La captura del detalle
Edith Pearlman publica en español su libro de cuentos 'Miel del desierto', finalista del National Book Award 2015
Cuando llegué al edificio del alto gótico victoriano que la gente acostumbra a llamar castillo, pero que en realidad es un hospital, deambulé por sus pasillos, habitaciones y quirófanos y, una vez allí, supe de un hombre introvertido y con vestuario limitado que trabaja de anestesista. Se llama Zeph y ha entablado una relación de amistad (aunque está enamorado) con una paciente. Les cuento algo de él: cuando ella duda si empezar o no un nuevo tratamiento de quimio, le pregunta: “¿Qué harías tú si fueras yo?, y Zeph responde: “¿Si fuera tú? Me casaría conmigo”. Zeph acostumbra a fumar en un bosquecillo que hay cerca del hospital, y Joe y Acelle, dos adolescentes que pertenecen a la comunidad filipina, suelen frecuentarlo. Victoria, la mujer de la tienda de regalos del hospital, es amable y le gusta conversar. Todos ellos y alguno más, como el guarda de seguridad, el señor Bahande, protagonizan ‘Castillo IV’, uno de los 20 relatos que se encuentran en el estupendo libro Miel del desierto, de Edith Pearlman (Rhode Island, 1937). Pearlman ha sido traducida por primera vez al castellano y es autora merecedora de premios, Binocular Vision obtuvo el National Book Critics Circle, y Miel del desierto fue finalista del National Book Award en 2015.
‘Castillo IV’ es uno de mis cuentos favoritos, pero no puedo dejar de señalar ‘Tenderfoot’, donde una mujer con un salón de pedicura es observada por un hombre torturado e infeliz y ella (sin saberlo él) se sabe mirada. Señalo estos dos cuando aún no había atravesado las 320 páginas del libro, así que al adentrarme en un nuevo cuento lo añadía a mi lista de favoritos. Pues uno y después otro y los siguientes, ya sea ‘Bendito Harry’ o ‘El truco del sombrero’, por citar algunos, iban haciendo méritos por la pausada y excelente descripción de las rutinarias existencias que contienen.
Edith Pearlman atrapa concediendo presencia a lo no excepcional, ya sea el amor desacostumbrado, el secreto que se comparte, la vejez que no se entiende, el vínculo que no se rompe o el presente que decepciona. Y está esa herrumbre del tiempo, advirtiendo (sin atemorizar) cómo se vacía el equipaje de nuestras horas. Con una precisa captura del detalle (hay que prestar atención a la planta que está instalada en un oscuro rincón del salón familiar en ‘Bendito Harry’), la autora otorga virtud a la singularidad del personaje y a la elocuencia del instante. En Miel del desierto, está el paisaje simulado de Godolphin, en Massachusetts, con personajes que unas veces protagonizan el relato y otras son solo meros transeúntes a los que vuelves a encontrar mirando de soslayo o solo siendo nombrados porque ese momento no les pertenece. En ocasiones, sin más rumbo que atravesar rápido la parcela de su jardín en busca de presa para una conversación inagotable, como hace la pobre y fastidiosa Daphna en ‘Calle sin salida’. Pero es en ‘Espera a ver’ donde siento que Pearlman señala la naturaleza de sus relatos, pues en ese cuento hay un niño con gen pentacromático donde un color no es sino su deconstrucción, y el azul es “… azul azul azul violeta calando el azul azul violeta violeta apretándose en azul violeta violeta violeta con ansias de trocarse en sombra”. Como las vidas sencillas cuando se les aplica una lupa. Fascina también habitar espacios más bien cerrados, pero con puertas abiertas de par en par para que el lector se adentre: la sala de estar, la habitación de hospital, la tienda de antigüedades, el bar del hotel. Esta lectora los visitó, y aquí estoy queriendo que otros hagan lo mismo. Esto es, que ustedes disfruten leyendo a Edith Pearlman.
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Autor: Edith Pearlman. Traducción de Ramón Buenaventura.
Editorial: Alianza de Novelas (2017).
Formato: versión Kindle y tapa blanda (320 páginas).
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