Convivir
Algunos episodios de 'Piso compartido' son infumables, pero el caleidoscopio resulta entretenido
La convivencia puede ser problemática incluso en familias bien avenidas pero resultar un infierno cuando hablamos de la cohabitación obligatoria entre extraños o compañeros de circunstancias, sin medios para costearse una vivienda propia. Algunos episodios del programa Piso compartido son infumables, pero el caleidoscopio resulta entretenido cuando aborda los alborotos surgidos durante la administración y limpieza de los espacios comunes, cuando hay que gestionar el tendedero o sofocar una bronca entre culés y merengues.
Más allá de referir disputas de intendencia, la serie de la Sexta es, sin pretenderlo, un futurible sobre las relaciones humanas. Entre risas y bromas, los protagonistas comentan acerca de su convivencia con el compañero desordenado, generoso, hipócrita, guarro o chistoso. Menos festivamente, la lupa de aumento sobre algunos de los caracteres esbozados en el mundo del piso compartido, invita a las apuestas. Cabe imaginar que cuando se independicen, los inquilinos tóxicos seguirán siendo insolidarios, intolerantes, egoístas, abocados al maltrato y a la irresponsabilidad.
La serie sobrevuela la convivencia sin incidir en los escándalos y peloteras registradas, difícilmente confesables en antena, pero frecuentes: jóvenes y viejos a los que poco importa poner la música a todo volumen, dejar la ducha alfombrada de pelos, el papel higiénico por el suelo, gritar a deshoras, acusar en falso, taconear de madrugada y tener el inodoro como el palo de un gallinero.
Las majaderías de algunos niñatos son de aúpa y la jeta del indolente tirado en el sofá de todos bebiendo cerveza, de cemento armado. La coexistencia, armónica o de uñas, entre empleados, estudiantes, artistas y jubilados españoles con inmigrantes de Perú o Senegal, también es un fenómeno sociológicamente revelador.
La serie podría detenerse más en el flanco emocional de una forma de vivir que lejos de desaparecer se consolida. Sobra material. Comparten piso divorciados que reciben a sus hijos en una habitación pelada, emprendedores con todo su patrimonio en el armario y casados sin casa porque se la quedó el banco.
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