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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mirones catódicos de bodas a ciegas

El programa de Antena 3 'Casados a primera vista' es un espectáculo para el ‘voyeur’ de miserias cotidianas que todos llevamos dentro

Damaris y Gabriel, dos de los participantes en 'Casados a primera vista'.
Damaris y Gabriel, dos de los participantes en 'Casados a primera vista'.
Maite Nieto

Vaya papelón, destripar los intríngulis de un programa de televisión que va de casarse, convivir, descubrir manías y taras, conocer a la familia –la ‘otra’ familia–, a los amigos –los ‘otros’ amigos– y encima con un ojo que todo lo ve sobrevolando cada gesto para transmitirlo, debidamente editado, urbi et orbi. ¡Cómo si no tuviéramos bastante con lo nuestro y las nueve temporadas de Modern family!

Me faltan las palomitas pero, ya que la misión es profesional, al menos el argumento promete. Les explico: el programa se llama Casados a primera vista (los jueves por la noche en Antena 3), a su casting se presentan hombres y mujeres que quieren encontrar el amor –como en Tinder, Meetic, Badoo, Happn…, pero con boda asegurada de por medio–, un grupo de expertos analiza la presunta compatibilidad de las parejas y, como entendidos en la materia, hacen sus cálculos de técnicos del amor y los candidatos –unos valientes ellos– se lanzan al vacío con fe de solitarios que quieren dejar de serlo y ejecutan el más difícil todavía: casarse a ciegas. Como se lo cuento: llegan al altar maqueados como Carrie Bradshaw y Mr. Big en el gran momento de Sexo en Nueva York, pero sin haberse visto jamás las caras.

Ya sabemos que aún existen matrimonios concertados, que el amor verdadero no garantiza un final de comieron perdices y vivieron felices, pero esto suena a querer viajar gratis al Caribe con familia y amigos incluidos para experimentar la adrenalina del puenting, sin coste y con mirones catódicos incluidos. Dicho esto, la trama sabe de qué pie cojea una sociedad volcada en la exposición pública y apela a ese voyeur de miserias cotidianas que todos llevamos dentro. La primera reacción es pensar que están más locos que la media. Después llega la fase de empatía con las ilusiones de unos y las historias de otros. Más tarde se realiza un análisis propio de las posibilidades de las nuevas parejas y en este estadio acecha el peligro, porque al mínimo descuido el virus de la curiosidad inunda las neuronas que nos quedan y aunque bosteces plano sí, plano no, te da la madrugada esperando el desenlace del dúo elegido como apuesta probable.

La noche de bodas, el viaje de novios, las rarezas y complejos que empiezan a asomar al microsegundo de convivencia, el desembarco en la casa y la familia de la otra parte contratante… Qué quieren que les diga, un programa para cotillas empedernidos o para investigadores de la física y la química del amor. Como se trata de la cuarta temporada, yo les diría a los guionistas que deben esmerarse más en la edición y buscar parejas que den más juego. De lo contrario se parece tanto a lo que pasa en muchas de las casas que conocemos que el aburrimiento llega antes de engancharse esperando el momento de proclamar triunfante: “ya sabía yo que esto no podía salir bien”.

No desesperen los que confían en las agencias matrimoniales para acabar con la soledad que acecha. Algunos de los concursantes, como en la vida sin cámaras, incluso se empeñan en probar un poco más y no romper el contrato antes de intentarlo sin testigos. De lo que no hay pruebas es de que pongan el colorín colorado del cuento con una sonrisa.

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Sobre la firma

Maite Nieto
Redactora que cubre información en la sección de Sociedad. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora de información local de Madrid, subjefa en 'El País Semanal' y en la sección de Gente y Estilo donde formó parte del equipo de columnistas. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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