Bajo la luna de sangre
Oriol Broggi dirige una intensísima y memorable puesta de Bodas de sangre, de Lorca, con reparto encabezado por Clara Segura, Nora Navas e Ivan Benet
La banda de La Perla ha ligado póquer esta temporada. En su sede de la Biblioteca de Cataluña, Pau Carrió dirigió L’Hostalera, de Goldoni, y Oriol Broggi ha firmado dos joyas de Wajdi Mouawad, Un obús al cor y Boscos, y acaba de estrenar su primer lorca: Bodas de sangre, enorme y flamígera tragedia de pasión y muerte. Escenario a cuatro bandas, con vallas de madera, ocupando la nave gótica en su totalidad, entre campo árido y pista circense, con luces altas de Pep Barcons, casi un homenaje a los claroscuros de El público de Lluís Pasqual. A un lado, un piano en la arena. Al otro, tres esqueletos que alzan trompeta, guitarra y violín, como en una cantina de Cuernavaca en el Día de los Muertos. Joan Garriga teclea un estudio de Chopin. Entran los enlutados, hundidos en una melancolía irremediable. Broggi marca un ritmo lento, litúrgico, pero de inquietud creciente: vamos a presenciar la crónica de una doble muerte anunciada.
Broggi marca un ritmo lento, litúrgico, pero de inquietud creciente: vamos a presenciar la crónica de una doble muerte anunciada
Seis intérpretes se reparten los 15 personajes, no sé si por voluntad metafórica, ahorrativa o ambas. Es un riesgo, porque la confusión asoma la nariz, pero todos están al servicio del rigor poético de Lorca, creando mutaciones muy sugestivas, como esos sueños en los que las apariciones cambian de edad o manera, pero no de esencia. Incluso me pareció que se transformaban sus rostros, porque cuando Clara Segura encarna a la madre del novio, la vi cercana a Gemma Cuervo, y de repente, al convertirse en la novia, se alzó la mantilla blanca y sonrió como la joven Julia Gutiérrez Caba, y luego perdí la cuenta porque fue la suegra y la luna en el bosque, y en todas sus encarnaciones era verdadera y espléndida. Y lo mismo hay que decir de la vertiginosa Nora Navas, que ya fue Doña Rosita a las órdenes de Joan Ollé, y aquí también es madre y novia, como Clara Segura, y la esposa embarazada de Leonardo, y la muerte con dejes de mendiga. Ivan Benet es Leonardo (curioso: el único personaje que tiene nombre propio), el centauro poseído por un deseo antiguo y vivísimo, y ante su fuerza creí ver de nuevo a Helio Pedregal cuando era joven y lo interpretó guiado por José Luis Gómez. Benet muta luego en el padre de la novia, seco y contenido, y es portentoso cómo Broggi, a la manera de Brook, consigue que sus actores salten sin artificio de jóvenes a viejos. También Pau Roca pasa de novio aniñado a vengador furioso en un relámpago, y en ambos perfiles está sobrio y convincente; y Montse Vellvehí es un aya que anticipa a la Poncia, y una admirable y literal amazona, montando a Juguetón, el bello caballo azabache que cruza una y otra vez el escenario, encarnación del anhelo, como el garañón en la cuadra de Bernarda Alba. Y no me olvido de la deliciosa criadita de Anna Castells, rebosante de frescura: aún escucho su risa.
Hay muchas maravillas en esta función. La música, por ejemplo, que en manos de Joan Garriga, Marià Roch y Marc Serra (y exquisitamente modulada por Damien Bazin) es una voz de muchas aguas: Andalucía, wéstern, esencias mexicanas, rumba catalana. Resuenan en mi memoria la Nana del caballo grande que borda Clara Segura y todos corean, los atisbos de soleás y alegrías, los ecos de Morricone; la canción de la boda, que Garriga canta, a mis oídos, “por Manzanita”, y el fragmento de La farándula pasa, que Lorca compuso para La Barraca.
Me sigue fascinando la sabia estructura del texto. La madre crece y se desborda durante el convite hasta su explosión cuando descubre la fuga, al final del segundo acto, mientras restallan las guitarras eléctricas. Viene la escena de los leñadores, que Broggi redibuja como fools perdidos en la noche (los únicos que hablan con acento andaluz), buscando a los amantes, y llegan los descomunales monólogos de la Luna y la Muerte, entre la fantasía poética y el vuelo surreal, hijos de la aparición del Niño y la Gata que mueren en Así que pasen cinco años, escrita un año antes que Bodas de sangre. Clara Segura es una Luna majestuosa (sombrero blanco, vestido de cola azul) que parece destilar cada verso, mientras suenan, de fondo, destellos de En el café de Chinitas, y Nora Navas es la Muerte, una mendiga envuelta en seda roja, también espléndida, con el aire burlón de Emma Cohen. Bravo también para la figurinista Berta Riera.
El último tercio es casi operístico, con dos dúos a cuál más intenso: la apasionada despedida de los amantes (Segura, Benet), y el treno final, seco y feroz que Broggi esencializa en un careo entre la madre (Navas) y la novia (Segura), como dos hogueras frente a frente en un planeta helado.
Conmovido, impresionante silencio del público y precioso remate, en el que todo el reparto canta un singular cruce entre Widow’s Grove, de Tom Waits, y La leyenda del tiempo, de Camarón. Huracán de aplausos para un espectáculo que merece larga vida.
‘Bodas de sangre’, de Federico García Lorca. Director: Oriol Broggi. Intérpretes: Clara Segura, Nora Navas, Ivan Benet, Pau Roca, Montse Vellvehí, Anna Castells. La Perla 29 / Teatro Biblioteca de Cataluña (Barcelona). Hasta el 28 de julio.
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