Juego de ‘spoilers’

Como tengo intención de que lean esta columna hasta el final, ya les anuncio que no contiene spoilers. Así que aquellos que están viendo Juego de tronos pueden leerla tranquilamente. He de reconocer que me lo he buscado: durante años, he aguantado a mis amigos tararear la música de la apertura sin mostrar interés. Ahora no quería perderme el sentimiento de compartir el final con millones de personas —como me ocurrió con Perdidos— y me han entrado las prisas. El resultado es que paso el día esquivando spoilers y que, aunque creía que estaba al margen de lo que ocurría en los Siete Reinos, sé mucho más de lo que pensaba.

Internet está prohibido si quieres mantenerte virgen: el tráiler de la próxima temporada se reproduce sin parar en mi Facebook. También los periódicos, que nos hacemos eco de cada nueva píldora de información sobre la serie, como si Desembarco del Rey fuera una ciudad real. Las series han conseguido formar parte de la cultura colectiva: las usamos para explicar la política y nos ayudan a interpretar la actualidad.

Aunque desconecte del mundo exterior, mi memoria me devuelve imágenes que pasé por alto en su momento y ahora me atormentan. Recuerdo a Cristina Cifuentes y a Pablo Iglesias con la misma camiseta: “No soy una princesa, soy una khaleesi”. Vale, intuyo que la Madre de Dragones va a desempeñar un papel importante. También leí por qué Hodor solo dice Hodor. Y vi fotos que comparaban los sanfermines y las batallas por el Trono de Hierro. Si cierro el ordenador e intento entretenerme de otra manera, aparece la hija “marimacho” de Ned Stark (ojo, no lo digo yo; es una pregunta del Trivial).

No hay salida: mis vecinos de enfrente también han decidido ponerse al día para llegar a tiempo a la séptima temporada. Esto es real. Van por la misma que yo. Y encima, con una tele más grande.