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puro teatro

Ese dolor sin nombre

Malena Alterio y Daniel Grao encabezan un brillante quinteto actoral en Los universos paralelos, de David Lindsay-Abaire, emocionante drama familiar

Marcos Ordóñez
Daniel Grao y Malena Alterio, en 'Los universos paralelos'.
Daniel Grao y Malena Alterio, en 'Los universos paralelos'.elena c. graiño

Es tan atroz la muerte de un hijo, dijo alguien, que ni siquiera parece haberse acuñado una forma de nombrarla. Existen viudos y existen huérfanos, pero no hay un término para designar la pérdida de un hijo, quizás por ser tan antinatural que muera antes que tú. Contar la metástasis cotidiana de ese dolor sin nombre es el empeño de Los universos paralelos, el drama por el que David Lindsay-Abaire ganó el Pulitzer en 2007 y cinco nominaciones a los Tony, y que David Serrano, que firma versión y puesta, ha estrenado en el Español. El sentido de su título castellano, que hace pensar en una fábula de ciencia-ficción, se revela en la esperanzada metáfora final. El original, Rabbit Hole, quiere decir “madriguera” y alude a una realidad laberíntica, como la que Lewis Carroll creó en su Alicia.

La pieza transcurre en una casa desolada, donde aquella risa que ya no volverá sigue resonando como un grito. Patricia, la madre, quiere borrar todo lo que tenga que ver con el desaparecido porque hasta el más pequeño recuerdo se le clava en el alma. Alberto, el padre, lucha por conservar ropas y juguetes, como si el niño estuviera a punto de entrar de nuevo por la puerta para buscarlos. Y no comprende la actitud de su esposa, hasta que esta le dice: “Tú estás todo el día fuera, en el trabajo. Yo estoy aquí de la mañana a la noche, y le veo en cada rincón”.

El reparto es estupendo. Malena Alterio ha de pechar con el difícil rol de Patricia, criatura comprensiblemente hosca, envuelta en alambre eléctrico bajo su calma aparente, que se advierte ya desde la primera escena por su modo de ordenar las ropas del hijo. Alterio es un regalo, una actriz que puede ser payasa y trágica, italiana y británica. Qué maravilla de interpretación, qué continuo sinvivir lleno de vida en su mirada, su escucha, sus gestos más mínimos, todo ello controlado, sin subrayados, sin que parezca estar haciendo nada: pura naturalidad estilizada, orgánica de principio a fin. Tampoco puedes dejar de mirar a Daniel Grao en el papel de Alberto. Ya sé que no gusta comparar a un actor con otro, pero lo hago para señalar una similar longitud de onda y de talento: Grao, soberbio en La piedra oscura, me recordó aquí la combinación de fuerza y sutileza de Sergio Peris-Mencheta. Su personaje es un corazón puro, que intenta salir adelante y salvar su matrimonio, su casa, el país de su hijo. Formidable en su forma de buscar y contagiar ánimo, en su conmovedora soledad nocturna ante los vídeos del recuerdo.

Lo que más me gusta es que los personajes crecen ante nuestros ojos. Cambian por la acción, no están fijados desde el principio

La semana pasada recordaba a Belén Cuesta por la gracia singular de su trabajo en La llamada. Aquí es Lucía, la hermana de Patricia, y vuelve a exha­lar aquella frescura y aquel humor bajo los que ahora laten borbotones de confusión y un dolor secreto: su trabajo es mucho más que un comic relief. La veterana Carmen Balagué es Lola, la madre de las hermanas, y tiene dos escenas fenomenales. La primera, cuando durante un cumpleaños no cesa de hablar de la maldición de los Kennedy, del dolor de Onassis ante la muerte de su primogénito, en una arriesgadísima mezcla de humor y tensión creciente que Alan Ayckbourn hubiera podido firmar; la segunda, memorable, cuando Lola y Patricia logran abrir sus corazones y pueden hablar al fin de sus pérdidas, de madre a madre, sin solemnidades, deslizándose hasta lo que realmente importa.

Esa puerta abierta a la emoción salvadora alcanza su cota en el diálogo entre Patricia y David (Itzan Escamilla), el muchacho visitante: otro pasaje tan bien escrito como medido por ambos intérpretes, en el que se alternan los silencios y los intentos de acercarse, y en una preciosa e inesperada epifanía ella parece ver a un hijo futuro, un hijo que todavía puede existir en un universo paralelo.

Lo que más me gusta de esta función es que avanza a su ritmo y sus personajes crecen ante nuestros ojos. Cambian por la acción, como está mandado. No están fijados en un perfil desde el principio, cosa que se agradece porque es la esencia de la narración y el arte dramático. Y eso sucede porque su autor los ama y respeta por igual.

David Serrano, que ya había montado La buena gente, de Lindsay-Abaire, realiza aquí un trabajo minucioso y delicado. Es más complejo manejar este material, su tonalidad a media luz, combinando la desolación y la voluntad de sobrellevarla, que una tragedia restallante y violenta. Una única pega: a ratos me pareció que el sonido de Los universos paralelos se oía con dificultad, y estaba en la fila seis del Español. Se puede crear intimidad sin bajar tanto el volumen.

‘Los universos paralelos’, de David Lindsay-Abaire. Teatro Español (Madrid). Director: David Serrano. Intérpretes: Malena Alterio, Carmen Balagué, Belén Cuesta, Itzan Escamilla, Daniel Grao. Hasta el 15 de octubre.

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