan las soberbias imágenes de Miquel Àngel Raió, responsable también de los audiovisuales de Moby Dick. Las delicadas luces llevan el sello de Ignasi Camprodón, una institución del TNC.
El ambicioso espectáculo de Portaceli ha recibido una gran acogida. Me sumo al aplauso, pero creo que el texto (y la versión de Morales) pide una puesta con más imaginación. No llega a generarse, lástima, el voltaje que en Londres compartían Benedict Cumberbatch y Jonny Lee Miller, llegando incluso a intercambiar papeles. Àngel Llàcer da bien la frialdad del doctor (está claro que es el verdadero monstruo, absolutamente falto de empatía humana), aunque, a mi juicio, le faltan matices y autoridad escénica: es una actuación voluntariosa pero un tanto plana, a ratos gritada, que mejora y se afianza en la segunda parte. Joel Joan echa toda la carne en el asador en uno de sus mejores trabajos, un monstruo absolutamente conmovedor, que te parte el corazón, con acentos shakespearianos, calibanescos, y un hálito poético que le emparenta con los replicantes de Blade Runner. El actor se posesiona de la obra y devora la escena. Nos hace sentir y comprender su angustia, su dolor, su desamparo, su bondad y su rabia, su violencia última.
Hay que aplaudir también la gran labor de caracterización a cargo de Laura Pérez y Carla Casals. Notable, de igual modo, el espacio sonoro y la música original de Jordi Collet, con timbre romántico, en clave tanto orquestal como electrónica.
En la primera parte, la resolución de entradas y salidas por medio de una cinta continua resulta un poco fatigosa. La función se eleva con el bello episodio de la educación humanística de la criatura a cargo del ciego De Lacey. Lluís Marco tiene poca tela que cortar como el padre del doctor, pero ¡qué riqueza cuando interpreta a De Lacey, qué emoción cuando le enseña a hablar, a leer y a amar, y le insufla conciencia moral, qué ternura cuando le bautiza como amigo, qué química entre ambos! Magda Puig, a la que había visto en Jane Eyre y El llarg dinar de Nadal, despliega aquí su talento en el doble papel de Elisabeth y Agatha: poderosa de voz, de intención, de prestancia. Algo excesivo Albert Triola, un notable actor de comedia, como el convulso Henry. Pere Vallribera y Alba de la Cruz defienden sus breves trabajos. Y debería resolverse de otro modo el momento en que un muerto sale de escena caminando por su propio pie (a no ser que se trate de un guiño brechtiano).
En la segunda parte manda el careo entre el doctor y su creación, el hombre abandonado por su dios. Guillem Morales sintetiza muy bien el conflicto, y el diálogo tiene vuelo y fuerza. Joel Joan arrasa, con perfil de ángel caído, con toda su soledad a cuestas, loco de amor. Y es sin duda la mejor escena de Llàcer, que camina con firmeza hacia la oscuridad. El último tercio es una apuesta muy arriesgada. El texto trata de combinar en apenas 20 minutos una avalancha de cimas melodramáticas que hubieran requerido mayor tiempo o mayor poda, como la repentina caída en la locura del padre. Argumentalmente ese pasaje, pródigo en desafueros, está muy cerca de lo operístico, y tonalmente requiere, a mi entender, un superior grado de locura y densidad. Podría haber acabado muy alto y no lo consigue, lo que no impide que un público entregado aplauda puesto en pie.
‘Frankenstein’, de Mary Shelley (versión de Guillem Morales). TNC (Barcelona). Dirección: Carme Portaceli. Intérpretes: Joel Joan, Àngel Llàcer, Lluís Marco, Magda Puig, Albert Triola, Pere Vallribera, Alba de la Cruz. Hasta el 25 de marzo. Y en gira hasta el 27 de mayo.
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